El hijo de Silvia Plath se suicida en Alaska

Quizás Nicholas buscó en la ciencia una escapatoria a la brillante maldición de su familia, toda ella escorada hacia las artes.... Y hacia la depresión. Ted Hughes sostuvo hasta su muerte que el suicidio de Sylvia Plath el 11 de febrero de 1963, cuando contaba sólo 31 años, estaba inevitablemente escrito en las exquisitas y torturadas páginas de su mente. Aunque no es precisamente poca la gente que cree que en este caso el propio Hughes fue un agente más que diligente del destino. Plath se quitó la vida después de separarse de su marido, que por aquel entonces ya había dejado embarazada a la que sería su siguiente pareja estable –aventurillas aparte-, Assia Wevill.

A favor de la leyenda negra de Ted Hughes están las sospechas de que manipuló el legado literario de Sylvia Plath para oscurecer las referencias personales a él mismo y la aterradora coincidencia de que Assia Wevill acabara cometiendo suicidio a su vez seis años después que Plath, y de una manera casi calcada: dejándose intoxicar por el gas del horno.

Sin embargo hay una diferencia sustantiva entre los dos suicidios: Sylvia Plath no sólo selló concienzudamente las habitaciones de sus hijos para que el gas no les hiciera daño sino que les dejó leche y galletas por si sentían hambre al despertar su primera mañana sin madre. Assia Wevill se llevó consigo a la muerte a su pequeña de cuatro años, Shura.

Nicholas Hugues tenía menos de un año de edad cuando sus padres se separaron y poco más cuando su madre se mató. Durante un tiempo a él y a su hermana les crió Assia Wevill. Hasta que la tragedia volvió a empezar.

Y sin embargo Frieda Hughes se esforzó en desmentir toda inevitabilidad trágica del suicidio de su hermano, al que presentó como una persona cálida y afectuosa que había sabido mantener «la inocencia de un niño» y cuyo interés por la vida marina le mantuvo muy vinculado a su padre hasta la muerte de éste en 1998. Nicholas Hughes nunca se casó ni tuvo hijos.