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Cuatro fragmentos del libro de José María Carrascal

El autor selecciona las cuatro claves para comprender su ensayo «La revolución pendiente» (Espasa)

Carrascal en su domicilio JOSÉ RAMÓN LADRA
José María Carrascal

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Revolución

«Las revoluciones, dice Ortega, se hacen contra los usos, no contra los abusos. Si son sólo contra los abusos, se quedan en meras revueltas, que arreglan muy poco, al mantenerse los usos habituales en el país que ocurren. Es por lo que, añade como corolario, en España hemos tenido muchas revueltas y muy pocas revoluciones .» Tan pocas, apostillo por mi cuenta y riesgo, que ninguna, como intento demostrar en este libro.

La primera Constitución

La Guerra de la Independencia ofreció la primera gran oportunidad a España para hacer su revolución nacional, plasmada en una Constitución de 244 artículos que se resumen en uno: «La esencia de la soberanía reside en el pueblo». Derecho a voto lo tienen todos los españoles. Ningún diputado puede aceptar pagos, pensiones o condecoraciones del Rey. El Rey y el Príncipe de Asturias tendrán que jurar la Constitución. Se elimina la tortura, la coacción jurídica y la Inquisición. Todos los españoles pagarán impuestos de acuerdo con sus medios, desaparecen los privilegios fiscales de la nobleza. ¿Cómo pudo surgir una Constitución tan moderna en una España tan retrógrada? La respuesta es que la Constitución de 1812 no fue una copia servil de la francesa de 1791, sino «una reproducción de los fueros, con las reformas pedidas por los hombres más famosos de su tiempo», según Marx. Duró, sin embargo, apenas dos años. Cuando Fernando VII regresa a España, una de las primeras decisiones que toma es abolir la Constitución. Y eso no es lo peor, sino que lo hace con el consenso popular. Perdida esta oportunidad, España inicia siglo y medio de ensayos, bandazos y guerras civiles. Los periodos conservadores y liberales se suceden en ritmo cada vez más frenético, sin surgir la nación moderna. A falta de ella, surgen las dos Españas, negándose la una a la otra.

La última Constitución

Tras morir Franco, las opciones eran: un cambio gradual o la ruptura abrupta. Se impuso lo primero. Eso fue la Transición. Un cambio rápido, Un visto y no visto. Lo que era ayer, ya no lo es hoy, utilizando las normas del Régimen para enterrarlo. Lo refleja la nueva Constitución que, a diferencia de las anteriores, dictadas por el partido dominante, se hace con el consenso de todos, aunque las diferencias entre ellos eran enormes. Milagrosamente, se llegó a un acuerdo. Y donde no lo había, se echó mano de la semántica. Junto a la Nación, surgen las nacionalidades. Junto a la soberanía nacional, las autonomías locales. Tras cuatro décadas sin partidos políticos, se les da todo el poder. Y si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente. Lo que lleva a sonados escándalos que afectan a los dos grandes partidos. Mientras las llamadas «nacionalidades históricas» no se contentan con la autonomía y piden autodeterminación. Por no hablar de los que la piden con bombas y pistolas. El Estado español se ve desafiado por todas partes y cada vez más voces dan por finiquitada la Transición.

¿Seguimos como siempre?

Lo que acabó con la Transición no fue la política sino la mayor crisis económica desde 1929. Sus sacudidas dieron la mayoría absoluta a Mariano Rajoy en 2011, con un programa centrado en la economía, olvidando todo lo demás, incluido explicar que, sin economía, nada funciona social ni políticamente. Grave olvido. De ahí que, aunque haya logrado evitar el rescate e iniciar la recuperación, se encuentra tan cuestionado como el primer día. Han sido cuatro años de penitencia, agravada por los escándalos. Algo que puede permitirse una democracia asentada, en un país estructurado, con una opinión pública madura, no una democracia tierna, con un problema territorial grave y una sociedad que elude responsabilidades. Surgen los indignados, las acampadas en la Puerta del Sol y dos nuevos partidos, Ciudadanos, «la marca blanca del PP» y Podemos, «la marca roja del PSOE», que obtuvieron excelentes resultados en las elecciones del 20D de 2015, a costa de sus partidos nodrizas. Pero que no resolvieron la situación, al fracasar el intento del PSOE y Ciudadanos de formar gobierno. Tampoco lo resolvieron las del 26J de 2016, lo que ha llevado a un pacto PP-Ciudadanos que les pone al borde de la mayoría absoluta y de la investidura, sin alcanzarla. Con lo que el bucle de este libro nos devuelve a su inicio: ¿Es tal la inercia del pasado en España que desactiva todo brote revolucionario o evolucionario, condenándonos a vivir en una eterna revolución pendiente?

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