James Williams: «La libertad de expresión no tiene sentido sin libertad de atención»
Trabajó en Google durante una década, pero dejó su puesto como estratega para estudiar filosofía y ética en Oxford. Ahora es una de las voces más críticas con las grandes tecnológicas
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Iniciar sesiónJames Williams (Cabo Cañaveral, Florida, 1982) trabajó durante una década en Google . Allí se convirtió en uno de los estrategas más talentosos del momento, y llegó a recibir el Founders Award, el máximo reconocimiento de la compañía. Tenía una gran proyección en ... el sector, claro, pero en 2016 decidió abandonar su trabajo para irse a estudiar filosofía a la Universidad de Oxford, donde se doctoró con una investigación sobre ética y tecnología. Desde entonces, Williams se ha convertido en una de las voces más críticas con la industria a la que antes servía, y a la que ahora acusa de estar esquilmando la atención de las personas, en un proceso de manipulación masiva de efectos nefastos, tanto a nivel individual como social: las personas estamos distraídas permanentemente, saltando de aquí para allá, indignándonos a cada poco con la última noticia, de la que solo leemos el titular, porque enseguida hay que saltar a otra, o cerrar un anuncio; mientras tanto, las democracias palidecen en un mar de desinformación y gritos. Y allá arriba, claro, los popes de Silicon Valley se frotan las manos.
«Se invierten literalmente miles de millones de dólares en encontrar la manera de conseguir que poséis vuestra mirada en una cosa y no en otra; que compréis una cosa y no otra; que os preocupéis de una cosa y no de otra. Este es, literalmente, el propósito del diseño de muchas de estas tecnologías en las que habéis depositado vuestra confianza para que os ayuden a pilotar vuestra vida», denuncia Williams en un ensayo que publicó en 2017 y que acaba de traducirse al español bajo el sugerente título de ‘ Clics contra la humanidad ’ (Gatopardo). El reto, promete, es mayúsculo: «La liberación de la atención humana podría ser la lucha ética y política decisiva de nuestro tiempo».
—¿Hubo algún episodio concreto que le empujara a dejar Google?
—Me empecé a preocupar por estos problemas de la atención y la tecnología cuando comencé a notar que surgían en mi propia vida, y después observé a la totalidad de la industria tecnológica y vi el más grande proyecto de influencia sobre la conducta humana de la historia naciendo bajo mis pies. Esta combinación de observaciones personales y sistémicas, combinada con mi sentido de urgencia sobre el problema, es lo que me impulsó a ir a Oxford para estudiarlo más profundamente.
—¿Qué encontró en Oxford?
—En Oxford encontré muchas cosas, lo más importante maestros sabios, buenos amigos, libros viejos y una habitación tranquila para leer. Y en esta era de distracción, no creo que se pueda pedir nada más.
—La principal tesis de su libro es que nuestra libertad de atención está siendo maltratada por las grandes empresas tecnológicas, y que este proceso está erosionando las demás libertades individuales e incluso a las democracias mismas. ¿Deberíamos defender la libertad de atención como defendemos la libertad de expresión?
—La libertad de expresión no tiene sentido sin libertad de atención. Uno, porque tú, como orador, debes poder prestar atención a lo que quieres decir antes de poder decirlo, y segundo, porque otras personas deben poder prestarte atención para que tu discurso cuente como expresión en cualquier sentido significativo. La libertad de atención es un requisito previo para la libertad de expresión. Esto ya lo señalaron John Stuart Mill y otros filósofos preocupados por la libertad. La razón por la que históricamente nos hemos centrado en afirmar y codificar la libertad de expresión es que, en un entorno de escasez de información, este tipo de libertad corría un riesgo grave y continuo. Aunque la libertad de atención es fundamental –por ejemplo, el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos reconoce la libertad de pensamiento– no ha sido tan necesario afirmarla, elaborarla y codificarla explícitamente. Hasta ahora.
—A lo largo del ensayo repite la idea de que Internet es hoy un gran tablón de anuncios. Cita a Jeff Hammerbacher, antiguo jefe de datos de Facebook: «Las mejores mentes de mi generación están pensando en cómo hacer para que la gente clique en sus anuncios; es muy triste». ¿Estamos desaprovechando el potencial de la tecnología?
—No solo estamos desperdiciando el poder de la tecnología, sino también el potencial de muchas personas inteligentes y bienintencionadas que podrían pasar sus días trabajando en proyectos que elevan las capacidades humanas en lugar de erosionarlas... Creo que las cosas que hacen avanzar a nuestra especie tienen que ver con la razón, la justicia, la libertad, el amor, el conocimiento, la salud, etc. No puedo pensar en una sola forma en la que la captura industrializada de la atención humana y su manipulación haya mejorado ninguno de estos aspectos en su conjunto.
—Como usuarios, hemos entregado nuestra atención y nuestra privacidad para disfrutar de aplicaciones gratuitas con las que nos mensajeamos y nos mandarnos memes. ¿No hemos vendido estos bienes a un precio muy bajo?
—A un precio negativo, en realidad. Hemos entregado nuestra atención a cambio de facilitar que nos persuada. Hemos vendido nuestro yo presente por la posibilidad de perder nuestro yo futuro.
—Hay quien habla de la adicción a las redes sociales y al ‘smartphone’ como una drogadicción. ¿Qué le parece la comparación?
—Hay algunas cuestiones muy concretas en las que la metáfora de la droga puede ser un punto de partida útil. Cuestiones sobre los efectos individuales de un estímulo extremadamente bien definido, y que se puede describir en términos de un modelo de dosis-respuesta. Sin embargo, como marco general para pensar nuestra relación con las tecnologías es una metáfora terrible.
—¿Por qué?
—En primer lugar, porque pone demasiado el foco en los efectos individuales, y no tanto en las transformaciones sistémicas y estructurales que estamos viviendo. En segundo lugar, porque la metáfora nos lleva inevitablemente a obsesionarnos con la cuestión de la ‘adicción’, lo cual, además de ser una completa pérdida de tiempo, es una discusión que lleva fácilmente a sustituir los estándares éticos por estándares clínicos (por ejemplo, si el diseño de una aplicación no encaja en los parámetros clínicos de la ‘adicción’, entonces nadie puede discutirlo desde el punto de vista de la ética). Y por último, la metáfora de la droga favorece un lenguaje y unas actitudes con un sesgo moralizante, lo que probablemente explica gran parte de su atractivo, pero también por qué acaba por complicar, en lugar de ayudar, la tarea de hablar con claridad sobre la tecnología.
—¿Es cierto que los gurús de Silicon Valley llevan a sus hijos a escuelas libres de pantallas?
—Las escuelas ‘desconectadas’ existen en muchos lugares, pero sí, a menudo los padres en Silicon Valley buscan limitar la exposición de sus hijos a las pantallas. Parte de este deseo proviene de su conocimiento del funcionamiento de la tecnología. Pero antes que nada tiene que ver con que disponen de los medios económicos y educativos necesarios para prestar atención al tema del uso saludable de la tecnología. Gran parte de las investigaciones sobre los efectos de estas nuevas tecnologías en los niños aún están en pañales, pero sabemos lo que es verdaderamente bueno para los niños y, por lo general, esto no implica entregarse al sedentarismo durante horas mientras dos millones de píxeles proyectan un interminable juego de competitividad continua en sus retinas.
—Ya estamos notando los efectos dañinos de nuestro ecosistema tecnológico, tanto a nivel individual como social. Sin embargo, aún no hay una respuesta pública contra el problema de la atención. ¿Por qué esa indiferencia?
—Es muy útil considerar esta cuestión junto con la otra gran crisis mundial de nuestro tiempo: el cambio climático. Ya estamos sintiendo los efectos dañinos de eso también, pero nuestra respuesta sigue siendo lamentablemente inadecuada. ¿Por qué? No es porque la mayoría de la gente en el mundo quiera que el planeta se caliente. En parte, se debe a que el ‘statu quo’ beneficia a muchos de los que están en el poder. Una respuesta global coordinada es un desafío enorme, y nuestro ecosistema de medios no está posicionado para ayudarnos a brindar el tipo de atención adecuado que este tema requiere con tanta urgencia. Lo mismo ocurre con la crisis de nuestro entorno mental. La mayoría de la gente no quiere una tecnología que los distraiga, que polarice a la sociedad o que interrumpa las dinámicas de su familia o de su grupo de amigos. Ni que los incite a valorar la fama por encima de todo. Y así sucesivamente. Es solo que mucha gente gana mucho dinero con este ‘statu quo’.
—¿Es posible combatir esta situación?
—Internet es una red distribuida globalmente, y las dinámicas de la economía de la atención son muy buenas echando por tierra los esfuerzos que podrían generar una actitud crítica contra estos problemas. En ambos casos [el cambio climático y la erosión de la atención humana], el camino hacia el éxito en esta etapa parece bastante estrecho. Pero en ambos casos, la urgencia y la importancia no pueden ser mayores, por lo que debemos esforzarnos al máximo.
—Por cierto: ¿cuánto tiempo le dedica a las redes sociales?
—No dedico tiempo a las plataformas de redes sociales basadas en publicidad. Utilizo aplicaciones de mensajería y, a veces, juego juegos de PC en línea con amigos y familiares, que es algo diferente.
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