Jostein Gaarder propone a los padres «que le hablen a los hijos de su amor»
El autor noruego relata en su último libro la relación de un padre con su hijo al que explica, antes de morir y a través de una carta, el origen de su nacimiento: el amor
FRÁNCFORT. En el día de su lanzamiento en 20 lenguas el autor del celebrado «Mundo de Sofía» descubrió ayer a este diario su nuevo libro, «La joven de las naranjas» (Siruela), una llamada a los jóvenes a que salgan a enamorarse y participar de la ... vida antes de aburrirse ante una pantalla.
«¿Estás cómodo, Georg, es importante que estés bien sentado porque voy a contarte una inquietante historia...». Así empieza la larga carta que un padre muerto dirige a su hijo de 15 años y va a cambiar su vida. A medida que avanza hacia su padre y su padre hacia él, Georg va a escribir a medias con él un libro penetrante y misterioso.
La idea está inspirada en parte «en aquella canción que quiso cantar Nathalie Cole sobre la música tocada por su padre muerto», Nat King Cole, la justamente llamada «Unforgetable», pero «es sobre todo la historia de un enamoramiento». Padre e hijo van escribiendo un reencuentro, explica Jostein Gaarder, adentrándose en un universo simbolizado por el telescopio viajero «Hubble» que tanto fascina al adolescente y viaja en la inmensidad, «como si abriera una puerta a otra dimensión» entre los dos, 11 años después de la que parecía irreparable separación.
«Ojalá los padres se sentaran con sus hijos a contarles cómo llegaron a aquí, cómo y porqué se enamoraron; porque los hijos creen de modo natural que la historia, incluida la de sus propios padres, empieza con ellos». En 1990, coincidiendo con el lanzamiento de la sonda espacial Hubble, el padre de Georg va a morir, «sabe que dejará pronto solos a su hijo de 3 años y a su mujer» y siente la «necesidad desesperada» de contarle a su hijo para el futuro cómo fue el extraordinario amor que terminó por traerlo al mundo.
«La pregunta consiguiente que arroja al hijo es si valió la pena nacer y vivir, y el sufrimiento ahora de morir, dejando a medias su historia y un hijo pequeño», explica Gaarder, dando uno de sus habituales saltos trascendentes: «la respuesta a ese absurdo la tiene el hijo», depende de lo que haga de su vida habrá tenido sentido. «Por eso me gustaría que los jóvenes celebraran cada mañana el nuevo día, según esa vieja idea del «carpe diem», en lugar de aburrirse ante una consola», «que cierren este libro, apaguen esa película y salgan a vivir directamente ese misterioso enigma de la naturaleza en que vivimos». El padre ha empezado a contar a Georg el fabuloso encuentro que tuvo de joven, con una enigmática muchacha que llevaba un bolsón de naranjas, y cómo su atrayente misterio lo llevará a seguirla hasta Sevilla, un lugar que Gaarder visitó ya en «Maya» y siempre que ha querido ver «la luz de Goya».
El erotismo del enamoramiento
Al final del relato, en que se cruzan el del adolescente «a medida que recupera la lejanísima memoria de un padre al que apenas conoció», y el propio que le hace el padre, avanzando desde el pasado, Georg termina descubriendo que aquella fantástica joven que fue a estudiar pintura a Sevilla y, a partir de un choque fortuito en Oslo y un cesto de naranjas derramado, fue capaz de arrastrar a su padre detrás, es esa mujer aparentemente corriente que vive en su casa desde que nació: Su madre.
Gaarder, que dice resistirse a «enseñar nada a nadie», espera «despertar en los jóvenes la curiosidad por conocer el erotismo del enamoramiento» y «el amor de verdad, ese estado especial capaz de crear» y que sintoniza «con el universo, pero también con la vida y la muerte», expnlica el autor de «El espejo y el enigma» y «Vita Brevis». Pues «toda pareja debe saber que el amor tiene su fin, por divorcio o por la muerte de uno, el amor comporta el ser y el no ser». Gaarder, que pregunta lo más serio con brumosa suavidad nórdica en vez de con indignación, cree que tras «La joven de las naranjas» los jóvenes podrán preguntarse «qué es de verdad lo importante», si las paredes de su habitación o «cómo mirar el enigma del mundo en que vivimos».
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