La mirada del niño

El premio Reina Sofía engrosa este año su ya espléndida nómina con un poeta mayor: José Emilio Pacheco , quizá la voz más clara de la generación de escritores que comenzó a publicar en los años 60. Poeta, traductor, editor, gran animador cultural y muy ... querido profesor universitario, Pacheco (México DF, 1939) se dio a conocer en 1963 con su poemario «Los elementos de la noche», al que siguió «El reposo del fuego» tres años después. Ya en esos primeros libros, la escritura del poeta manifestaba con rara y temprana plenitud las constantes de un estilo en el que un sólido conocimiento de la tradición poética -lo mismo clásica que moderna- se alía con la transparencia, en busca de una franca pero no fácil testimonialidad. Pacheco no sólo miraba hacia las vanguardias europeas (simbolistas, surrealistas) sino también a los poetas y artistas mexicanos e iberoamericanos que se habían sustraído a los grandes dogmatismos de la época, como fueron los integrantes de «Contemporáneos» y como habrán de ser Alí Chumacero y Octavio Paz , éste último un padre joven -por así decirlo- con quien siempre mantuvo un diálogo intenso que a veces no fue bien avenido, aunque los desacuerdos nunca rompieron los sutiles hilos del afecto -me consta que los dos poetas siempre se quisieron.

Infancia y desasosiego

Joven de su tiempo, Pacheco también escuchaba con natural empatía la voz de una juventud por entonces emergente y que se reconoía en la generación "beat" y que dejaba oír a través del jazz y el rock... una juventud cuyos poetas de cabecera habrán de ser, en México, Efraín Huerta o Jaime Sabines. En fin, ya en aquellos primeros libros se hacían presentes los temas que habrán de acompañarle durante toda su trayectoria poética: la infancia forjadora de la mirada del hombre, el desasosiego ante una existencia en la que el azar y el absurdo se presentan en cada tirada de dados, y la búsqueda de sentido en los otros, pero cuya conciencia social se halla más cerca de la «tribu» que de la «clase».

Después del inmenso trauma de la matanza de Tlatelolco, ocurrida el 2 de octubre de 1968 poco antes de dar comienzo los Juegos Olímpicos, Pacheco publica «No me preguntes cómo pasa el tiempo», libro en el que se afila el pensamiento, libro de inquisiciones e interrogaciones, donde se ventila cuál ha de ser la función del poeta y de la poesía, y en el que se anuncia otro de sus temas más afines: la erosión del tiempo. A partir de ahí desarrollará su discurso de madurez en poemarios como «Irás y no volverás» (1973), «Islas a la deriva» (1976) «Desde entonces» (1980), «Los trabajos del mar» (1982), «Miro a la tierra» (1986), «Ciudad de la memoria» (1989) y «El silencio de la luna». «La arena errante» (1999)... Obras en las que para mejor expresar sus temas medulares ha ido incorporando el aforismo, la alegoría y la fábula, y en las que ni el pesimismo ni cierto tono elegiaco han nunca oscurecido la mirada del niño que simpre fue, ha sido y es, formulando de nuevo aquella intuición de Woodsworth por la cual «la infancia es la patria del hombre». Obras a las que los lectores pueden acceder a través de la antología «Alta traición» o reunidas en «Tarde o temprano».

Por último, hay que señalar que la niñez y la adolescencia enmarcadas en la Ciudad de México también protagonizan la obra narrativa de José Emilio Pacheco en títulos como «El viento distante y otros relatos» (1963), «Morirás lejos» (1967), «El principio del placer» (1972) y «Batallas en el desierto» (1981).

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