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Corazones de ida y vuelta en el corredor de la muerte

Marina Perezagua anuda pena de muerte y tráfico de órganos en «Seis formas de morir en Texas»

Marina Perezagua, fotografiada en Barcelona Efe
David Morán

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Del tenebroso corredor de la muerte de una cárcel cualquiera del estado de Texas a los quirófanos chinos en los que, como si de un bólido abandonado se tratase, se vacían cuerpos para realojar los órganos en otros torsos más pudientes. O, por ponerle nombres al asunto, del calvario de Robyn, una chica ciega condenada a muerte a los 16 años por, dicen, haber acuchillado a su madre hasta la muerte, a la odisea de Xinzáng, embarcado en la obsesiva búsqueda del corazón de su abuelo, ejecutado años atrás en la cárcel de Guangzhou y cuyo órgano vital acabó alojado en el pecho de un estadounidense.

«La historia es ficticia pero todo lo que envuelve el contexto es real», señala Marina Perezagua sobre Seis formas de morir en Texas (Anagrama), perturbadora e inquietante novela que la autora sevillana afincada en Nueva York presenta como «una historia de amor» pero que, página a página, ahonda en la manera que tienen dos gigantes como China y Estados Unidos de manejar la vida y sobre todo la muerte de sus conciudadanos. «En China, la cifra de donaciones voluntarias es de 0,2 por cada millón de habitantes. Básicamete no existe la donación voluntaria. Tampoco existe un sistema de registro nacional ni listas de espera. Y sin embargo es el país donde más trasplantes se realizan», explica.

Para entender el porqué de tamaño desfase, Perezagua recuerda que el budismo exige que el corazón se entierre junto al muerto para poder descansar en paz, por lo que los órganos llegan por otras vías. A saber: de los cuerpos a veces aún con vida de los miembros del grupo budista Falun Gong, ejecutados a millares en los últimos años, según se ha venido denunciado en los últimos años. «En China no son las personas quienes esperan los órganos, sino los órganos los que esperan a las personas», subraya la autora sevillana antes de desvelar que el precio de un corazón ronda los 150.000 dólares.

Con todo, la del tráfico de órganos es sólo una de las patas de una novela que, de vuelta a esos Estados Unidos en los que Perezagua vive y escribe –en Nueva York dio forma a la celebrada Don Quijote de Manhattan–, retrata el absurdo que bordea el sistema el penitenciario de algunos estados. «En Texas, los certificados de defunción tienen seis opciones: muerte natural, accidente, suicidio, homicidio, pendiente de investigación y motivo desconocido. Hace unos años, cuando una persona era ejecutada, el funcionario tenía que marcar otra casilla, la de muerte por envenenamiento letal, pero hoy en día ya no existe esa casilla y la que se marca es la de homicidio. De este modo, el Estado está reconociendo que comete homicidio», relata. De ahí, añade, el título de una novela que Pereazgua ideó para «explicar cómo sacar a una persona del corredor de la muerte pero al margen del sistema judicial».

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