Ángeles Caso: «Hemos construido para los jóvenes una sociedad y un sistema despreciables»
La escritora asturiana presenta «Donde se alzan los tronos», una novela sobre el poder y la frivolidad en la corte de Felipe V y, según la autora, «un espejo de algunas de las cosas que están ocurriendo ahora»
Para Ángeles Caso (Gijón, 1959) la escritura «debe ser un nuevo reto intelectual cada vez». Quizá esa sea la razón por la que ha escrito un libro radicalmente distinto a «Contra el viento», novela que mereció el Premio Planeta en 2009. «Donde se alzan los tronos» narra la disputa que se produce entre las cortes de Austria y Francia tras la muerte –sin descendencia– del monarca español Carlos II, último de la dinastía de los Habsburgo.
–¿Por qué eligió a la Princesa de los Ursinos, un personaje que hace política desde la sombra, para contar esta historia?
–Yo estaba, como todos los ciudadanos de este país, preocupada por todas las cosas que están pasando a nuestro alrededor, por la frivolidad con que están gobernando desde hace tiempo y los errores constantes de los gobernantes. Y hace un tiempo, dando un curso sobre el poder femenino a través de los retratos de reinas e infantas, en el Museo del Prado, me reencontré con este personaje y me di cuenta de que era un momento que me venía muy bien para reflejar, como una especie de espejo, algunas de las cosas que están ocurriendo ahora.
–¿El personaje que mueve los hilos de la política visible es una figura frecuente en la política actual?
–Claro, y no solo ella. Ella y todo el entorno de la cortes de Felipe V y Luis XIV, en las que transcurre la novela... Yo me daba cuenta de que la forma irracional y frívola de los responsables en el poder, esa vanidad y corrupción desmesurada, tenía tanto que ver con lo que estamos viviendo en este momento que me permitía hacer este juego de espejos extraordinario, con el añadido de que son personajes interesantes y divertidos de alguna manera. Toda la novela tiene un componente irónico, un poco paródico. He intentado mostrar la parte ridícula de los poderosos más que la parte seria, porque ya se encargan ellos de recalcar constantemente lo serios que son. Yo quería observar la parte ridícula.
–Y en un caso como este lo ridículo del poder se lleva al extremo, ya que la Princesa de los Ursinos no solo hace de asesora en el plano político, sino también en el emocional, el sexual... A fin de cuentas, los nuevos reyes son casi niños, especialmente la Reina Maria Luisa
–La princesa de los Ursinos había sido una especie de agente de Luis XIV durante muchos años. Tuvo relación en la elección de varios papas, por su habilidad para comprar amistades. Negociaba muy bien todos los intereses de Luis XVI. Yo creo que es la única mujer en cuya inteligencia confiaba, aparte de en la de su esposa secreta, Madamme de Maintenon. Llegó a España con el cargo oficial de Camarera Mayor de la Reina Maria Luisa, que tenía trece años, pero sobre todo para que haciera de correa de transmisión entre él y el Reino de España. Que se encargara de que nunca se incumpliera su voluntad porque, por supuesto, Luis XIV pretendía manejar los hilos de la corte de España, el gobierno de los reyes de España. Y ella era la persona encargada que se cumplaieran las instrucciones y deseos de Luis XIV. Finalmente hay que decir que él acaba cambiándose de bando, y cuando, harto de la Guerra de Sucesión y de otras cosas, decide que Felipe V abandone España, es ella la que le falla, digamos, y convence al rey para que no se vaya y se quede aquí.
–Y vaya si lo consiguió, se mantuvo casi 40 años
–Sï, tuvo un reinado larguísmo, a pesar de que él no quería ser rey en un principio. Estaba muy tierno y no tenía el más mínimo interés ni la más mínima preparación para reinar. Abdicó incluso en su hijo, pero murió al poco tiempo y le forzó a volver pronto.
–¿Qué posibilidades literarias le daba ese periodo histórico, este gran escalón que se dio en la historia de España con el cambio de dinastía?
–Lo que a mí me interesaba era remarcar esa contraposición entre la corte de Versalles y lo que había sido la corte de Madrid, el Alcázar. Ese mundo negro, triste, en el que estaba prohibido reirse por protocolo, que era la etapa de los Austrias, con cuartos rodeados de cristos ensangrentados; y el mundo sensual, de la fiesta, de la música, de las ropas de colores...que era el mundo de Versalles. El encuentro en esos dos mundos produce unas situaciones de conflicto, de oposición, entre los nobles españoles y los nobles franceses que acaban resultando muy divertidas y que me daba mucho juego, literariamente. Y la elección del personaje tuvo que ver con todo esto.
–¿La novela supuso un gran trabajo previo de documentación?
–Yo tengo una ventaja en ese sentido. Soy licenciada en Historia con especialidad en Historia del Arte, y además he leído muchísimo sobre historia y arte. Probablemente más que novela, incluso. Por eso hay épocas históricas que conozco bastante bien. Sobre los siglos XVII, XVIII y XIX europeos, en concreto, he leído mucho, y me muevo en ellos con cierta soltura. No me las quiero dar de especialista, pero son épocas que conozco bien. En ese sentido no he necesitado una documentación exhaustiva. Lógicamente he investigado sobre el personaje de la Princesa de los Ursinos, de la que, por cierto, no hay nada escrito en español. Lo poco que hay escrito sobre ella está en francés. También un poco sobre la vida cotidiana de la Corte, aquí y en Versalles, y la Guerra de Sucesión. Pero yo no diría que ha sido un trabajo exhaustivo de documentación.
–Estamos viviendo un momento de profundas reformas en todos los ámbitos, y el de la educación lo está acusando especialmente.En las últimos años las Humanidades han perdido mucho peso en los programas educativos y en los planes de estudios de las universidades. ¿Qué lugar cree que debe ocupar la Historia, la formación humanística, en la sociedad? O, dicho de otro modo, ¿cómo se convence a un político de que la Historia es útil, ahora que parece que todo se mide en esos términos?
–Hay una frase que responde perfectamente a eso: «Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla». Yo creo que el conocimiento de la Historia es lo que más nos ayuda a entender el presente y de alguna manera prever el futuro, en la medida en que pueda ser previsible. Los historiadores no son solo unos tipos que nos cuentan anécdotas divertidas de las amantes de los reyes o cómo transcurrió una batalla. Los historiadores nos ofrecen una reflexión muy profunda sobre los caminos que las sociedades humanas van recorriendo a lo largo de los siglos. Nos permiten entender por qué ocurren muchas cosas, y suponer o prever cuáles serán las consecuencias de determinados comportamientos.
–¿Y los políticos tienen en cuenta esto?
–No. Yo echo de menos la presencia de muchos más historiadores en la vida pública española. También en los medios de comunicación, que tampoco hay. Y cuando lees un artículo escrito por un historiador te das cuenta de que tiene unas claves que le permiten explicar bien alguna cuestión de actualidad, mejor que muchos periodistas o analistas políticos. Y desde luego, echo de menos más presencia en los gobiernos, que si no es nula, es casi nula. Pero no solo ocurre con los historiadores. Tampoco consideran a los científicos, no sé si consideran a los economistas que de verdad saben de economía... Da la sensación de que solo se consideran a sí mismos, de que viven en una especie de universo endogámico, como vivían los nobles de las cortes, en el que solo se escuchan a sí mismos. Y dentro de los que eligen como asesores, eligen a los que les dicen cosas que se ajustan mejor a lo que ellos mismos piensan, y nunca al otro que le puede decir cosas diferentes. Y luego se cometen errores que pagamos los ciudadanos, no ellos. Ellos representan, mayoritariamente, una clase privilegiada en todos los sentidos, que además no paga penalmente ni siquiera pos sus desmanes, y paga poco políticamente por sus desmanes y errores. Tampoco escuchan a los periodistas ni a los ciudadanos.
–Puede que el error sea ese: que sean considerados algo distinto de los ciudadanos
–Efectivamente. Ser político se ha convertido en una profesión, que genera, por cierto, muchos beneficios, y que llevan una vida que poco tiene que ver con la realidad de la calle. Desde que tienen veinte o veintidós años, terminan de estudiar la carrera que sea, se afilian a un partido político, y de ahí van subiendo y subiendo hasta que les permite vivir de eso. Y entonces ya están en ese círculo acomodado, rodeado de colchones, mientras los demás vivimos algo que tiene más que ver con la dureza de la realidad.
–Su padre fue catedrático de Literatura en la Universidad de Oviedo y usted recibió una educación humanística sólida. ¿Cree que debería retomarse un modelo parecido a ese?
–Yo tuve una formación humanística profunda, lo cual le agradezco profundamente a mi padre y a todos los profesores que tuve en el instituto y la universidad. Pero a mí también me interesa mucho la ciencia, intento leer todo tipo de divulgación científica. No establezco una barrera entre lo humanístico y lo científico o lo tecnológico. A mí por ejemplo me parece que la filosofía más interesante, e incluso la poesía más interesante, se está haciendo en el campo de la astrofísica, en el de la cosmología. Hasta ese punto llego a no establecer esa barrera. Pero sí que hay mucha gente que lo hace, y es lamentable. Lo mismo que ocurre en mi campo, digamos, donde hay un desprecio hacia lo científico, lo tecnológico. Y es cierto que nuestra sociedad evoluciona más hacia lo tecnológico –más que a lo teórico científico– y se ha ido abandonando todo lo que tiene que ver con las humanidades. Y yo creo que ese es un error de presente y sobre todo creo que es un error brutal de futuro. Si queremos tener sociedades cultas, pero no por presumir o saber citar a alguien, sino cultos porque significa que vas a ser independiente, que vas a tener tu propio criterio y que vas a ser crítico. Y si queremos eso tenemos que luchar porque las Humanidades vuelvan al primer plano
–¿Y de verdad cree que queremos eso? ¿Nuestra sociedad tiene la libertad y el criterio propio como sus principales valores a conseguir?
–Pues es una espiral complicada. Los ilustrados del XVIII creían que eso que llamaron «instrucción pública», la educación ilustrada, iba a conseguir que las sociedades reclamaran esos valores. Lamentablemente, creo que la Historia no les ha dado completamente la razón. Ahora todo el mundo accede al colegio, y sin embargo ha habido una especie de frenazo hacia la libertad, hacia el pensamiento crítico. Yo soy ya mayor, tengo cincuenta y tres años, y estoy ya de vuelta de muchas cosas; y aunque sigo peleando por construir una sociedad mejor y me implico en mi vida personal como escritora, artículista y afiliada a alguna ONG, quienes tienen que jugar un papel fundamental en eso son los jóvenes. Los que pueden cambiar esta sociedad son los jóvenes. Y eso además está bien, que nos vayamos un poco a una esquina y aportemos nuestra experiencia, pero ya nos falta energía. Además, nuestra generación ha demostrado que lo hemos hecho muy mal. Hemos construido para los jóvenes una sociedad y un sistema realmente despreciable. Los que tienen que tomar la antorcha son los jóvenes. Y yo cada vez me encuentro con más chicos que me dicen estas cosas, que han recuperado el amor por la lectura, por la filosofía. Como con el fenómeno que ocurrió con el librito de «Indignaos» –que era muy flojo y que aportaba cuatro ideas muy básicas–: cómo movilizó a tanta gente, abrió las puertas de la mente de tanta gente joven, y a partir de ahí les llevó a moverse en un sentido o en otro, me da igual que sea de derechas o izquierdas.
–Sin embargo, vivimos en una momento en el que parece que las cosas se consumen intensamente pero acaban pronto. Como si dominara el ritmo nervioso del Twitter. ¿Cree que ya se agotaron aquellas protestas?
–Sí, eso es lo que parece, pero yo no estoy convencida de que sea así. A lo mejor soy tan ingenua como los ilustrados, pero yo, con los movimientos del 15-M en auge, decía a los que lo despreciaban: «Tened cuidado con lo que decís, porque de la gente que está en Sol o en la Plaza de la Escalandera en Oviedo van a salir los ministros, los magistrados de turno». Y esta gente sigue ahí, ya se les han abierto unas posibilidades mentales de lectura, de reflexión, de aprendizaje. Algunos lo habrán dejado ya, pero otros seguirán, mantendrán el ánimo y llegarán al poder. Yo confío muchísimo en la gente joven.
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