Una nueva luz para leer el ‘Génesis’

Blackie Books rescata el texto bíblico con una traducción laica que subraya su potencia literaria y sus contradicciones

Detalle de 'La creación de Adán', de Miguel Ángel

Al principio Elohim creó los cielos y la tierra. Luego la luz y la oscuridad, y después todo lo demás: el agua, el verdor, las estrellas, los monstruos marinos, las aves, los reptiles y los demás animales. Los últimos fuimos nosotros. Y así empezó la ... vida. O al menos así empieza el ‘Génesis’, que es uno de esos relatos inevitables que conocemos perfectamente aún sin haberlo leído, por la Capilla Sixtina o por ‘Los Simpson’. Ya se sabe: Adán y Eva, la serpiente, Caín y Abel, el diluvio universal, Noé y su arca, el diluvio, la torre de Babel, Abraham e Isaac y tantos otros sucesos. Más que un libro es una fuente de historias, un mar en el que hemos pescado desde hace miles de años.

Pau Ferrandis pensó en eso cuando decidió que el ‘Génesis’ iba a ser la segunda entrega de su colección Clásicos Liberados, publicada por Blackie Books. «Es que es una fuente de sabiduría y placer estético inagotable», sentencia. Lo que ha hecho con esta edición es rescatar el texto original y enriquecerlo con un aparato de notas eruditas a la par que innecesarias, además de contextualizar ciertos episodios con páginas de apoyo para subrayar su importancia. Por ejemplo: después de leer los dos capítulos de la creación, el del nacimiento del ser humano en general y el de Adán y Eva en particular, nos encontramos la teoría de los preadamitas, según la cual Dios creó primero a los gentiles y luego a Adán y Eva, siendo los primeros una especie inferior que se podía esclavizar, tal y como se repetía en Estados Unidos en pleno siglo XIX.

Más adelante otro mito se derrumba ante nuestros ojos: puede ser que lo que le quitaran a Adán para dar vida a Eva no fuera una costilla, sino un hueso del pene. Lo argumentaron en 2001 los profesores Scott F. Gilbert y Ziony Zevid, que se apoyaron en la observación (independientemente del sexo tenemos 24 costillas) y en un error de traducción, pues la palabra hebrea para ‘costilla’ también puede traducirse como ‘viga’ o ‘soporte’. Lo peor es que tiene sentido (esto hay que pensarlo acariciándose el costado con la yema de los dedos, para terminar de convencernos).

'La creación de Eva', de Bartolo di Fredi

Ahí va otro dato de Trivial: en el arca de Noé había hasta unicornios (eso apunta el ‘Libro de horas de Carlos V’), pero faltaban muchos de los animales del planeta. ¿Por qué? Según el erudito Athanasius Kircher (1602-1680), el secreto está en la mierda: se creía que había insectos, reptiles y pequeños mamíferos, como los ratones, que se reproducían por generación espontánea a partir del estiércol, por lo que no fue necesario subirlos a la embarcación. Tampoco se hace ninguna mención a los dinosaurios en ningún momento del relato, pero eso es otro asunto.

Así podríamos seguir hasta la saciedad, porque por cada línea del ‘Génesis’ hay miles de interpretaciones y elucubraciones y reescrituras que se han hecho a lo largo de la historia. Con todo, lo revolucionario de esta edición no es esa colección de informaciones gamberras, sino la traducción, que es nueva e innovadora: es la primera laica que se hace en España desde siempre, que se sepa. «Hasta ahora, las traducciones estaban poseídas por un espíritu religioso, porque todas habían estado patrocinadas por editoriales de carácter religioso», asegura Javier Alonso, que firma este ‘Génesis’. El hecho, insiste, no es anecdótico, pues condiciona por completo el trabajo de interpretación.

Los nombres de Dios

El caso más claro es el de los nombres de Dios. «En las traducciones modernas de la Biblia unas dirán Dios, otras Nuestro Señor y otras Jehová, que es una construcción artificial de una palabra que no existe para cumplir el mandato divino de no tomar el nombre de Dios en vano. Yo he respetado lo que decían los autores originales: hay pasajes que hablan de Yahvé y otros de Elohim, e incluso de los dos a la vez», explica. Para algunos estudiosos, esta distinción es clave, pues Yahvé no actúa igual que Elohim. Este último crea con la palabra, no con las manos, y es más distante, más abstracto. Si se comunica con los humanos es a través de voces o apariciones en sueños, nunca desvelándose. Yahvé, en cambio, se pasea por el Edén, goza del olor a carne asada de los sacrificios, habla directamente con Adán y Eva.

«No hallo evidencia en el texto, ni rastro de ella, de que Yahvé y Elohim sean la misma persona. (...) En realidad, creo que basta con releer con un poco de atención el ‘Génesis’ para percibir que lo que se nos cuenta es una historia de acciones entrecruzadas, de réplicas y contrarréplicas», subraya el filósofo y matemático Arthur Dobb en un breve ensayo recogido al final de la edición. Para él, los dos dioses se dedican a rectificar o mejorar los actos del otro. Por ejemplo: «Es Elohim quien ordenó a Abraham que le ofrezca en sacrificio a su hijo Isaac. Probablemente esto a Yahvé le parece una barbaridad, porque manda a su ángel a detener a Abraham».

Por cierto, no hay duda en el ‘Génesis’ de que Dios es una entidad masculina, porque tanto Yahvé como Elohim son nombres de ese género. Aun así, para el inclasificable Nick Cave, la voz de la divinidad no sería la de un hombre, sino algo mucho más complejo: «Tengo la esperanza de que la voz de Dios no sea un vozarrón masculino autoritario (...) Quizá, Dios posee la voz de los billones de almas anónimas reunidas, una congregación de difuntos que hablan como uno solo –sin rencor, dominación o división; una gran llamada de múltiples capas que suena desde los cielos a través, quizá, de la voz pequeña y determinada de un infante; asexual, pura y sin complicaciones– que dice: “Mírame. Estoy aquí”». Sin duda sería una bonita forma de decir la eternidad.

Reiteraciones

En el ‘Génesis’ hay reiteraciones extrañas, episodios que se repiten e incluso se contradicen entre sí, dando la impresión de formar una suerte de collage. Para Javier Alonso, estos ‘errores narrativos’ tienen que ver con la propia naturaleza de la obra. «Todo el Pentateuco [los cinco primeros libros de la Biblia] es un documento de mínimos para aglutinar a dos pueblos que en origen no eran una sola nación –señala–. La historia sagrada cuenta que Israel era un solo pueblo, y que se separó con la muerte de Salomón. Lo que dice la arqueología es lo contrario: que eran dos pueblos vecinos, con lenguas y costumbres similares, pero con creencias diversas, cada uno con sus libros sagrados. El ‘Génesis’ sería la fusión de esos textos. Y cada pueblo tiene sus patriarcas: Abraham de Judá, Isaac y Jacob de Israel, etcétera».

Luego están las ‘fake news’, que existieron desde el principio mismo: Lot se separa de su tío, Abraham, porque no hay tierra de pasto para sus dos rebaños, y se marcha a Jordania. Así se separa de la estirpe judía, y claro, con el tiempo reniegan de él y de su descendencia. Se empieza a comentar que había huido después de acostarse con sus hijas… Y todo esto sin bots rusos detrás.

En el plano más literario, lo que sorprende del texto es la ausencia de adjetivos: lo que prima es la acción, no la descripción. Los hechos se suceden a toda velocidad, como en un tráiler, el tráiler de la historia de la humanidad, nada menos: Elohim crea el mundo en seis días y tres páginas, y a la serpiente le basta una frase para engatusar a Eva. A Abel lo conocemos y lo despedimos en solo veinte líneas: lo que tarda Caín en celarse y matarlo. «Esta forma de contar es un prodigio. El ‘Génesis’ se escribe en una época similar a la de la ‘Ilíada’ y la ‘Odisea’, que están llenas de adjetivos. Aquí mandan los verbos y los sustantivos, porque el ‘Génesis’ está pensado para que su mensaje lo entienda todo el mundo. En Grecia eran poetas profesionales, pero la literatura hebrea estaba en manos de sacerdotes», asevera Alonso.

En el ‘Génesis’ se crea la primera frontera (el paraíso y lo otro), y asistimos al primer crimen de nuestra especie. También entendemos que la finitud del corazón tiene un sentido, igual que vamos descubriendo de qué madera (o barro, o polvo) estamos hechos los seres humanos. «De manera intuitiva, siempre llevaba la lectura a mi terreno, sobrecogida tal vez, pero sin reverencia. Empapándome de inspiración futura, alimentando monstruos pero también un conocimiento preciso, demoledor, de la naturaleza humana. Aprendiendo a desconfiar de la autoridad, asistiendo a los peligros de la obediencia ciega. Es decir, todo lo contrario de lo que me enseñaban en la escuela», cuenta en su epílogo la escritora Sara Mesa, que descubrió el ‘Génesis’ con nueve años y desde entonces no ha dejado de volver a él.

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