En casa de Miguel Delibes
Hay algo de tiempo detenido en su domicilio de Valladolid, que se mantiene, diez años después de su muerte, como él lo dejó. Jesús Marchamalo pasó muchos días allí, en soledad, mientras preparaba la exposición «Delibes» de la Biblioteca Nacional. Este es el relato de sus impresiones al explorar la casa del escritor
Una de las fotografías del joven Delibes que se conservan en su casa de Valladolid
La casa de Miguel Delibes , en la calle Dos de Mayo, de Valladolid , es amplia y luminosa. Un octavo piso cuyas ventanas dan a un colegio de patios bulliciosos a la hora del recreo, gritos infantiles y carreras que llegan con la ... puntualidad de los horarios escolares.
Se fue a vivir allí el mismo día en que cumplió 60 años; salió por la mañana para Madrid , de viaje, desde su casa del Paseo Zorrilla donde había vivido veinticinco años, y cuando volvió, ya de noche, durmió por primera vez en la casa nueva, en la que únicamente tenía una cama y su biblioteca. Había vivido siempre de alquiler y tras la muerte de su mujer, Ángeles de Castro , y con los hijos mayores ya casados, viviendo por su cuenta, se planteó comprar una casa en la que pasar el resto de su vida.
Encargó el interiorismo -sobrio, limpio, muy de su gusto austero- a una empresa de decoración de Barcelona , y la disposición y el mobiliario se ha mantenido casi igual desde entonces: alfombras y tresillos de color claro en el salón, mesitas bajas, lámparas de sobremesa y una televisión de color rojo en la que veía partidos de fútbol, tenis y ciclismo.
En las paredes, cuadros - Vela Zanetti , Rafael Zabaleta - y estanterías de obra: de viajes, enciclopedias y la colección completa de Alianza Bolsillo. Sobre la chimenea, que nunca utilizó, llena hoy de libros, el retrato que le hizo John Ulbricht a mediados de los años sesenta en el que se ve a un Delibes joven, de perfil y delgado -“He querido reflejar en su rostro el hambre ancestral del campo castellano ”, le confesó el pintor-, y enfrente, junto a su mecedora, una librería del suelo al techo, hecha a medida, con la colección completa de Áncora y Delfín, de Destino, en la que publicó buena parte de su obra. Era lo único que tenía expresamente asegurado en la póliza de la aseguradora.
Anotaciones manuscritas de Delibes sobre el "Ulises" de Joyce
Hay otras tres habitaciones: la suya, estrecha, minúscula, casi como una celda monacal, presidida por un retrato de Walt Whitman que le regaló, dedicado, Gregorio Prieto , y otras dos donde dormían sus tres hijos pequeños: Camino en una de ellas, y en la otra, en literas, Juan y Adolfo.
Señora de rojo sobre fondo gris
En el estudio, donde trabajaba, llama la atención una mesa, grande y sólida, oscura, de madera de nogal avejentada y en cuya superficie, pulida por el uso, se aprecian quemaduras de cigarrillos, huellas de jarras, vasos y manchas de tinta. Detrás y luminoso, el retrato de su mujer, pintado por Eduardo García Benito , que dio título a uno de sus libros más conmovedores: "Señora de rojo sobre fondo gris".
En esa mesa, que ahora puede verse en una de las salas de la exposición que celebra su centenario en la Biblioteca Nacional , escribió buena parte de su obra, siempre a mano, con pluma o con rotuladores de punta fina, azules, en cuartillas de papel de periódico -áspero, quebradizo- que le cortaban del sobrante de las bobinas de "El Norte de Castilla", su periódico , en el que entró a trabajar como caricaturista con apenas 20 años, y del que llegaría a ser director y consejero.
Sus obras, publicadas en la colección Áncora y Delfín, de Destino
Y allí, sobre la mesa, todavía, un pequeño escritorio con papeles, una cuartilla manuscrita con esa letra suya, apretada, elegante pero difícil de entender, un par de fotos, una regla, un bote de bolígrafos, una lámpara y dos o tres carpetas con su papel de cartas y los sellos. Porque el correo fue siempre para Delibes una actividad gozosa a la que dedicaba gran parte de las tardes: sabía los horarios de recogida de todos los buzones de la zona, el precio del franqueo, las horas de reparto… Nunca dejó una carta sin responder y en su archivo, en la fundación que lleva su nombre, se conservan casi cuatro mil cartas que guardaba en carpetas, año a año, en los muebles de la cocina de los que fue vaciando la vajilla.
Hay también, en la mesa, un pequeño montón de libros, cuatro o cinco, tal vez los últimos que fue leyendo: Bohumil Hrabal , "Yo que he servido al rey de Inglaterra", o Ian McEvan , "Chesil Beach". Y en los cajones, toscos, desajustados, dos o tres libretitas de papel de anotar, con su nombre, Miguel Delibes , una navaja multiusos, viejos relojes, llaves, un podómetro, un billete de lotería y una cámara de fotos.
El premio Príncipe de Asturias de las Letras y el Nadal, junto a dos fotografías de sus padres
Hay algo de tiempo detenido en esta casa que se mantiene, diez años después de su muerte, tal y como él la dejó: los armarios, con media docena o más de cazadoras, algún traje, corbatas, las fotos colgadas en la pared con sus amigos, Pla, Umbral o Sacristán , y su biblioteca; estanterías limpias y ordenadas donde únicamente hay libros porque era poco amigo de los ‘chichirimundis’: las figuritas, los bibelots, los adornos… Hay, sí, cuatro o cinco tijeras en las baldas y una docena de cintas de casete - Los Panchos, Jorge Negrete, Atahualpa Yupanqui - que llevaba a veces en el coche, una figura de cristal de murano y también un termómetro porque, friolero, tenía una obsesión por la temperatura de las habitaciones.
Neruda y los 200 euros
En otro de los estantes, media docena de libros de Baroja que le regaló su hijo Miguel y que fueron parte de sus lecturas en sus últimos años, y ordenados, muchas veces por editoriales, algunos de sus libros y autores predilectos: Rulfo, Duras, Pavese, Svevo, Aleixandre o Neruda , sus "Poesías completas", publicadas en Noguer en dos tomos en los que aparecieron, guardados, escondidos, cuatro billetes de cincuenta euros.
Al lado, una mesa auxiliar, con fieltro verde, que compró para jugar al póquer -era un gran jugador- y que nunca utilizó más que para amontonar libros. Allí, sobre el tapete, apilados, los últimos que le fueron llegando, algunos dedicados: Luis Mateo y Sampedro, Marías y Ferlosio que le escribe en la página de cortesía, con letra grande, un poco temblorosa.
“Querido Delibes,
le mando este libro de
otros tiempos -no sólo míos-
con la estima de siempre,
Rafael Sánchez, Madrid 10, X, 09”
En el recibidor, el mueble donde dejaba al volver de la calle la visera y la ropa de abrigo, y la escalera que comunica con el piso de su hija Elisa , que vive con su familia en el noveno, y desde el que llegan las voces cantarinas de sus nietas, que vuelven a comer desde el colegio y que, a veces, bajan para jugar, dicen, a casa de Delibes .
Delibes era friolero y tenía una obsesión por la temperatura de las habitaciones
En la cocina, estanterías con libros y cajas que llegan casi cada semana con las reediciones de sus obras y que ocupan la mesa en la que trabajaba, desde mediados de los años ochenta, su nuera Pepi Caballero. Recuerda que iba de cuatro a seis y media, todas las tardes, a ordenarle la agenda y el correo, recordarle las citas y a pasarle a máquina los originales: diez, veinte cuartillas cada día, dependiendo de la ‘cosecha’ como él mismo decía, que después, ya mecanografiadas, volvía a corregir -tachones y añadidos- hasta que las daba por buenas.
Allí llegaba cada año, el día de su cumpleaños, la tarta que le encargaba su hija Camino, de frambuesas y nata, y que él, goloso, devoraba. También la botella de champán francés de seis litros -como las de la fórmula uno- que le enviaba desde Barcelona Andreu Teixidor, uno de sus editores en Destino . Allí le cantaban cada año el "Cumpleaños feliz" mientras soplaba las velas y abría los regalos: ropa o cosas de comer, algún libro y los dibujos -le encantaban- que le llevaban sus nietos.
Delibes cumple el 17 de octubre cien años. ¡Felicidades!
[Jesús Mrachamalo es periodista y escritor. Ha comisariado la exposición "Delibes" , que puede verse en la Biblioteca nacional de España]
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