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La América que conquistó a Cortés

Con el poderoso dios Quetzalcoatl fue identificado por los aztecas Hernán Cortés, el barbudo que había llegado a la costa este de lo que luego sería Nueva España (la ribera maya mexicana de los

Con el poderoso dios Quetzalcoatl fue identificado por los aztecas Hernán Cortés, el barbudo que había llegado a la costa este de lo que luego sería Nueva España (la ribera maya mexicana de los folletos turísticos). El extremeño fue también «El amo de Malinalli», una de las esclavas que fueron ofrendadas al de Medellín fue ofrendado en 1519 por unos caciques nativos de Tabasco, aterrorizados ante el poder destructivo de los cañones, hombres y caballos que portaban las once embarcaciones al mando del conquistador. Era Malinalli (Malinche también llamada por los españoles hasta que pasó a ser doña Marina) una mujer de gran belleza e inteligencia, que conocía la lengua náhuatl y que jugó un papel primordial en aquel episodio fundamental de la Historia de América y España.

Nació hacia 1502 en una familia de clase alta de la sociedad mexicana, sin que esté muy claro cómo llegó a convertirse en esclava de los mayas. El nombre de Malinche está revestido por la leyenda, pero es cierto que resultó providencial para los intereses españoles (el oro y las piedras preciosas, principalmente), pues fue traductora entre la desconocida lengua de los aztecas, la de los mayas y el castellano que pronto aprendió. El camino lingüístico hacia el rico oeste estaba abierto, y la Conquista de México, en marcha.

Maestro de la ficción

En ambas vidas está centrada la novela «Malinche», de Edward Rosset (Oñate, Guipúzcoa, 1938), un maestro de la ficción histórica con trasfondo biográfico (por su pluma han pasado las existencias de Magallanes, Elcano, Pizarro o Colón, entre otros) que ofrece al lector un fresco literario escrito de forma admirablemente sencilla de una época extremadamente compleja. En concreto, esta obra transcurre entre la llegada de Cortés a Santo Domingo en 1502 y su muerte en las cercanías de Sevilla en 1547. Y no es poco lo que hay entre medias: la llamada Noche Triste, la destrucción de las naves por Cortés, la Expedición de las Hibueras, la de Narváez...

Después de las primeras correrías y muchos líos de faldas en Cuba, Cortés se vio obligado a contraer matrimonio con Catalina Juárez, sobrina del orondo gobernador Velázquez, después de ser pillados en faena, aunque hay quien piensa que todo aquello no fue sino una estratagema de Cortés para ascender puestos en la sociedad antillana y dar el salto a la tierra firme de las riquezas. Ya en el continente supo Cortés ganarse, por inteligencia propia y por intercesión de su traductora y amante, a los rebeldes mayas de la etnia totonaca, asediados por los aranceles a los que eran sometidos por el Gran Señor Moctezuma, amo de un imperio azteca en permanente expansión con capital en Tecnochtitlán (D.F.). Y es que el valor añadido de aquel impuesto consistía en arrancarles el corazón a miles de jóvenes, donceles y doncellas vírgenes de los pueblos sometidos, para apaciguar con sangre fresca la cólera de unos dioses que ni Atila querría por vecinos.

Figuras de la Conquista

Así, van apareciendo por estas páginas los nombres de figuras clave no sólo de la Conquista, sino del testimonio que de ella ha quedado, como es el caso del dominico Bartolomé de las Casas (1474-1565), «Apóstol de los indios», cuyo empeño por liberar de los trabajos a los que eran forzados los indígenas americanos (reflejado en la polémica «Brevísima relación de la destrucción de las Indias») llevó consigo nada menos que el reforzamiento de la esclavitud de los negros.

O Francisco López de Gómara (1510-1560), que dejó su Historia General de las Indias, obra rebatida por otro de los «secundarios» que aparecen en «Malinche», Bernal Díaz del Castillo (1592-1584), soldado que fue de Cortés, escritor en las postrimerías de su vida de la «Verdadera historia de la conquista de la Nueva España», en la que daba muestras de su oposición a las visiones «oficiales» de Gómara o del propio Cortés en sus famosas «Cartas de Relación». Siempre había alguien que tenía una verdad paralela a la anterior. Pues en la ficción, como en la realidad, en la variedad está el gusto.

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