Niklas Natt och Dag: «En la neutralidad de Suecia hay un alto grado de cobardía»
El autor sueco culmina su exitosa trilogía sobre el Estocolmo mugriento del siglo XVIII con '1795'
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Iniciar sesiónAntes de convertirse en autor de éxito internacional y embotellar los aromas pútridos del Estocolmo del siglo XVIII para enviarlos a más de una treintena de países; antes incluso de malvivir como periodista y soñar con firmar una trilogía que haría las delicias de los fans del noir histórico más escabroso, ... Niklas Nat Och Dagg (Estocolmo, 1979) tuvo que hacer, como casi todos los suecos de su generación, el servicio militar obligatorio. ¿Su tarea? Mantener a raya a los borrachos que salían tambaleándose de las tabernas de Gamla Stan y evitar que orinasen en el obelisco erigido en honor a Gustavo III frente al Palacio Real de Estocolmo. «Cuando pillábamos a alguno le dábamos un cubo y una fregona para que lo limpiara. Luego debía hacer una reverencia y disculparse ante el monolito», explica el autor a los pies del monumento, una suerte de memorial de la guerra ruso-sueca de 1788 que Gustavo III, asesinado en 1792, jamás llegó a ver.
Tampoco aparece el obelisco, construido en 1799, en las páginas de las novelas de Natt och Dag, pero los desastres de la contienda están muy presentes en una trilogía que llega ahora a su fin con '1795' (Salamandra), justo a tiempo para recordarnos que todo vuelve. También la guerra. Y Putin. La misma piedra, una y otra vez. «La historia nos dice que estamos condenados a cometer los mismos errores. Y es espeluznante», asegura el escritor. Porque mientras que en sus libros la guerra cada vez queda más lejos, fuera de ellos Suecia está a punto de renunciar a su legendaria neutralidad para hacer frente a la amenaza rusa. «En la neutralidad de Suecia siempre ha habido un alto grado de cobardía -dice Nat Och Dagg-. Ya sabes: tal vez los alemanes no nos invadan si permitimos que muevan tropas y demás mientras al mismo tiempo besamos el trasero de Churchill».
La actualidad, en cualquier caso, puede ser un buen engorro, una molesta interferencia, para un autor que se despide estos días de una saga dieciochesca repleta de cuerpos mutilados, veteranos de guerra alcoholizados y grotescos rituales a cargo de tipos adinerados. «Pase lo que pase, siempre hay un lugar totalmente frío en mi cabeza en el que pienso todo el rato en el argumento de mi novela», aclara.
Y después de reinventar el thriller histórico y asesinar a uno de sus protagonistas en '1793' y hurgar en el pasado esclavista de Suecia en '1794', en lo que piensa ahora Nat Och Dagg es en pararle los pies a un villano antológico, el feroz Tycho Ceton, mientras suelta amarras de Mickel Cardell, Emil Winge y Anna Stina, personajes a los que llega a pedir disculpas por haberles hecho habitar en un mundo tan turbio y mugriento. «No quiero ser recordado como un pornógrafo violento que va demasiado lejos todo el tiempo», reconoce ahora que las tornas han acabado por girar del todo y lo histórico, ya sean las guerras intestinas por el poder, los efluvios libertarios de la Revolución Francesa o la prohibición del café en la Suecia del sigo XVIII, se ha impuesto a lo grotesco y criminal. «Cada vez me resulta más difícil ocultar que ya no estoy demasiado interesado en la investigación del crimen», asegura.
Más extraño que la ficción
La violencia, insiste el también descendiente de una de las familias más antiguas de la nobleza sueca, «debe retratarse como algo realmente aterrador», pero las reacciones que suscitó '1793' le dejaron un tanto descolocado. «He leído tantas cosas extrañas durante toda mi vida que no pensé que fuera para tanto», relativiza un autor crecido entre los cómics de Alan Moore y las novelas de espanto y convencido de que, ya saben, la realidad siempre acabará dejando en ridículo a la ficción. «Cuando empecé a escribir sobre la orden secreta de Los Euménides inspirándome por un lado en los masones y por otro en los libertinos de 'Los 120 días de Sodoma' pensé que era un cliché, algo demasiado forzado, pero de pronto aparece Jeffrey Epstein y su isla secreta y, guau, eso era mucho peor», relata.
La de los Euménides y sus infames rituales es otra de las tramas de un novela con la que Nat Och Dagg rebaja vísceras e higadillos (para compensar, '1795' incluye la escena más incómoda y atroz de toda la serie), para adentrarse en los claroscuros de la Ilustración y en esas brechas sociales que, siglos después, siguen campando a sus anchas incluso en una de las sociedades más aparentemente modélicas. «Lo que sucede con cada revolución es que una élite es reemplazada por otra y todas toman lo que quieren», resume un autor que, pese al rancio abolengo familiar, acaba de descubrir lo que es vivir de manera despreocupada. «Por primera vez en mi vida tengo bastante dinero. No es que viva una vida extravagante, pero ya sabes. Hay mucho dinero y estoy intentando procesar el hecho innegable de que dinero equivale a poder y equivale a corrupción. Sientes que eres mejor o que tienes más derechos, lo cual no es cierto. Creo que esa es la base de que nuestra sociedad sea el pozo de mierda que siempre ha sido y siempre será. Porque si el castigo por un delito es pagar una multa, significa es legal si eres eres rico», reflexiona.
Embarcado desde hace un tiempo en la adaptación al cómic de '1793' -para el trasvase audiovisual, apunta, habrá que seguir esperando-, Niklas Natt och Dag se prepara ya para su siguiente proyecto, una saga familiar de cuatro novelas que empieza igual que este artículo: a los pies de un monumento de Estocolmo. En este caso, la estatua de Engelbrekt Engelbrektsson, líder insurgente al que Måns Bengtsson Natt och Dag, antepasado del escritor, asesinó con un hacha en 1436. «Puede que '1796' hubiese sonado más apetecible, pero ya tengo una nueva idea y he empezado a hacer nuevos amigos imaginarios», bromea.
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