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Coronavirus

Biblioteca de urgencia para no perder el buen humor

Del «Decamerón» a «Sin noticias de Gurb», nada como el humor para entretener el desconsuelo

Ilustración de la cubierta de «Wilt» en la edición de Anagrama ABC
David Morán

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Con el coronavirus, ya se sabe, poca broma, pero ante la avalancha de previsibles malas novelas y libros mediocres que van a salir de cuarentenas y aislamientos nuestros de cada día, mejor seguir las enseñanzas de Boccaccio y perderse por los pasillos de su « Decamerón ». Ahí tenemos, abrigados por la risa y el humor, los cuentos que una decena de jóvenes florentinos tuvieron a bien contarse para entretener el aislamiento durante la epidemia de peste negra que sacudió Florencia en 1348. Un centenar de cuentos salpicados de erotismo, alegría y optimismo con los que el autor italiano encontró un remedio casero contra la peste bubónica y que invitan ahora a buscar en las carcajadas y risas encuadernadas consuelo estos días de Covid-19 y desconcierto.

Porque, cuando todo lo demás falla, siempre nos quedará el humor, lubricante de tragos amargos y aliado de momentos de especial zozobra. ¿Por dónde empezar, se preguntarán? Fácil: ahí está, en lo más alto, «El Quijote», kilómetro cero del humor español (y, si hacemos caso a Jonathan Coe, también del británico) y novela con la que Cervantes sublimó el potencial literario de la risa entre tropiezos lingüísticos, personajes memorables y caballeros de triste figura. Un arranque inmejorable para una biblioteca de emergencia en la que, si de lo que se trata es de reír, no podía faltar el humor inteligente y bullicioso de otro clásico como Jardiel Poncela. Imposible fallar con títulos como «¡Espérame en Siberia, vida mía!», «Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?» y, sobre todo, «Amor se escribe sin hache», parodia de las novelas románticas con la que Poncela lanzó «una carcajada de cuatrocientas cuartillas».

Noticias bomba

«El humor es uno de los rasgos más persistentes en la literatura, a pesar de que rara vez se le dé importancia», dejó dicho no hace mucho Eduardo Mendoza, autor que si de algo sabe un rato es precisamente de hacer reír al lector: imposible llegar al final de «Sin noticias de Gurb», con sus desventuras alienígenas en la Barcelona preolímpica y su ácido retrato de la transformación urbana, sin haber agotado el arsenal de carcajadas. El caso es que si, como parece, la cosa va para largo, habrá que hacer acopio del mejor de los humores, y nadie mejor para aligerar el camino que los grandes humoristas británicos: busquen a P. G. Wodehouse y cualquiera de los títulos protagonizados por ese mayordomo y azote de aristócratas llamado Jeeves; a Evelyn Waugh y su explosiva «¡Noticia bomba!»; a Tom Sharpe y las delirantes andanzas del inolvidable Wilt (si sólo puede ser uno, que sea «Wilt») o al Jonathan Coe guasón de «¡Menudo reparto!». ¿Más? Veamos: cualquier cosa que lleve la firma de David Nobbs es una apuesta segura (mención especial para «Caída y auge de Reginald Perrin») como también lo es Caitlin Moran y «Cómo se hace una chica» y «Cómo ser famosa», las dos primeras entregas de su trilogía protagonizada por la periodista musical Johanna Morrigan.

En la misma liga, aunque desde la vecina Irlanda, juega Spike Milligan, cómico todoterreno que en los años sesenta publicó «Mala pinta», una perversa novela que que atiza el conflicto cuando Puckoon, un pequeño pueblo irlandés, queda partido por la mitad y la Comisión de fronteras decide que la separación entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda pasará justo por enmedio del pub local.

Un canto al absurdo como lo sería años más tarde «La conjura de los necios», clásico cuya trágica historia (su autor, John Kennedy Toole, se suicidó sin ver publicada la novela) contrasta con la disparatada historia de Ignatius J. Really, una suerte de Quijote a la americana atascado en la bullicioso y perversa ciudad de Nueva Orleans.

Para clásicos, sin embargo, Gómez de la Serna, Larra, Mihura, Rafael Azcona, Fernández Flórez y Julio Camba, nombres propios sin los que no se entiende el humor patrio y que no podían faltar en una lista en la que aún queda espacio para el «Maldito karma» de David Safier, para los koalas asesinos de Kenneth Cook o para «El proyecto esposa» de Graeme Simsion, títulos todos ellos generosos en humor que nos recuerdan que, como cantaba Peret, «los ratos buenos hay que aprovechar, si fueron malos mejor olvidar».

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