El otro canon de la literatura hispanoamericana
Páginas de Espuma publica una antología de cuentos de escritoras del siglo XX cuyos nombres fueron ocultados
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Iniciar sesiónLos nombres de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes, por citar sólo a aquellos que abanderaron la cara más conocida del «boom» latinoamericano, forman parte de nuestro imaginario colectivo, y sus principales obras están presentes tanto en los programas educativos de este ... y el otro lado del charco como en las bibliotecas que todos tenemos en casa. Sin embargo, muy poco, casi nada, sabemos sobre las autoras, muchas coetáneas y colegas de farra de ellos, que en ese momento, pero también antes y con posterioridad, estaban escribiendo, aunque nunca salieron en la foto.
De ahí el título, «Vindictas» –participio del verbo latino vindico, «vengar», «castigar», «entregar», «proteger»– de la antología de cuentos que la editorial Páginas de Espuma, en colaboración con la Universidad Autónoma de México (UAM), acaba de publicar, en la que rescata, de las fauces de la (des)memoria crítica, a veinte escritoras de otras tantas latitudes diferentes de toda la geografía que abarca la lengua española: María Luisa Puga (México), Mimí Díaz Lozano (Honduras), Mirta Yáñez (Cuba), Gilda Holst (Ecuador), Marvel Moreno (Colombia), Armonía Somers (Uruguay), Mercedes Gordillo (Nicaragua), María Luisa Elío (España), Hilma Contreras (República Dominicana), Susy Delgado (Paraguay), Silda Cordoliani (Venezuela), Rosario Ferré (Puerto Rico), Pilar Dughi (Perú), Magda Zavala (Costa Rica), Ivonne Recinos Aquino (Guatemala), Marta Brunet (Chile), Bertalicia Peralta (Panamá), María Luisa de Luján Campos (Argentina), Mercedes Durand (El Salvador) y María Virginia Estenssoro (Bolivia).
La antología tiene su origen, en realidad, en un proyecto más ambicioso encabezado por la directora de Libros de la UAM, Socorro Venegas, que es, además, escritora y editora: la «Colección Vindictas» de novela y memoria. «El planteamiento del proyecto, que comenzó el año pasado, fue rescatar las novelas de escritoras latinoamericanas que no tenían la visibilidad que su obra exige. Es una obra que exige ser leída, porque tiene la calidad para estar dentro de los catálogos vivos de las editoriales», explica Venegas, en conexión, vía Zoom, desde México. Una vez puesto en marcha el proyecto, al escritor Jorge Volpi se le ocurrió proponerle a Juan Casamayor, responsable de Páginas de Espuma, la edición de una antología de cuentistas.
«Nos dejó allí la encomienda, Juan la aceptó con mucho entusiasmo y nos pusimos a trabajar a la búsqueda de estos cuentos perdidos para los lectores», recuerda Venegas. Pero, ¿cómo localizarlos, cómo dar con nombres borrados de la historia literaria y, además, en plena pandemia? Juan y Socorro fueron tejiendo lo que ellos denominan «red de corresponsales»: escritoras, investigadoras, académicas, nacidas en las décadas de los 80 y de los 90 que, como enfatiza Venegas, «abrieron sus bibliotecas personales, que hurgaron en su memoria, que si no tenían el libro iban a buscarlo a la casa de un amigo, de un colega, nos escaneaban textos, nos ponían en el radar nombres de autoras... Llegamos a recibir textos por fotos a través de WhatsApp». «Sin esta labor previa, hubiera sido imposible», reconoce Casamayor, presente, asimismo, en la conversación telemática.
Con esas pistas sobre la mesa y la premisa de elegir un cuento por país, comenzó la labor de lectura y selección. «Desde marzo hasta septiembre –detalla el editor– nos hemos reunido todos los domingos por la tarde, en una suerte de Decamerón, en mitad del confinamiento. Una vez que ya habíamos seleccionado un cuento que nos gustaba, abordábamos de una forma extensiva esa obra: leíamos uno, dos, tres libros de la escritora para ver si lo que nos ofrecían era realmente lo que más nos gustaba. Hemos tenido problemas metodológicos propios de una bibliografía de ediciones muy bajas y de editoriales difícilmente encontrables».
Búsqueda
En esa búsqueda incesante, para Vengas fue «una maravilla» dar con la hermana de María Luisa Puga. «Fue una escritora que tuvo en vida un reconocimiento, que fue leída y, sin embargo, ahora es tan poco conocida... Yo me preguntaba cómo puede ser tan fácil echar la losa sobre una obra viva». A Casamayor, por su parte, le «adoptaron varias autoras». «Me han salido como abuelas o madres en toda Latinoamérica, porque hay un conjunto de escritoras que están vivas, algunas muy mayores… Yo, que tengo experiencia de decir sí a alguien que publica su primer libro, creía que eso era insuperable, hasta que le dices que le vas a publicar un texto a alguien cuya obra está invisibilizada. Era tanta la emoción que parecían chicas de 19 o 20 años y estaba hablando con mujeres, en algunos casos, de más de 80».
El editor ha estado, igualmente, en contacto con hijos como el de Mimí Díaz Lozano, la escritora hondureña, o el de María Luisa Elío, la española. Pero también ha habido casos, los más tristes, en los que nadie ha respondido. «Cuando digo nadie –aclara el editor– es que nadie quiere hacerse cargo de la obra de esa tía que escribía… Me refiero a Armonía Somers, que es una escritora que ahora se está reivindicando, que se acaba de publicar “Mujer desnuda” en España, y que tiene una sobrina, pero nadie ha querido hacerse cargo de ese corpus literario».
Una aciaga realidad con la que se justifica, todavía más, el objetivo de «Vindictas». «Estamos proponiendo una relectura del canon del siglo XX, una relectura de nosotros mismo como lectores. ¿De verdad hemos leído la mejor literatura del siglo XX? ¿Podemos estar seguros de eso cuando hemos ignorado a la otra mitad del continente? Ahí ha estado una mirada machista de la literatura, de lo que vale la pena leer, publicar… Se ignoró por completo lo que ellas escribían. Su trabajo se mantenía subterráneo, pero no porque ellas quisieran, ese no era el lugar que les correspondía, la periferia no es su lugar, el olvido no es su lugar, su condición nunca ha sido ser invisibles. Hubo un deliberado silenciamiento», argumenta Venegas, con vehemencia.
Una mirada distinta
Este libro viene, por tanto, a llenar ese vacío inmenso, pero no sólo de nombres, también de temáticas y puntos de vista. Una mirada distinta. «Estas escritoras proponen unas estéticas, unas estrategias narrativas que chocan con sociedades muy conservadoras y moralmente muy pequeñas. Si se habla del lenguaje y la política del cuerpo, de relaciones sexuales libres y propias, del divorcio… Todos eso estaba frontalmente chocando con una realidad», enfatiza Casamayor.
En la antología están presentes, de hecho, dos casos bien representativos de esa dolorosa circunstancia: los de María Virginia Estenssoro e Hilma Contreras. «Es increíble que a Estenssoro, por hablar de un amor extramatrimonial y un aborto voluntario, se le acalló y dejó de escribir, se le silenció la escritura. A Hilma Contreras, que escribió un cuento sobre el lesbianismo, no siendo lesbiana, además, se le crucificó en vida y dejó de escribir; se le dio el premio Nacional de las Letras de República Dominicana en 2002, con 90 años, y se hizo una separata del cuento famoso y volvió otra vez a crearse la polémica», se lamenta Casamayor.
Venegas se despide con un cuestionamiento que suena a lema de los que se enarbolan para las causas más justas: «¿Por qué en una mujer pasa por histeria lo que es historia? Tener una carrera literaria es un derecho de todo escritor, pero que a ellas les fue negado. Y si ellas, que habían hecho posgrados en la Sorbona, que dirigieron editoriales, que fueron profesoras, académicas, no tuvieron posibilidades, imaginemos quienes no hayan tenido el acceso a esos espacios. Es una tarea de arqueología».
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