Anne Carson: «Hemos perdido las cualidades que nos hacen civilizados: la levedad y la autodisciplina»
La poeta, que acaba de ser distinguida con el premio Princesa de Asturias de las Letras, sostiene que este galardón la ha dejado «mareada» y pide «mucha paciencia» para «deshacer los nudos en los que nos hallamos»
Anne Carson no quiere hablar por teléfono. Y un encuentro en persona es impensable. Hay demasiados kilómetros entre Nueva York y su casa en Michigan para salvar la urgencia de repasar su obra cuando le acaban de conceder el premio Princesa de Asturias de ... las Letras. El Covid-19 ha secado además los encuentros en persona, y menos con personas de una cierta edad (la poeta canadiense cumple mañana setenta años). Pero ni la distancia ni la pandemia son decisivos. Carson es reclusiva y huidiza. No solo con los periodistas, a los que evita. También con su marido y colaborador, Robert Currie , su sombra habitual. Cuándo él está de viaje, ella le llama y le dice «Te echo de menos, pero estoy muy a gusto», explicó hace unos años a «The New York Times».
Por fin, la premiada acepta contestar un cuestionario por escrito. Lo que sería una derrota para el entrevistador, se convierte en un regalo. Carson abre el capote de su lenguaje lúcido, constructor de imágenes y conector de ideas. Un reflejo de su poesía, culta y refrescante, entroncada con los clásicos -es una autoridad en griego antiguo y en la cultura helenística- y seductora del lector joven. Sus respuestas destilan la ironía, la inteligencia y el conocimiento que muestra en su obra. A veces son telegramas, que invitan a conocerla más. Habrá la oportunidad de hacerlo este año en Oviedo, si su timidez y el virus lo permiten.
—¿Cómo se enteró del premio?
—Me di un baño en el lago temprano por la mañana. Cuando me estaba secando, vi que había muchos mensajes en mi teléfono
—¿Qué significa para usted este reconocimiento?
—Me ha dejado mareada.
—El Camino de Santiago tiene para algunos una cualidad transformadora. Usted lo hizo. ¿Cómo afectó a su creación?
—Creo que escribí un libro sobre ello. Es difícil parafrasear a mi ser anterior.
—Su editora mexicana, Jeanette Clariond, nos dice que los poetas de EE.UU. se alzan en el dolor. A usted la define como una poeta del dolor, nacida de los clásicos griegos. El dolor -la muerte de George Floyd, que todo el mundo vio en vídeo, el de las protestas en la calle, el que convive en la minoría negra- definen este momento de EE.UU. ¿Cómo lo está viviendo?
—Hoy es Juneteenth [la conmemoración del 19 de junio de 1865, el día en que por primera vez se comunicó a los esclavos negros que eran libres], un día importante para condenar el racismo y la injusticia que conlleva. Nos sumaremos a las protestas.
—¿Cuál es la relación entre el lenguaje visual y el verbal en su obra?
—Una forma de entenderlo es esta: me encuentro muchas veces buscando borrar la preparación. Es decir, llegar a la idea que había antes de la propia idea, arrancar la verdadera forma de algo mientras todavía está húmedo. Esa forma se puede encontrar cuando te detienes entre palabra e imagen. Como el ciervo en el atardecer, que no estás segura de haberlo visto.
—En su obra se multiplican analogías llenas de ironía, verdad y profundidad. Pero vivimos en una sociedad dominada por la inmediatez y lo banal, donde el don, la gracia o la xenía del mundo griego se desdibujan. ¿Cómo recuperarlos hoy, en la sociedad y en la literatura?
—En el tiempo que vivimos hemos perdido la pista de dos cualidades que hacen posible a una personalidad civilizada: la levedad, que permite el humor sin maldad; y la autodisciplina, que da contorno a nuestro desconcierto. Cualquier esfuerzo en el que hay que prestar atención -la pintura, el dibujo, la escritura- puede entrenar estas cualidades, en mi opinión.
—Teniendo en cuenta su capacidad asociativa, que conecta a Simónides con Paul Celan, ¿con qué momento de la historia compararía el momento que estamos atravesando ahora?
—Con el momento en el poema «Narcissus» de Paul Valéry, en el que Narcissus mira al reflejo del agua y ve que está llorando.«¿Por qué lloro?», se pregunta.
—La pandemia de Covid-19 ha mostrado que la historia es cíclica. ¿Piensa que, como humanos, seguimos cometiendo los mismos errores?
—Sí.
—A través de su obra aprendemos que no es el dinero lo que mueve al poeta, sino la gracia, esa gracia de la que habla Cicerón. Y esa es una lección muy valiosa de cara al consumismo que hoy parece gobernarlo todo, a veces incluso también el ámbito literario.
—Si el egoísmo capitalista y las «redes sociales» [las comillas son de la autora] encaminan a los seres humanos de vuelta a sus instintos más bajos, debemos resistirnos en todas las maneras que podamos. No estoy segura de que haya una forma grandiosa, heroica de hacerlo. Si nuestro mundo está verdaderamente perplejo, como es el caso, quizá necesitemos mucha paciencia. Será un largo esfuerzo el deshacer los nudos en los que nos hallamos.
—Su obra contiene una ironía fina e inteligente. ¿Es el humor la mejor herramienta frente a la barbarie y la injusticia?
—Es solo una herramienta. Pero el humor no es burla. La burla está atrapada por la forma en como son las cosas. El humor va más allá y es libre.
—El humor también se pone en el camino de la corrección política. Pero hoy, la corrección política está en todos lados, especialmente en el mundo académico. ¿Hay cura para eso?
—Prestar atención. La corrección necesita de la generalización. Hay que mirar más de cerca. Diseccionar los detalles. Preocuparse por ello.
—Suena como candidata al premio Nobel, ¿significa algo para usted?
—Mi consejo sería que nadie apostara dinero por mí.
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