«Mi hermano y amigo mayor»
POR JORGE EDWARDS
Gonzalo Rojas era un hermano mayor, un amigo mayor, en la vida y en la poesía. Leí y releí Miseria del hombre en mi adolescencia, en un ejemplar que se desencuadernaba, cuyas hojas se repartían por toda la casa de mis padres, y todavía, arrugadas, ... en el fondo de un cajón, en el bolsillo de una maleta, encuentro esas páginas sueltas: poemas de lo oscuro, de la filiación, de las nubes y los ríos del sur, de las mantas de Castilla en los hombros del padre, de los relinchos de los caballos, del vapor del frío en el amanecer, de los golpes metálicos de las herraduras contra las piedras.
Conocí a Gonzalo en Chillán en el invierno de 1958, en un encuentro literario. Me acuerdo de un indio de manta y de arreos de plata antigua que se me acercó al final de una lectura de cuentos, de carreras entre Chillán nuevo y Chillán viejo, de las inimitables longanizas con pebre y con papas del Mercado. Era el riñón de Chile, el punto de partida de su poesía.
Ahora recibo la noticia de su muerte con tristeza, con la sensación de que el mundo se reduce como una piel de zapa. La conversación con los vivos se transforma gradual, inexorablemente, en diálogo con los muertos.
El otro día estuve en la tumba en París, en el cementerio de Montparnasse, de César Vallejo, cuya poesía es pariente cercana de la suya. Ahora le doy mi adiós conmovido a Gonzalo. Pertenecían a la misma familia literaria, y ahora perduran en el recuerdo.
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