John le Carré
Alguien tenía que hacerlo
El mal en sus historias no es una tara sino una profesión, el bien no es un mérito sino una pesadilla
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Iniciar sesiónPerdona el egoísmo, pero no me viene bien que te hayas muerto, John, llevo demasiados años siguiendo tu rastro como uno de tus espías, de manera sucia, sin épica por mi parte, triste… Investigando tus libros para, sin pudor, sacar de ellos la información cifrada ... que esconden y usarla en los míos, lo llaman copiar quienes no entienden que tener la receta de la paella no garantiza un arroz excelente. Yo escudriñaba tus ingredientes y trataba de aplicarlos a mi universo rezando porque mis libros no quedasen demasiado aguados o se me pasase el suspense.
Como un sabueso de escasa higiene y frío en los huesos, he escudriñado tu obra. Esa en la que los malos no acarician un gato mientras ríen con displicencia al pulsar un botón que activa una sierra enorme a la que está atado el protagonista, sino que es, simplemente, nada menos, una persona normal que hace cosas menos normales y, al llegar a casa, acaricia la cabeza de su perro mientras ayuda con los deberes a un niño encantador pero torpe con las derivadas que es, al fin y al cabo, por el que hace esas cosas terribles que hace.
La máxima de tus villanos, lejos de la grandilocuencia en la que normalmente se escudan, nos escudamos los pretenciosos autores que vamos de genios, se parece demasiado a algo tan humano, tan rastrero y tan incontestable como el «Si no lo hago yo, alguien vendría a hacerlo». Lo curioso, lo que estremece es que ese «alguien tiene que hacerlo» se replica en tus héroes, que, como los de Hammett, no son en absoluto conscientes de salvar al mundo de nada salvo que el mundo se focalice en su culo, su supervivencia y un estúpido sentido del deber que más que hacerles sentirse orgullosos, arrastran como una condena, como un grillete que les ata a la tristeza y, de nuevo, al frío, a la soledad. El mal en tus historias no es una tara sino una profesión, el bien no es un mérito sino una pesadilla.
Por eso tus libros aún me duelen, porque no me dan consuelo, nunca has querido que me sienta cómodo en tus páginas, no me has dado casi nunca, ni la satisfacción de un final feliz siempre los he cerrado con la sensación de que, ese caso resuelto no soluciona el mundo, no salva nada, ni siquiera el alma del héroe que ha logrado resolverlo.
Y ahora que pensaba que ya te tenía pillado el truco vas y te mueres justo cuando el futuro ha llegado para darte la razón. Cuando ya las conspiraciones se camuflan en cuartos sin ventilación desde un teclado a otro del mundo. Cuando ser malo o bueno depende del día, de la hora del día incluso. Te mueres justo cuando sabemos que los héroes a los que ayer aplaudíamos desde los balcones hoy nos dan bastante igual y hasta nos molestan si no nos van a dejar celebrar las Fiestas como nos apetezca, malditos pesados, que trabajen, que sufran que curen, que hagan su trabajo «Alguien tenía que hacerlo».
Infancia
En las novelas de mi infancia el mundo era una Nocilla de dos sabores, el bueno y el blanco, se trataba de evitar el malo y rascar con el cuchillo el otro con mucho cuidado de que el mal no contaminara el chocolate rico ni mi rebanada, laborioso pero simple, simplista supe luego. «Hasta que aquella bici de mi niñez se fue quedando sin frenos y en la peli que pusieron después, nunca ganaban los buenos» (Sí, también me aprovecho de Joaquín Sabina siempre que puedo, como de ti). Cuando a mi infancia llegaron tus novelas todo se tiñó de grises y, por tu culpa, por tu maldita culpa, desde ese momento la Nocilla me empezó a saber a melancolía de ese mundo que, al parecer, sólo me habían convencido de que era así. Te odio como se odia al primo que te cuenta un día lo de los Reyes Magos, con rencor de que haya sido él pero con la comprensión de que «Alguien tenia que hacerlo».
Pueden detenerme por poner en mis libros a personajes que van más allá de un estereotipo a lo 007, les diré que te lo copié. Que me acusen de importarme más la carga psicológica de mis protagonistas que, incluso, la propia trama en sí. También te echaré la culpa. Pueden, incluso, echarme en cara que me venga mal tu muerte porque me priva de tu mirada en este nuevo mundo que necesita ojos de rayos equis como los tuyos y no de colorines como los que prevalecen.
El mundo ha cambiado para darte la razón, los espías de ahora se parecen más a los que tú describiste que a los que nos gustaban en las películas, así que no soy yo sólo, es el futuro el que que te está copiando. Tu venganza, creo, ha sido convertirte en protagonista de mi primer libro, en sorprendente giro de guión, ya eres Espía de Dios.
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