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Nickolas Butler: «Escribir sobre religión y fe en América sigue siendo un tabú»

El estadounidense regresa con «Algo en lo que creer», novela que explora las fricciones entre relaciones familiares y creencias extremas

Nickolas Butler, fotografiado este viernes en Barcelona Inés Baucells
David Morán

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A estas alturas, con tres novelas publicadas y una cuarta en camino, a Nickolas Butler ya se le puede empezar a explicar por sí solo. Atrás quedan, pues, las obligatorias menciones a Bon Iver y su conexión con Justin Vernon, faros que iluminaron la gestación del muy emotivo y sorprendente «Canciones de amor a quemarropa», o el recitado a la carrera de ese pintoresco currículum que, de un Burger King a un tostadero de café, aún le acompañaba cuando aterrizó para promocionar «El corazón de los hombres», su segunda novela.

Ahora, coronado ya como uno de los grandes retratistas del Medio Oeste americano, Butler sólo piensa en llegar hasta donde lo hicieron Jim Harrison y Annie Proulx mientras busca nuevas maneras de seguir contando las mismas historias de siempre. Historias de amistad, fidelidad y familia como la de «Algo en lo que creer» (Libros del  Asteroide), novela con la que regresa a las librerías para explorar las fricciones entre familia y creencias llevadas al extremo.

«Esta novela está parcialmente inspirada en los sucesos ocurridos en Weston, en el estado de Wisconsin, el 23 de marzo de 2008», leemos en el epígrafe. ¿Qué ocurrió?

Que una niña de once años, Kara Neumann, falleció por complicaciones derivadas de la diabetes. Básicamente se deshidrató. Todo lo que necesitaba era suero, pero sus padres eran parte de un grupo religioso muy extremista y relacionaron su enfermedad como una debilidad de su fe. Así que rezaron por ella en vez de llevarla a un hospital. Fue un caso muy famoso en Wisconsin, pero hasta que mis hijos no crecieron no empecé a pensar en ello e investigar sobre el tema. Leyendo casos horribles de niños muriendo innecesariamente pensé que sería algo interesante sobre lo que escribir. El problema es que era un tema muy oscuro y necesitaba algo de luz. Escribir un libro únicamente sobre curaciones por la fe y extremistas religiosos era demasiado.

Algo de esa oscuridad ya estaba presente en su anterior novela, «El corazón de los hombres». Entonces dijo que hubiese preferido hacer otra novela luminosa como «Canciones de amor a quemarropa», pero que su obligación era ser honesto con lo que ocurría en el mundo.

Exacto. Cuando escribí «Canciones de amor a quemarropa» estábamos al principio de la administración Obama y América era un lugar muy diferente. Y sí, siento que tengo una obligación artística a la hora de retratar de forma precisa lo que pasa no solo en mi parte del mundo, pero supongo que sobre todo en América. En este sentido, el extremismo religioso es algo que me preocupa, pero al mismo tiempo creo que es importante reflexionar de forma honesta sobre fe y religión, porque ahí hay elementos centrales de lo que supone ser humano.

¿Diría entonces que «Algo en lo que creer» refleja la relación de la sociedad americana con la fe y la religión?

Hablar de religión en América es algo imposible. Es muy complicado. Para mí lo que era importante era explorar la idea de creencia en un espectro en el que caben desde extremistas chiflados a gente que no cree en nada. Pero no creo que pueda sentarme aquí y decir: «Oh, sí, este libro es un análisis del comportamiento religioso en América». Nada de eso.

¿Cómo es su relación con la fe?

Crecí en la iglesia luterana, pero me considero agnóstico. De todos modos, no soy científico, soy artista, y creo que la ficción es mucho más poderosa si tiene un componente mágico. Y la religión es una especie de magia, tiene algo de pensamiento mágico, y eso es algo interesante de explorar en los confines de la ficción. Escribir sobre religión y fe en América sigue siendo tabú, pero no quiero renunciar a ello.

Una vez más, la familia está en el centro del relato.

Me encanta esa idea de historia confinada que encuentras en una familia. No tienes que ir a por la historia de un país o una ciudad. Te basta con la familia. Y en este libro me interesaba mucho plantear qué sería capaz de hacer un un abuelo para proteger a su nieto de su propia madre.

Hablando del abuelo, ¿cómo ha sido ver el mundo a través de un personaje como el de Lyle, un jubilado de 65 años?

Uso como ejemplo «Gilead», de Marilynne Robinson, en el que todo funciona muy bien porque el personaje está muy cerca del final de su vida. Y yo pensaba en Lyle de la misma manera. En cierto modo, escribir sobre Lyle era hacerlo sobre mi suegro, que básicamente es uno de mis mejores amigos, y me di cuenta de que me gustaba mucho ver el mundo a través de sus ojos.

En «El corazón de los hombres» hablaba de los boy scouts y sus códigos de conducta y aquí de creencias, temas que parecen estar desapareciendo del discurso público.

A mí me interesa la amistad y la moral. No sé si diría que son cosas que están desapareciendo, pero siempre me ha interesado la gente que tiene un código de conducta. Eso es recurrente. Y si escribes sobre las mismas cosas es porque intentas descifrarlas por ti mismo.

Wisconsin es, además de su hogar, el escenario de todas sus novelas. ¿Cómo afecta eso a las historias?

¿Querrían los lectores españoles que yo escribiese un libro sobre Barcelona? Lo dudo. Los lectores buscan autenticidad. Y yo no estoy interesado en escribir libros en los que no crea. Conozco Wisconsin, a su gente, su paisaje, las estaciones, cómo suena, cómo huele… Es todo muy natural. A veces puede ser arriesgado localizar demasiado tu ficción, sí, pero no escribiría sobre alguien o algo que no respeto o admiro.

Da la sensación que buena parte de lo que ha hecho desde que publicó «Canciones de amor a quemarropa» ha sido dar esquinazo a todo lo que se esperaba de usted como autor supuestamente generacional.

Podría haber escrito la segunda, tercera o cuarta parte de aquella novela, sí, pero, como decía, siempre he intentado ser auténtico. Quiero mantener viva la curiosidad. Puede que los libros aborden los mismos temas, pero son completamente diferentes. Además, vivo en medio de la nada, así que me preocupa más bien poco cómo se me etiquete literariamente. Por otro lado, y por utilizar como ejemplo a Justin y Bon Iver, cada uno de sus discos es diferente. Son trabajos muy valientes. Podría hacer discos maravillosos de pop-rock, pero no le interesa. Y eso también es una inspiración.

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