César Antonio Molina: «El Quijote es como una constitución, lo abres y te da una respuesta»
El director de la Casa del Lector publica «Todo se arregla caminando», el sexto volumen de sus «memorias de ficción», en el que reflexiona sobre los nuevos mitos de la cultura occidental
INÉS MARTÍN RODRIGO
César Antonio Molina (La coruña, 1952) se crió con su bisabuela y cuando ésta falleció su padre, en lugar de hacer de aquello un acto frío y casi institucional, cogió a su hijo y le dijo: «Ven, vamos a salir a caminar, porque todo ... se arregla caminando». En ese paseo, hasta el faro, el pequeño supo, por primera vez, de la existencia de la muerte, pero no se doblegó. Quizás por el paseo. Quizás por el abrazo reparador del padre. Quizás porque, efectivamente, «Todo se arregla caminando» . Más de cincuenta años después, aquel niño, hoy convertido en poeta, además de director de la Casa del Lector y exministro de Cultura, evoca aquel recuerdo y lo toma prestado para titular el sexto volumen se sus «memorias de ficción» . Un hermoso discurrir por esa vida que sólo tiene sentido cuando César Antonio Molina escribe de ella.
- En estos tiempos, en los que todo se olvida al instante, usted reivindica la necesidad de hacer memoria.
- Sí, porque es un tiempo que se está acabando. Nuestra cultura, nuestra civilización, se está acabando y vendrá otra que desconocemos. No sabemos lo que va a pasar con el desarrollo de las nuevas tecnologías, de la industria del entretenimiento, con la debilidad de las democracias occidentales, en el sentido de que ya muchos políticos, de manera descarada, piensan que la democracia no sirve.
- Qué osadía pensar eso.
- Claro, pensar que el individuo tiene que ceder su libertad hacia otra especie de totalitarismo que desconocemos.
- Y del que no somos conscientes.
- No lo somos. Vamos camino de una masificación donde el ser individual cada vez va a ser una persona más compleja. En esta sociedad de masas el individuo no tiene un lugar muy determinado.
- En este volumen «camina» por la cultura occidental y sus símbolos, nuevos mitos que nos conducen a la ruina. ¿Por qué estamos tan ciegos?
- Porque nos los imponen, vivimos en una sociedad de consumo, en la que el individuo se ha transformado en un comprador, en donde están ofreciendo, las 24 horas del día, entretenimiento para no pensar y donde la verdadera política son las grandes empresas que controlan la información.
- Pero eso es casi una alienación.
- Bueno, si todo eso se utiliza mal, como estamos empezando a ver, sí conduciría a esa masificación del ser humano, donde ya es muy difícil pensar, porque todo está dado. Se ha cedido la libertad a cambio de vivir sin sufrimiento, sin dolor.
- No es casualidad que los nuevos faros de nuestra cultura sean, precisamente, las nuevas tecnologías.
- No, no lo es. Son los ídolos de nuestro mundo contemporáneo. Pero es más esa idea de cómo se nos están ofreciendo paraísos terrenales, porque todo este desarrollo tecnológico va camino de convertirse en una religión.
- El nuevo opio del pueblo.
- De alguna manera sí, pero no ya creado por la política, sino por el mundo tecnológico. Va a llegar un momento en que incluso la política va a estar relegada por este mundo nuevo, que no sabemos a dónde nos va a conducir. Yo no digo que sea malo, ni mucho menos, pero hay que tener un espíritu crítico. A veces pienso que estamos dejando de ser contemporáneos de la civilización…
- Y de nosotros mismos.
- Sí, sí.
- Ante esa situación, ¿qué papel le corresponde al intelectual?
- El papel que siempre ha tenido: el de ser crítico, sacar a la luz las contradicciones de la sociedad, dar pistas para reflexionar. Los intelectuales, sobre todo los de carácter humanístico, no pueden dar verdades científicamente exactas. ¿Cómo se puede decir que toda la creación artística se tiene que convertir en arqueología y que ya es cuestión de otro mundo?
- Usted dice en el libro que la función de la literatura es representar la existencia humana. Pero, ¿cómo puede seguir haciéndolo si nos empeñamos, cada vez más, en alejarnos de ella?
- La que crea el mundo, lo conforma, nos explica la existencia, nos prepara para la muerte, es la cultura, la creación, la escritura… Porque es una reflexión sobre el mundo, el tiempo, el espacio, la belleza, sobre aquello que nos da ánimo para seguir viviendo, a sabiendas de cuál es nuestro destino final. Evidentemente, en un mundo que va tratando de prescindir de todo eso nos quedamos sin materia sobre la cual trabajar. Lo más difícil no es escribir, sino que sobre lo que escribimos ya mucha gente lo desconoce. Nos estamos quedando sin referentes, porque todo ya es arqueología. Estamos empezando a vivir un mundo acultural, en el cual la cultura todavía existe, todavía hay algunos sacerdotes que nos dedicamos a cuidar esto…
- Pero a los que cada vez se hace menos caso…
- Cada vez se nos hace menos caso, cada vez se nos relega más. También la propia cultura a veces se ha equivocado y ha perdido el prestigio que tenía.
- Y es necesaria la autocrítica, reconocer los propios errores.
- Muchos.
- ¿Qué es lo que ha hecho mal el mundo de la cultura para estar en la situación en la que está hoy en día?
«En la política española hay mucho personalismo y muchos intereses laborales. Si tú eres un empleado de un partido político, sólo dices lo que te mandan»
- Se ha equivocado en muchas cosas en su desarrollo y también en imponer criterios. Por ejemplo: en el arte, llegar a creaciones artísticas en las que el ser humano ya no se ve representado; en la literatura, llegar a obras que son ilegibles; en la teoría crítica y el ensayo, decir que el escritor no existía, que la obra no tenía por qué explicar el mundo… Excesos que hoy ya no nos valen, porque tenemos que volver a la lectura, a reflexionar sobre el ser humano, a cierta comprensibilidad de todo esto. Puede que la cultura no desaparezca, porque eso es como decir que el amor va a desaparecer, pero que sea un apéndice, no lo importante que fue en el desarrollo de la humanidad. En realidad, nosotros somos el canto del cisne de un mundo maravilloso.
- Maravilloso y que sirvió para construir el actual. ¿Hay alguna forma de que esta cultura, esta civilización no se nos escape?
- Podríamos evitarlo con la educación, sobre todo la humanística, con la cultura en nuestra vida cotidiana, con la labor de la familia. Porque todo viene desde abajo.
- Por eso reivindica un pacto de estado por la educación y la cultura.
- Fundamental, siempre lo he dicho. Estando en el Ministerio, en todos los sitios, yo siempre he luchado por eso. No en todos los países sucede lo que en España, porque por ejemplo en Francia la educación y la cultura son esenciales.
- Es que es su base.
- Sí, porque saben que cuando esa base se tambalee desaparece el país, que es lo que nos está pasando aquí. Aquí no es un problema de la política o la economía, que eso se arreglará; es un problema de educación y cultura, porque eso es la identidad de un país.
- ¿Cree posible que se pueda llegar a ese pacto?
- Me gustaría. Es difícil, porque hay mucho personalismo en la política española y muchos intereses laborales; en la política no debería haber intereses laborales, y la política española está llena de intereses laborales.
- Es que hay quien la entiende como un trabajo de por vida.
- Sí, y eso es fatal. Todo el mundo que entra en política debería tener una alternativa, porque eso es lo que te da libertad para decir las cosas. Si tú eres un empleado de un partido político sólo dices lo que te mandan, y eso es terrible. Pero no hace falta la intervención de la política. Se podría haber reunido a un grupo de historiadores que se pusiera de acuerdo para explicar la Historia de España. ¿Cómo puede permanecer unido un país que desconoce su historia, que la interpreta como le da la realísima gana, que no se la sabe explicar a sus ciudadanos? La disgregación proviene de la educación y de la cultura. Pero no sólo en España, también en Europa, que tampoco ha habido manera de ponerse de acuerdo. Aquello que no se conoce, no se puede amar.
- Precisamente, el otro día debatimos en una cena si Europa está más en decadencia que Estados Unidos.
- Europa siempre ha vivido periodos de grandes luces y de oscuridades, y eso permanece. Ahora estamos en una época de tinieblas. Pero Europa siempre ha resucitado. Lo que pasa es que se ha partido de grandes errores, como pensar que los fantasmas del pasado no volverían. Los fantasmas siempre están ahí y hay que combatirlos con la democracia.
- Además, esos fantasmas están muy presentes en una historia como la de Europa, con muchas más sombras que luces; y estoy hablando del siglo XX.
- Pero fíjese lo poco que importa, ya no sólo el tema de los refugiados, que es de una gravedad tremenda, sino la destrucción de un país como Siria, que es la cuna, junto con Egipto, de nuestra civilización.
- Volviendo a España, ¿por qué arrastramos el problema de la identidad educativa y cultural desde hace décadas?
«Me asusta oír opiniones, de algún partido político, que desde el franquismo no oía. Por ejemplo, el ataque a la libertad de prensa. Sin la libertad no existe la democracia»
- Desde hace por lo menos siglo y medio, o más. Hay que pensar que fue un país que se hizo guerreando. La educación, la cultura, los intelectuales, desde Santa Teresa a San Juan de la Cruz, fueron perseguidos. Siempre ha habido ese fanatismo de tratar de imponer las ideas y las opiniones. ¿Por qué, al redactar la Constitución, no se pudo relegar para que se redactara un sistema educativo consensuado por todas las partes, que nos pudiera valer durante décadas?
- Bueno, quizás no interesaba.
- Probablemente a muchos políticos nacionalistas no les interesaba. Tampoco había mayorías absolutas para llevar las cosas adelante. Se confió en el hada democrática, que era una maga que lo iba a arreglar todo, que ya habíamos pasado por una guerra y una dictadura y que era suficiente lección para que no volviéramos a cometer los mismos pecados…
- Parece que no aprendemos la lección.
- Pues, a la vista de lo que está pasando, no hemos aprendido mucho. Yo me asusto al oír algunas opiniones, de algún partido político, que desde el franquismo no las oía; por ejemplo, el ataque a la libertad de prensa y de expresión o contra el sistema jurídico. Sin embargo, no pasa nada. Sin la libertad no existe la democracia. Una mala educación de los ciudadanos nos conduce a una mala democracia, que es en la que estamos viviendo.
- ¿Qué piensa de lo sucedido en el ámbito político en los últimos meses?
- Es el simbolismo del país. La política es el espejo de la sociedad, y viceversa. Que un país sea incapaz, en una situación de gravedad máxima, de ponerse de acuerdo para salir adelante… Si eso no se logra, ¿qué va a ser lo demás? Llevamos 40 años de retraso, porque hace 40 años sí se pusieron de acuerdo, en situaciones peores. No sólo no hemos aprendido nada, sino que hemos dado pasos gigantescos hacia atrás. Es falta de educación y falta de una formación de políticos con un saber y un conocimiento importante. Hay diez problemas clarísimos de este país que hay que afrontar, y todo lo demás sobra.
- No puedo dejar de preguntarle por la celebración del IV centenario de la muerte de Cervantes.
- Yo lo he calificado de esperpento. Creo que Valle-Inclán se quedaría rebasado. A Cervantes no le extrañaría porque él ya conocía este país, nos habló de todos nuestros males. Pero como, con todos mis respetos, el noventa y muchos por ciento de los diputados no han leído El Quijote…
- Bueno, fíjese, precisamente, el esperpento que se montó en el Congreso a cuenta de Cervantes.
«Una mala educación de los ciudadanos nos conduce a una mala democracia, que es en la que estamos viviendo.»
- Lo del Congreso ha sido una vergüenza, aparte de una ignominia de cara al propio Cervantes. Pero lo que no se conoce no se ama. Los políticos deberían ir al callejón del Gato y mirarse en los espejos cóncavos en los que se basó Valle-Inclán para escribir los esperpentos. ¿Qué es hoy España? El reflejo en los espejos, cóncavos y deformados, del callejón del Gato. El Quijote es como una constitución, lo abres y te da una respuesta.
- ¿Y qué me dice de la polémica con la pensión de los autores?
- La pensión es un derecho que tú adquieres porque lo has estado pagando, por lo menos, cuarenta años. Esa usurpación, ese robo, de tus derechos de autor… En ningún país de Europa se roba a sus creadores. ¿Cómo un gobierno como este puede, en este momento, estar persiguiendo a los escritores, a los artistas? Porque lo está haciendo.
- ¿Pero cree que es una persecución consciente?
- Yo creo que sí.
- ¿Por qué?
- Porque han molestado y han armado follones, porque son todos críticos. Porque el mundo de la cultura es un mundo incontrolable, como yo, que le estoy diciendo esto.
- Pero ese es el papel de la cultura, ser crítica.
- Claro, pero es que en este país la crítica no gusta, no gusta que se digan las verdades, que se opine.
- Antes ha utilizado la palabra robo. El mayor robo que hay en el sector cultural es la piratería.
- Pero hay partidos políticos que defienden la piratería, sobre todo uno o dos en especial. Y el resto le tienen miedo, porque como hay miles de usuarios que se suponen que son votantes y que pueden crear algún problema... Lo demás importa tres pimientos. A los que tienen miles de millones en Panamá o en Suiza no se les dice nada y, de repente, a unos señores que siempre han vivido dignamente, pero con poquísimos medios, se les está persiguiendo. Y mucha gente conocida no lo dice, porque tiene vergüenza.
- O miedo.
- Miedo y vergüenza, porque además se les ha colgado de las tablillas públicas. Ese es el resultado del afecto hacia la cultura del propio país. Porque, ¿cuál es la Marca España? ¿Es Neymar, es Messy? Es Velázquez, Cervantes, Picasso, Valle-Inclán, Unamuno, Buñuel, Rosalía, María Zambrano… Eso es lo que somos en el mundo. ¿Cómo un gobierno puede descuidar a su cultura? Si se la descuida -que no es sólo este Gobierno, sino que viene de lejos-, vienen nuestros problemas.
- Para terminar, dice en el libro: «A veces he odiado -injustamente- la vida». ¿Estas son las memorias de un optimista o de un pesimista?
- De alguien que quisiera ser optimista, que busca el optimismo, que busca permanentemente razones para vivir y para justificar, como yo así creo, que vale la pena vivir.
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