De la cama a los diarios: la vida convulsa de Patricia Highsmith

Los esperados y polémicos diarios de la escritora llegan por fin a las librerías de Estados Unidos después de la edición hercúlea de Anna von Planta, que ha trabajado durante años con ocho mil páginas de letra manuscrita

La escritora Patricia Highsmith, en una imagen de juventud ABC

«Mi brindis de fin de año: a todos los demonios, lujurias, pasiones, ambiciones, envidias, amores, odios, deseos extraños, enemigos fantasmales y reales, al ejército de memorias con el que batallo: nunca me dejéis en paz». Patricia Highsmith lo escribe en su diario en ... la madrugada del 1 de enero de 1948 , en una anotación que recoge el caudal de tensiones que marcaron su vida pasado por el alambique. La novelista vivió, gozó y sufrió de manera inseparable, atormentada por fuerzas que le llevaban al éxtasis y a la tristeza y que, también, propulsaron su apabullante producción literaria.

La frase es quizá el resumen del resumen de la personalidad de Highsmith , que se revela con todo el esplendor que permite el husmear sin apenas restricciones en sus diarios. Los comenzó a escribir en 1941, cuando era una joven que se comía Nueva York, y los mantuvo durante décadas, también convertida en una leyenda literaria huraña .

Estos diarios llegan a las librerías de EE.UU. —Anagrama los publicará en España en la primavera del año próximo—, después de una edición hercúlea de Anna von Planta , que se fajó con la letra de mano de Highsmith desparramada en ocho mil páginas de 18 diarios y 38 cuadernos (para complicar más las cosas, en los diarios escribía a veces en francés, alemán, italiano y, también, español, sin necesidad de sobresalir en algunos de esos idiomas, lo que a veces convierte esas confesiones íntimas en jeroglíficos).

De esa montaña de letras, la autora de ‘El talento de Mr. Ripley’, ‘Extraños en un tren’ o ‘Carol’ no emerge como algo distinto a la escritora controvertida, lesbiana, libertina, depresiva , con inclinaciones racistas y antisemitas, agresiva, terriblemente inteligente, bebedora sin límite, torturada y genial que se conocía antes de la publicación de los diarios. «Era una persona mala, cruel, dura, imposible de amar y nada afectuosa», dijo Otto Penzler, su editor en EE.UU. en su última época, cuando Highsmith vivía sobre todo entre sus propias sombras. «Nunca pude entender cómo un ser humano podía ser tan implacablemente desagradable. Pero, ¿sus libros? Brillantes ». El retrato tiene ahora, sin embargo, más matices, el trazo más pronunciado y certero.

Retrato matizado

Como era de esperar, la cama de Highsmith tiene un gran protagonismo en los diarios. «El sexo , para mí, debería ser una religión. Yo no tengo otra», escribe en la entrada del 7 de agosto de 1941, con veinte años y todavía estudiante en Barnard College , en Nueva York . «No siento ningún otro deseo, a una devoción, a algo, y todos necesitamos una devoción hacia algo más allá de nosotros mismo, fuera incluso de nuestras ambiciones más nobles».

«El sexo, para mí, debería ser una religión. Yo no tengo otra», escribe en su diario el 7 de agosto de 1941

En las páginas se acumulan romances, flirteos, amores de una noche , relaciones tortuosas, infidelidades y muchos nombres. Doris, Rosalind, Allela, Chloe, Ellen, Virginia, Marijane… «La piel de Buffie es como un líquido exquisito, resbalando sobre la mía como un pedazo de satén», escribe el 23 de diciembre de 1942. «A Buffie le encantaría tenerme como única amante en lugar de su marido. Quizá mantengamos nuestras citas de los miércoles». En otro momento, cuenta que «la vida no tiene un placer tal como el momento en el que estás bajo la ducha, cantando, con una chica maravillosa esperándote en la cama en el cuarto de al lado».

Patricia Highsmith, fotografiada con su gato ABC

Los primeros años del diario son de vino y rosas, en un gran retrato de Nueva York siendo devorada por una joven con talento y con hambre, de sexo y de experiencias. El escenario habitual son los garitos del West Village y de Midtown, la bohemia de los años cuarenta, desligada de la guerra, de sus horrores y héroes. Castille, Tilson, Le Moal, Golden Horn, Crespi’s, nombres de una Nueva York que ya no existe. Highsmith escribe de día y vive de farra de noche, en un círculo en el que su homosexualidad , aunque no sea pública, no es ajena. Los vapores del alcohol lo nublan todo y la joven escritora se entrega en juergas en las que en su diario cuenta hasta siete martinis de una tacada, en peregrinaciones en taxi de punta a punta de la ciudad, de uno a otro local con humo denso y baños donde manosearse con otras mujeres.

«La vida no tiene un placer tal como el momento en el que estás bajo la ducha, cantando, con una chica maravillosa esperándote en la cama en el cuarto de al lado», cuenta en el diario

El alcohol , defiende, es un motor creativo y una vía de escapatoria, un viaje en el que Highsmith estuvo siempre inmersa. «Me pregunto si hay algún momento mejor que el del segundo martini a la hora de la comida, cuando los camareros son simpáticos, cuando toda la vida, el futuro, el mundo parece bueno y dorado (y no importa nada con quién esté una, sea hombre o mujer, sí o no)», anota. El hábito también es una manera de no cumplir con una vida que no desea: «Sin las copas, me hubiera casado con un zoquete sin gracia, y hubiera tenido lo que se llama una vida normal. Una vida normal es también muchas veces aburrimiento o violencia, divorcio, infelicidad e infelicidad por los hijos que nunca tuve», escribe en 1960.

Patricia Highsmith, fotografiada en un tren, escenario de una de sus novelas más famosas ABC

Esa tensión entre las convenciones sociales, la represión de su sexualidad y los demonios interiores es una constante en los diarios. Es algo que le hace anhelar cosas como la estabilidad amorosa o la felicidad, para no tardar en despreciarlas. «El peligro de vivir con alguien, para mí, es el peligro de vivir sin la dieta de pasión normal de una», escribe en 1956, en un momento de cierta estabilidad personal, convertida en autora de éxito, compartiendo una casa en el campo al norte de Nueva York, con una mujer de la que se enamoró. «De inmediato, todo se iguala, se calma, se olvida con una sonrisa, con perspectiva. Yo no quiero más perspectiva que la mía». En otro momento llega a decir que «la felicidad es el estancamiento de la mente» .

Fracaso

Highsmith buscó esa ‘normalidad’ y el fracaso de no encontrarse en ella le marca. Se somete a terapia psiquiátrica para, según sus palabras, «curarse». Tiene relaciones con hombres —en especial, con el escritor Marc Brandel, con quien llega a comprometerse— que se pierden con infidelidades constantes con otras mujeres. Estar en la cama con un hombre es como estar con «un muerto». Con sus amantes, todo puede ser de otro color: «Mientras existan las mujeres guapas, ¿quién puede de verdad deprimirse?».

«Los homosexuales prefieren la compañía entre ellos por saber que todos han pasado por el mismo infierno, los mismos juicios, las mismas depresiones y los que se encuentran los han sobrevivido»

De esas luchas interiores emerge una misantropía poderosa. «Una razón por la que admirar el coche: acaba con más gente que la guerra», escribe. Más empatía muestra con otros homosexuales : «Prefieren la compañía entre ellos no tanto por una desviación sexual común frente a lo que acepta la sociedad, sino por saber que todos ellos han pasado por el mismo infierno, los mismos juicios, las mismas depresiones y los que se encuentran los han sobrevivido», anota en mayo de 1961. «Son hermanos y hermanas de sangre».

Patricia Highsmith, paseando por Barcelona con Jorge Herralde, su editor en España ABC

Los diarios enseñan mucho más. Aparecen sus conocidas alusiones antisemitas , sus amistades con algunos de los grandes creadores del siglo XX —de Truman Capote a Dylan Thomas o Wim Wenders—, su creciente éxito editorial, sus adaptaciones al cine, la intensificación de sus excentricidades —viaja con caracoles, una de sus pasiones, escondidos en su sujetador— con el paso del tiempo, su huida a Europa y sus viajes por el continente… Los diarios acaban en 1995, cuando muere en Suiza por un cáncer de pulmón . Lo provocó quien, según ella misma escribe, fue su único amigo: un paquete de cigarrillos.

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