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La resurrección de Joan Didion

Mondadori recupera a la autora estadounidense con la publicación de su último libro, sobre la muerte de su hija, y la primera antología en castellano de sus mejores artículos

La resurrección de Joan Didion ABC

INÉS MARTÍN RODRIGO

El 30 de diciembre de 2003, el escritor John Gregory Dunne , compañero vital de Joan Didion (Sacramento, 1934), se desplomó en su apartamento neoyorquino y murió de un ataque al corazón mientras ambos cenaban. Tras su pérdida, Didion escribió «El año del pensamiento mágico» (Global Rhythm Press), un maravilloso libro sobre el duelo que fue galardonado con el National Book Award . El 26 de agosto de 2005, cuando la autora se encontraba aún inmersa en la promoción de la obra, fallecía la hija de ambos, Quintana Roo , tras una larga y dolorosa estancia en la UCI de un hospital neoyorquino.

Seis años después («El año del pensamiento mágico» fue publicado en España en 2006), Joan Didion, una de las figuras intelectuales más relevantes de la segunda mitad del siglo XX, regresa al panorama literario español por partida doble. La editorial Mondadori publicará a finales de la próxima semana «Noches azules» , libro sobre la muerte de su hija, y «Los que sueñan el sueño dorado» , una selección, por primera vez en castellano, de sus mejores ensayos, escritos entre 1965 y 1987.

«Ya no me daba miedo morirme, me daba miedo seguir viva», asegura

La antología de artículos, a cargo de Claudio López de Lamadrid , es un reflejo crítico de la actual sociedad norteamericana. La inmigración, la política, el exilio, los medios de comunicación y la contracultura se despliegan ante el lector, asombrado por la excelencia literaria del mejor Nuevo Periodismo . No obstante, llama la atención que figuras como Gay Talese (Nueva Jersey, 1932), Tom Wolfe (Virginia, 1931), Hunter S. Thompson (Kentucky, 1937) o el propio Truman Capote (Nueva Orleans, 1924), todos coetáneos de Joan Didion, sean aquí insignes representantes de dicha corriente periodística y aún haya a quien el nombre de la autora estadounidense le suena a chino.

La publicación de «Los que sueñan el sueño dorado» es la ocasión ideal para reivindicar el periodismo de Didion y otorgarle ese prestigio del que, por los caprichos de la industria editorial de nuestro país, nunca ha llegado a gozar en España.

El crepúsculo y la muerte

Como ya hiciera en «El año del pensamiento mágico», en «Noches azules» Joan Didion vuelve a explorar la parte más amarga del sufrimiento, el que le produjo la muerte de su hija, cuya cara, «igual que Ntozake Shange », aún se dedica a «memorizar» cada día. Decidió llamarlo así porque, en la época en que lo empezó a escribir, sorprendió a su mente «volviéndose cada vez más hacia la enfermedad, hacia la muerte de las promesas» . Es la metáfora de esas semanas, al acercarse el solsticio de verano, «en que los crepúsculos se vuelven largos y azules» y «uno piensa que el día no se va a acabar nunca».

«¿Y si ya jamás puedo encontrar las palabras que funcionen?», se pregunta

Pero los días terminan y llega la muerte de la luz. La muerte. Y, al fin y al cabo, como escribe la autora, «cuando hablamos de mortalidad, estamos hablando de nuestros hijos: ¿Puede haber para un mortal un dolor mayor que ver a sus hijos muertos? ». Con una prosa desgarradora, lúcida y serena, Joan Didion explora la relación que mantuvo con su hija Quintana desde que John y ella la adoptaran siendo un bebé hasta el fallecimiento de ésta con 39 años.

Cual «Blues funerario» (con permiso de Auden ), la autora reflexiona sobre sus recuerdos, «lo que ya no está, las cosas que ya no quieres recordar», la maternidad («¿Acaso era yo el problema? ¿Acaso fui yo siempre el problema? ¿Cómo podía ella haber imaginado que la íbamos a abandonar? », se pregunta), la mortalidad («Me di cuenta de que ya no me daba miedo morirme, me daba miedo sufrir una lesión en el cerebro y seguir viva», asegura) y, en definitiva, como ella misma explica, «la negativa a afrontar las certidumbres del envejecimiento, la enfermedad y la muerte».

Pero, como reconoce Didion, «el tiempo pasa» y, aunque ahora la fragilidad la atenace en cada esquina y llegue a preguntarse qué sucederá si algún día «ya jamás puedo encontrar las palabras que funcionen» , todavía puede contar una historia verdadera. La suya propia. Entretanto, colecciona «buenas noticias y hasta me concentro en ellas», conoce la fragilidad y el miedo y sabe que «uno no teme por lo que ha perdido. Uno teme por lo que todavía no ha perdido». Y aún oye a Quintana «canturrearle al cartucho de ocho pistas».

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