Autorretrato, completo y sin editar, de Sylvia Plath
Llega a España el primero de los cinco volúmenes de las cartas de la poeta, que recoge sus años de formación iniciales, hasta su ingreso en el prestigioso Smith College
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Iniciar sesiónLa escritura de cartas no es un género literario en sí mismo, y mira que nos gusta ponerle etiquetas a todo, como si los libros estuvieran en las estanterías de los supermercados y no de las librerías. Pero, en función de quién sea el que ... firma las misivas, las palabras en ellas reflejadas adquieren, a veces, un valor testimonial, una armonía en su conjunto, un nivel narrativo, en definitiva, que ya quisieran algunas novelas hoy mismo publicadas. Y lo mismo sucede con los diarios. En la historia reciente de la literatura hay muchos ejemplos de ello, pero el que hoy nos ocupa está impregnado, además, del halo mítico de su autora: Sylvia Plath (1932–1963). No merece la pena detenerse, ahora, en su desgraciado final, ni tampoco en su historia de (des)amor con Ted Hughes (1930–1998). Muchos ríos de tinta han hecho correr, ya, uno y otro tema.
El caso es que Plath fue, además de una extraordinaria poeta, una apasionada escritora de cartas desde su infancia. Tras la aparición, hace años, de las incompletas y muy editadas «Cartas a mi madre» (Grijalbo, 1989), Tres Hermanas ha iniciado la publicación en España de los cinco volúmenes que componen las «Cartas de Sylvia Plath», un proyecto ambicioso acometido, con admirable dedicación, por Peter K. Steinberg y Karen V. Kukil. Hace unos días, llegó a las librerías el primer tomo, que comprende desde 1940, cuando Plath tenía sólo ocho años, hasta 1951, y en adelante lo irán haciendo los cuatro restantes, incluido el que termina en 1963, año del suicidio de la autora estadounidense.
En total, más de 1.390 cartas dirigidas a más de 140 destinatarios que, en palabras de Peter K. Steinberg, en conversación con ABC, son «extremadamente importantes», porque «ofrecen narraciones autobiográficas de sus experiencias, desde su oficio como escritora, a su educación, su vida sentimental...». Lo mismo que al repasar sus poemas o al detenerse en las absorbentes páginas de su única novela, «La campana de cristal», el lector se ve impelido de forma diferente, pero igualmente asombrosa, en sus cartas «cada uno descubrirá a una enorme variedad de sylvias: la famosa hija obediente; una persona inteligente y coqueta para sus novios y amantes; una escritora profesional, motivada y enfocada a sus contactos comerciales, y, sobre todo, una autora con un sentido del humor completamente desarrollado». Un humor, eso sí, «ingenioso, a veces diabólicamente, y a menudo a costa de ella misma».
El primer volumen abarca los años de formación de Plath. Las primeras cartas, escritas en febrero de 1940 y que los editores encontraron en el ático de la casa familiar en Winthrop (Massachusetts), van dirigidas a sus progenitores, aunque tras el repentino fallecimiento de su padre, ese mismo año, su madre quedará como única y privilegiada destinataria (en la larga década siguiente, hasta su muerte, le envió más de 700). Durante su estancia en diferentes campamentos de verano, entre los años 1943 y 1948, Plath empezó a redactar bosquejos de versos, hasta componer lo que serían sus primeros poemas, que hasta ahora han permanecido inéditos. En una carta para su madre fechada el 20 de marzo de 1943, incluyó este cuarteto: «Planta una pequeña almáciga / Mézclala con la lluvia, la granizada, / Revuélvela con la luz del sol, / y las flores harán su llegada».
Una vida buena y feliz
Pero, más allá de su madre, antes de que llegaran a su vida sus primeros pretendientes y mucho antes, claro, de que lo hiciera Ted Hughes (la pareja se conoció en febrero de 1956), los destinatarios de sus misivas, apuradas siempre hasta el límite del papel y acompañadas, con frecuencia, de gráficos dibujos, fueron, entre otros: su hermano; algún familiar materno; su amiga de infancia Margot Loungway Drekmeier; la madre de su mejor amiga, Marion Freeman, a la que consideraba su «segunda madre», o Hans-Joachim Neupert, un amigo alemán por correspondencia.
En ellas manifiesta, por ejemplo, su postura sobre la guerra y la paz, su punto de vista sobre la vida americana o su interés, poco conocido y temporal, por el coleccionismo de sellos e, incluso, clasifica sus comidas [tenía mucho apetito, como demuestra en una carta de julio de 1945: «he comido como un pajarillo: 6 platos de guisado y salsa con patatas, guisantes, cebollas, zanahorias, pollo (qué rico, qué rico), cinco tazas de ponche y una cucharada de helado de vainilla, café y naranja»].
«Son misivas –explica Steinberg– que preparan el escenario para las persistentes cartas escritas en sus primeros años en el Smith College. Muestran a Plath como una niña y una mujer joven desarrollándose como persona y, si bien hay momentos difíciles social y emocionalmente, en gran parte la impresión es que tenía una vida muy buena y feliz». En agosto de 1950, Plath publicó su primer relato, titulado «And Summer Will Not Come Again», en la revista para adolescentes «Seventeen». Poco después, semanas antes de matricularse en el Smith College, recibió la primera carta de un admirador, al que no dudó en responder, el 11 de agosto de 1950: «Soy sarcástica, escéptica, y a veces insensible, porque aún tengo miedo de que me hagan daño. En mi interior hay un núcleo muy vulnerable que toda persona egoísta posee, e intento por todos los medios que no se vea». Una prueba más de que, como sostiene Steinberg, Plath era una gran escritora epistolar. «Aunque tenemos sólo un lado de la correspondencia, en sus palabras vislumbramos, con algo de imaginación, cómo habría actuado en presencia de esa persona. Es capaz de cuidar y elaborar sus cartas pensando en cada destinatario, lo que demuestra que es reflexiva y concienzuda».
Detalles cotidianos
De las 85 cartas que dan cuenta de su primer semestre como universitaria, todas menos dos fueron para su madre. En los meses siguientes, hasta mayo, 65 epístolas más llegaron a su casa familiar, con detalles aparentemente banales, pero hoy reveladores. Así, el 10 de abril de 1951, le contó a su madre que había visto, ese mismo día, «Un perro andaluz»:«Vi una breve pero sorprendente película de Dalí: mi primer acto de libertad en lo que queda de curso». Aunque también hubo tiempo para el intercambio epistolar con sus primeros amores: «Dick» Norton y Eddie Cohen.
A la espera de los siguientes volúmenes, que reflejan los pormenores de su relación con Hughes, Steinberg deja una reflexión final sobre la correspondencia en su conjunto, con una coda hermosa, pero tristísima: «Su vida no fue fácil, tuvo complicaciones. Pero, ¿qué vida no es así? A menudo afrontaba esos contratiempos más fuerte y concentrada, buscando triunfar como escritora, esposa, hija... A veces era infeliz, otras se enojaba, con frecuencia era divertida y, a menudo, estaba exultante. Pero, incluso hacia el final, cuando las cartas son más oscuras y su situación es ya desesperada, tenía planes para el futuro».
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