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Pablo Tusset: «A los turistas los hemos convertido en seres sospechosos»

El autor barcelonés regresa con la delirante “Sakamura y los turistas sin karma”, un retrato desencajado del turismo y la robótica

Tusset junto a dos turistas en la Sagrada Familia PEP DALMAU
David Morán

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El inesperado y descomunal éxito de su primera novela, «Lo mejor que le puede pasar a un cruasán» , le pilló tan desprevenido que no le quedó más remedio que hacer las maletas y fugarse a un pequeño pueblo de Gerona en busca de paz y sosiego. Para cuando regresó a Barcelona una década después, lo que se encontró fue una ciudad prácticamente irreconocible. «De repente había cotorras, los adultos llevaban pantalón corto y los turistas se habían multiplicado», recuerda Pablo Tusset, pseudónimo sobre el que el escritor David Cameo (Barcelona, 1965) ha edificado una desternillante y salerosa carrera literaria.

También están, claro, esas novelas más serias y oscuras que firma con su propio nombre y con las que juega al despiste mientras sus lectores no saben muy bien si reír o llorar, pero ahora lo que toca es echarse unas risas a costa de la implacable transformación de Barcelona en parque temático. «La Barcelona de Vázquez Montalbán ya desapareció, igual que la postolímpica , y ahora estamos entrando en nueva era, la de Barna City. La ciudad sigue careciendo de vanguardia artística o de contracultura propia, pero tenemos a Gaudí y el modernismo», explica Tusset.

Esa Barna City de la que habla es, de hecho, el gran patio de juego en el que se desarrolla «Sakamura y los turistas sin karma» (Destino) , disparatada distopía sospechosamente real y peligrosamente cercana en la que la Sagrada Familia se ha convertido en el primer parque acuático modernista del mundo, todas las calles han sido rebautizadas con nombre de estrellas del cine y la música, y la densidad de turistas japoneses ha llevado a una empresa nipona a probar sobre el terreno su última gran creación: androides hiperrealistas y atiborrados de inteligencia artificial.

Androides que, faltaría más, se pasean por la ciudad disfrazados de turistas de japoneses para no llamar la atención. Androides que, haciendo oídos sordos a la robótica de Asimov, acabarán sembrando el caos en la ciudad y disparando todas las alarmas de la turismofobia. Menos mal que tenemos al octogenario Sakamura, el venerable y algo patoso inspector zen que ya asomó la cabeza en la no menos delirante «Sakamura, Corrales y los muertos rientes» , para intentar deshacer el entuerto y diferenciar entre los buenos turistas y los androides obsesionados con «Blade Runner».

Thriller «gris marengo»

«A los turistas los hemos convertidos en seres sospechosos. Son enemigos que nos echan de nuestros pisos, pero este odio pasará, porque lo que no ocurrirá es que dejen de venir. Al final,  creo que la mayoría de los barceloneses ven el turismo como un activo para la ciudad», apunta Tusset sobre el origen de una novela que, dos por uno, anuda turismo y robótica para asomarse al futuro inminente con una risa desencajada. He aquí, pues, una novela con aspecto de thriller dislocado que, más que negra, «es gris marengo» . «A Sakamura no le salen bien las novelas negras», bromea. Máxime si, como en este caso, se acompaña de una hacker hiperactiva y versada en la deep web que parece un trasunto borroso de la Lisbeth Salander de Stieg Larsson . «Sólo leí el primer libro de la serie y ella me pareció un personaje interesante, pero la novela a veces parecía un listado de muebles de Ikea» , relativiza.

De vuelta a Barcelona, Tusset, reconoce que la ciudad ha cambiado a marchas forzadas, pero ni siquiera eso tiene porqué ser un drama. «Estamos convirtiendo Barcelona en un parque temático y algunos barrios ya los hemos perdido completamente, sí, pero mientras quede un hueco para nosotros viviremos bien», sostiene. Eso sí: puestos a elegir, el autor de «En el nombre del cerdo» se quedaría antes con un robot -uno tipo R2D2 que planchase y le diese conversación- antes que con según que turistas. «Prefiero un robot educado que un cafre humano», asegura, consciente de que, a pesar de todo, con la inteligencia artificial llegará también la estupidez artificial. «Vamos a tener inteligencia artificial desagradable», subraya.

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