Jorge Semprún, escritor: «la transición se ha hecho a contrapelo de la leyenda negra española»
«Veinte años y un día» es la primera novela que escribe en español. En ella recrea la situación de la posguerra en nuestro país utilizando el gran espejo de la realidad, la escenificación año tras año de un asesinato en un proceso expiatorio, sobre el que desarrolla la trama de la ficción
La luz cenital de Madrid parece posarse sobre la blanca cabeza de Semprún iluminando el rostro de Federico Sánchez, que después de tantos años en la clandestinidad se asoma de nuevo a la vida en su última novela: «Veinte años y un día» (Tusquets).
-¿ ... Cómo surgió esta novela de la posguerra española donde utiliza la realidad como elemento de ficción?
-Se trató este tema en el año 54 en el restaurante «El callejón», comiendo con Domingo Dominguín y con Hemingway, hace casi medio siglo. Esa conversación es real, lo mismo que la gente que nos encontrábamos allí. Domingo me presentó como Agustín Larrea, un sociólogo, porque ése era mi nombre en un documento de identidad falso. Hemingway decía con aquel acento yanqui tan profundo, aunque hablaba bien castellano: «Nuestra guerra, nuestra guerra... ¿por qué nuestra?». Todo eso es auténtico.
-¿Es también real la terrible historia de la ceremonia de expiación de un asesinato que se representa como un ritual dramático todos los años?
-Domingo contó esa historia extraña y alucinante, que es real, y la volvió a contar otra vez en Fuencarral con Juan Benet, que todavía no había escrito nada, y que fue el hombre que me puso en la pista de que esa historia que era preciosa y terrible podía ser una novela. Fue él quien dijo: «Oye, si parece de fábula». La familia Avendaño la inventé y la finca también, pero Pepe Dominguín le dijo a Domingo: «Por una vez, lo que cuenta este embustero de Agustín, porque así me conocían, es verdad. Esa historia ocurrió así».
-¿Se sitúan en su contexto real los personajes que aparecen como Javier Pradera, Múgica o Sánchez Dragó?
-Por supuesto, Sánchez Dragó era uno de los más jóvenes activistas comunistas de Madrid. También son reales las citas de los documentos policiacos, porque tengo fotocopias de las investigaciones en las revueltas de los estudiantes.
-¿Son sus personajes un reflejo de la gran burguesía española?
-Sí, trato de reflejar a esas familias donde había sus diferencias y sus oposiciones. Mi padre, por ejemplo, era de izquierdas pero muy católico, mucho, y tomó partido por el Frente Popular, mientras que otros no lo hicieron. Y lo curioso es que en el año 56 los que encabezan la oposición en la Universidad no son hijos de republicanos, sino de la alta burguesía del Régimen. Los Pradera, los Sánchez Mazas, los Sánchez Ferlosio, los Ridruejo, los Ruiz Gallardón. El padre de Alberto Ruiz Gallardón fue uno de los que estuvieron implicados con los estudiantes. Cuando vieron la lista de los detenidos en el Gobierno se quedaron perplejos. «¿Qué está pasando aquí? ¡Si son los hijos del Régimen!»
-¿De qué modo se ha sentido escribiendo por primera vez en español?
-Ha sido tan difícil como hacerlo en francés, salvo que la relación que tienes con la sensibilidad o la sensualidad de las cosas es diferente. Surge de repente un olor que es un recuerdo de la infancia... mientras que el francés te puede dar una mayor satisfacción conceptual.
-¿Federico Sánchez pensó en algún momento que la transición se podía llevar a cabo por estos cauces?
-Tengo que decir que nunca... pero ha sido algo importantísimo. Se ha hecho entre todos y además ha sido totalmente a contrapelo de la leyenda negra española: «Los españoles sois incapaces de entenderos, sólo sabéis mataros». Lo que está demostrado es que en España está consolidada la democracia a pesar del cáncer del terrorismo de ETA.
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