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«El mapa y el territorio»

Michel Houellebecq. Anagrama. 384 páginas. 21,90 euros

«El mapa y el territorio» RAFAEL CARMONA

RECAREDO VEREDAS

Michel Houllebecq cierra «Las partículas elementales», su novela más importante hasta la publicación de «El mapa y el territorio» , con un viaje a 2080. La especie humana ha sido sustituida por manipulaciones genéticas de extrema perfección. El narrador, en consonancia, disminuye su presunto nihilismo y rinde un homenaje a la capacidad del ser humano para amar y buscar el conocimiento. El atrevimiento resulta bienintencionado pero no posee la solidez que requiere toda elipsis, incluso termina siendo un tanto naif, lo que sonroja en un autor tan supuestamente ajeno a la emoción. Pero durante la última década Houllebecq ha crecido como narrador y como analista del mundo y, en consecuencia, el viaje al futuro que cierra «El Mapa y el Territorio» está construido con el cuidado y la contundencia que tal osadía requiere. Es un sutil e irónico homenaje a su país y al verdadero talento artístico y constituye la brillante clausura de una novela apasionante.

La novela no está al servicio de su ego, sino de sí misma

«El mapa y el territorio» no es una obra maestra porque combine con admirable soltura novela negra, narración de personajes y un intenso drama familiar. Lo es porque lanza una mirada lúcida, completa e inédita sobre la sociedad que nos rodea. Una mirada tan amplia que abarca a la economía pública y privada, al mercado del arte, a las consecuencias de la globalización y, sobre todo, al tema central de su autor, repetido de manera obsesiva a lo largo de toda su obra: la manera en que el capitalismo moderno modifica las relaciones humanas.

Es la suya una perspectiva tan amplia y tan concreta que, al mismo tiempo, dibuja el mapa, y desciende hasta el territorio, hasta los pensamientos más íntimos, más ocultos y, tal vez por eso, más comunes. Mucho se ha afirmado sobre la desesperanza de Houllebecq. Sobre un desaliento –muy próximo a la simple descripción, alejada del ruido emocional- que se halla en los cimientos de la tradición narrativa francesa y que en esta novela queda matizado por la incansable búsqueda de la pureza, casi mística, del protagonista. Una búsqueda en la que se contempla, con mayor nitidez que nunca, que Houllebecq no es un cínico, ni un nihilista, sino un moralista desengañado.

Obra maestra imperfecta

ABC

Sin embargo es una obra maestra imperfecta: el lector habitual del autor siente cierto deja vu ante los traumas familiares y la desidia de los protagonistas. Demuestran que Houllebecq no termina de despegarse de sí mismo a la hora de perfilar los personajes. La segunda objeción no se apoya en error alguno, pero podría decepcionar a muchos que un supuesto outsider siga la moda, casi la plaga, de la aparición del escritor en su obra. Al menos, como hace Coetzee en «Verano», no crea una imagen impecable de sí mismo. Más bien al contrario, ya que se muestra como un misántropo con tendencias alcohólicas. Además la novela no está, afortunadamente, al servicio de su ego, sino de sí misma, y la aparición del escritor solo es uno de sus pilares (y no el más importante).

Una obra maestra puede serlo pese a sus errores e incluso gracias a ellos. Así ocurre cuando las calificadas son narraciones indispensables. Y «El mapa y el territorio» lo es porque lanza una espléndida mirada sobre los cimientos de nuestra sociedad. Porque nos permite comprender, sin aspavientos y sin apartar la mirada, quiénes somos y de dónde procedemos.

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