La crónica que Gabriel García Márquez dejó sin escribir
El cineasta Rodrigo García narra los últimos días de su padre en un libro tan hermoso como doloroso: 'Gabo y Mercedes, una despedida'

Una de las cosas que Gabriel García Márquez más odiaba de la muerte era que, de manera inevitable, tarde o temprano, sería la única vivencia de su vida de la que no podría escribir. Él, que todo lo que había experimentado, visto ... y oído, lo había trasladado, de un modo u otro, refugiándose, a veces, en el artificio de la ficción, a su obra, debía afrontar la desdicha de saber que se quedaría sin narrar esa última crónica, la más importante de todas. Enfurruñado ante semejante certeza, imposible de ser digerida, se quejaba ante quien estuviera delante y tuviera a bien escucharle.
Su postura era clara: « Si puedes vivir sin escribir, no escribas ». Pero su hijo, el cineasta Rodrigo García , se encuentra, según él mismo confiesa, entre «aquellos que no pueden vivir sin escribir», y de ahí que se decidiera a relatar, confiando en que su padre le perdonara, los últimos días de vida de quien a él se la dio. Un relato doloroso y hermoso, ante el que es imposible no derramar lágrimas, pues Gabo era tan universal que, cuando se fue, todos le perdimos un poco , y cuyo título, ‘Gabo y Mercedes: una despedida’ (Literatura Random House), encierra la esencia de la obra y el objetivo de su autor: homenajear a sus progenitores desde la conciencia de que sin ellos el mundo es menos hermoso, más triste y difícil de habitar.
«Nunca pensé que iba a escribir esto y, después de escribirlo, tampoco pensé que lo fuera a editar. El libro se limita a esos episodios porque la idea surgió en esos días, esa idea de hablar de la despedida, que es realmente el tema del libro, la disolución de lo que yo llamo ‘El Club de los Cuatro’ (sus padres, su hermano y él). El final y la despedida fue lo que se impuso y se me antojó como libro», explica Rodrigo García, en conversación telemática desde Buenos Aires . «Me apoyé un poquito en la idea que tenía Gabo de que le dolía no poder escribir de su propia muerte para consolarme a mí mismo consolarme y perdonarme por escribir el libro», continúa.
Por eso, en cierto sentido, decidió hacerlo en inglés, una lengua que no es la suya materna, pero sí la de su trabajo. «Lo escribí en inglés porque mi experiencia como escritor es escribiendo guiones en inglés. Sabía que el libro iba a ser un viaje un poquito difícil, peligroso emocionalmente, con la preocupación de que fuera bien escrito. El inglés me permitía escribir a toda velocidad, sin tapujos, sin pensar: ¿Qué estoy haciendo? Después de terminarlo, pensé en escribirlo yo mismo en castellano, pero emprender el viaje de nuevo era demasiado duro. Es una bonita ironía, supongo».
El proceso de escritura «fue un poco intuitivamente, y un poco por eliminación. Quería contar esos días como una especie de pasado-presente . Quería encontrar ese balance entre lo personal, lo emotivo, y la distancia, sin ser demasiado sentimental, demasiado indulgente conmigo mismo y mis sentimientos. Buscar algunas anécdotas y recuerdos de la vida que no estuvieran muy contados, muy vistos». Y, a juzgar por lo leído, lo consiguió.

La narración, tan púdica como sensible y emotiva, comienza en marzo de 2014, cuando el premio Nobel de Literatura , que, desde hacía tiempo, batallaba con la enfermedad y, sobre todo, contra la pérdida de la memoria, su bien más preciado, se resfrió y, por precaución, su familia decidió llevarle al hospital. «De esta no salimos», le dijo entonces Mercedes Barcha a su hijo Rodrigo. Y, lamentablemente, la mujer que lo fue todo para García Márquez, amante, esposa, madre y amiga, no se equivocaba.
A medida que fue pasando el tiempo, de manera lenta en el ánimo de todos e inexorable en el calendario, el pronóstico médico fue empeorando y, con él, acortándose las expectativas de vida del escritor: de unos meses a unas semanas, que terminaron siendo días. Hasta que llegó el 17 de abril y su corazón, ya en su casa de Ciudad de México, dejó de latir. Quiso el destino, o ese realismo mágico que él creó y al que dio forma, que Gabo muriera un Jueves Santo, como Úrsula Iguarán , su personaje de ‘Cien años de soledad’ .
«Escribir sobre la muerte de un ser querido debe ser casi tan antiguo como la escritura misma, y sin embargo, cuando me dispongo a hacerlo, instantáneamente se me hace un nudo en la garganta», dice, en las primeras páginas, Rodrigo García , que esperó hasta la muerte de su madre, en agosto del año pasado, para entregarse a todo lo mucho que acarrearía el libro.
La crónica de los primeros días, con su hermano Gonzalo acudiendo a México desde París , donde vivía, para estar en el hospital con su padre, y Rodrigo atendiendo a su madre en Los Ángeles , ya que ella debía someterse a una revisión oncológica, se alterna con anécdotas –«Carajo, este tipo es un bolerista increíble», dijo una vez sobre John Lennon –, recuerdos de su niñez y descripciones del carácter de su padre, de sus pasiones –sus escritores favoritos eran Virginia Woolf, Juan Rulfo y Graham Greene – y de su forma de estar en el mundo, sin volver nunca, salvo muy al final, cuando sus recuerdos ya estaban desapareciendo, a los libros que escribió «por temor a encontrarlos vergonzosamente deficientes» . En ocasiones, sin poder evitarlo, porque el deseo subyace en el inconsciente, a Rodrigo García se le escapa un presente al referirse a él en el relato, como cuando dice que, «al igual que muchos escritores está obsesionado con la pérdida, y con su máxima manifestación, la muerte».
Cuando la sentencia es casi firme, su madre, él y su hermano deciden trasladar a su padre a su casa. No es fácil. Son muchos, lectores, medios de comunicación, reporteros, escritores, amigos, quienes quieren saber de él, qué le pasa a Gabo, qué deben esperar. «Tenemos que estar preparados porque esto va a ser un circo», la voz de Mercedes, siempre ella, vuelve a alzarse ante el sinsentido de lo inevitable. El final está cerca y la familia redacta, incluso, una lista de periodistas de confianza a los que llamar tan pronto como su padre muera. Las evocaciones de su pasado, y del doloroso trance de la demencia , que trajo consigo la incapacidad para escribir y, por tanto, más sufrimiento –«¿De dónde carajos salió todo esto?», le llega a preguntar a Rodrigo, refiriéndose a sus libros, claro–, se entrelazan en la narración con la vida que, también, debe transcurrir esos días, entre viajes en avión y llamadas de teléfono, mientras la luz que el escritor desprendía a través de su sonrisa infinita , coronada por su característico bigote, va, poco a poco, apagándose.
Finalmente, una mañana, la enfermera diurna que atiende a su padre le dice a Rodrigo: «Su corazón se detuvo». «Su corazón se detuvo», le repite él, instantes después, a su madre, con la voz ya del todo quebrada. «Su cabeza yace de lado, su boca está un poco abierta y se ve tan frágil como puede verse una persona. Verlo así, en esta escala tan humana, es aterrador y reconfortante », escribe, sobre sus primeros momentos al lado de su padre muerto.
Liturgia
Arranca, después, toda la liturgia que conlleva siempre la muerte, que es comunicada a la opinión pública a través de una amiga de la familia, una personalidad de la radio con un gran número de seguidores en las redes sociales: la envoltura en un sudario, una sábana blanca con un bordado sencillo elegida por su Mercedes ; el traslado del cadáver, no sin dificultades, debido a la expectación mediática, al tanatorio; el cuidadoso maquillaje, por parte de una joven, del rostro del escritor, que en su lecho de muerte luce diez años más joven; la última despedida de la familia y la cremación del cuerpo, cubierto de rosas amarillas, las favoritas de Gabo. «La imagen del cuerpo de mi padre entrando al horno crematorio es alucinante y anestésica. Es, a la vez, grávida y sin sentido. Lo único que puedo sentir con algo de certeza en ese momento es que él no está allí en absoluto. Sigue siendo la imagen más indescifrable de mi vida », confiesa Rodrigo, al relatar ese momento.
Sin tiempo para procesar la pérdida, algo a lo que, en realidad, se entregarán el resto de sus vidas, la familia afronta los homenajes, las muestras de cariño, el luto colectivo por la muerte del patriarca de las letras hispanoamericanas , cuyos restos son trasladados, para su descanso eterno, a su ciudad favorita, Cartagena de Indias (Colombia). Por fin, se van sucediendo los días y, con ellos, las semanas que, de repente, son meses, convertidos en años, que harán de lo cotidiano el mejor refugio frente al duelo inconsolable.
Mercedes sobrevivió a su marido seis años . Nunca quiso que la consideraran «la viuda de». Ella era ella, lo mismo que él fue él. Los padres de Rodrigo y Gonzalo García Barcha. ' El Club de los Cuatro '.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete