Almudena Sánchez: «Prefiero morirme a volver a tener una depresión»

La escritora aborda esta enfermedad mental, que padeció hace unos años, en un libro honesto y necesario, ‘Fármaco’, tan alejado de los manuales de autoayuda que parece cosa de pura ficción

La escritora Almudena Sánchez, fotografiada en Madrid LISBETH SALAS

La depresión es, según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), un «síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos». Por muy terrible que pueda sonar la definición, quienes la ... han padecido saben que la depresión es mucho más que eso. Aunque no se hable de ello, ni se nombre, en los medios, ni en parte alguna. Es una enfermedad mental y, por tanto, invisible, y la sociedad vive de espaldas a ella, ignorando su existencia y, también, a quienes la sufren. A la escritora Almudena Sánchez (Mallorca, 1985) le llegó sin preaviso, como siempre ocurre, de manera silenciosa, hace unos años. Ella, que siempre había desprendido luz, e iluminaba todo cuanto tocaba, también su escritura, se vio, de pronto, arrastrada por «la enfermedad más grande, invisible, inesperada, destructiva, egoísta, insana, paranoica, desaliñada, mugrienta y tendenciosa» que ha tenido.

Cubierta de 'Fármaco' ABC

Al principio, era incapaz de hacer nada. No leía, ni escribía, apenas comía y dormía a ratos. Sólo lloraba, tirada en el sofá, y le daba vueltas a esa cabeza doliente que tanto mal le estaba provocando. Pero, con el paso del tiempo, y a medida que los medicamentos empezaron a hacer efecto, le entraron ganas de explorar el tema, y se decidió a hacerlo, claro, desde el punto de vista literario. Primero, escribió a mano algunas notas sobre qué sentía y cómo se sentía, y luego, poco a poco, fue armando una narración que desembocó en un libro, ‘Fármaco’ (Literatura Random House), honesto y necesario, tan alejado de los manidos manuales de autoayuda que parece cosa de pura ficción. «El libro surgió de manera espontánea, y cuando me encontraba ya un poco mejor, porque antes era imposible. Jamás pensé escribir algo tan íntimo, tan privado, autobiográfico y personal, pero es que me estaba ametrallando la cabeza la depresión. Al final, la vida te dice lo que tienes que ir escribiendo, y yo me dejé llevar por lo que en ese momento me estaba pasando», asegura la autora, en conversación con ABC.

La frase que más escuchó, durante el tiempo que estuvo en tratamiento médico y psiquiátrico, fue «Almudena, tú eres fuerte». Pero ella se sentía débil, necesitaba que cuidaran de ella, que la empujaran a seguir viviendo. «Al principio no me lo creía. Es esa sensación de rechazo, de ‘esto a mí no me puede pasar, yo soy una persona muy vital, tengo una crisis, pero a mí no me está pasando esto’», confiesa. Tuvo que lidiar, también, con la vergüenza, el rubor que le provocaba tener que contárselo a su familia, admitir delante de ellos su fragilidad, profundamente humana, por otra parte. «Somos seres débiles –continúa–. Yo me sentí fatal cuando me diagnosticaron depresión, y cuando te rompes una pierna no te sientes mal. Incluso cuando tienes cáncer, que es algo también muy tremendo, te atreves a decirlo, y tienes mucho apoyo alrededor, es una enfermedad socialmente aceptada, pero la depresión no, la depresión la llevas como una carga».

Origen

El origen está, según la escritora, en la difícil relación, peculiar, por decirlo de algún modo, que nuestra sociedad, consumista, competitiva e individualista, mantiene con la tristeza. «Desde siempre, hemos orientado mal la tristeza. No hay una tristeza moderada, o la eliminamos por completo o la llevamos al drama absoluto. Y la depresión se debe a esto, a que no estamos bien educados en la tristeza. Nunca se ha aceptado que yo pueda ser débil en algún momento, y todo eso ha estallado, esa mala educación, esa forma de vivir, y me ha dado una lección. Tenemos que dejar de ver a los depresivos como unos fracasados. No hay fracaso en la enfermedad, las enfermedades son enfermedades y ya está, todas».

A esa falta de educación, a esa condición social, se suma el carácter abstracto de una enfermedad que durante mucho tiempo se consideró, únicamente, melancolía, y se pretendía curar con baños termales. «Como no es palpable, aunque tú tengas unos síntomas brutales, es muy difícil creer en ella. Estamos en el siglo XXI y todavía no se puede hablar bien de esto. La ciencia avanza a toda velocidad y nosotros nos hemos quedado detrás, sin poder sentarnos y tener una conversación sobre enfermedades mentales. En la política se empieza a hablar de ello, pero siempre lo interrumpe alguien con un insulto, con una broma, y todo se difumina. Nos ha costado mucho llegar a ese término, depresión, y ahora que hemos llegado nos cuesta profundizar en él. Creo que es importante intentarlo, al menos, empezar a hablar de esto».

Miedo y culpa

A pesar de que Almudena «ahora» se siente curada, ya no toma nada, ni va al psiquiatra, y se encuentra «bien», el miedo a tener una recaída no ha desaparecido. «Cada día duermo pensando: ojalá no vuelva a tener esto. Es que prefiero morirme a volver a tener una depresión, es mi mayor terror, es un miedo constante», asegura. De lo que sí ha logrado liberarse, en parte, es de la culpa, ese sentimiento casi inherente a la depresión y que complica todavía más la recuperación del enfermo. «La culpabilidad está ahí todo el tiempo, porque parece que tú has elegido estar así. Luego, todo te resulta impositivo, es muy difícil ayudar a una persona con depresión. Yo no me entendía ni a mí misma. Pero he decidido que ya está, que he padecido una enfermedad, realmente, y que la he sentido en el cuerpo, que ha sido devastadora. Para mí, ha sido peor que un cáncer», reconoce.

Cuando Almudena estaba en el pozo de la depresión, ni la literatura, ese anclaje a la irrealidad fuente de dicha y éxtasis, le salvaba, pero, como bien dice ella, «la vida, al final, no es todo oscuridad, ni todo luz, es una mezcla, hay días buenos y hay días malos». Ella se rehizo, gracias a los muchos cuidados recibidos, y fue capaz de escribir un libro que decidió llamar ‘Fármaco’, «como la salvación que es la literatura, y ese fármaco real de la ciencia que te puede salvar de una enfermedad». Ahora, la autora lee el libro y no se reconoce, convencida de que «es algo que no podría volver a revivir de esa manera». Queda su testimonio, el tránsito por ese trozo de vida extraño y fantasmagórico, pero dolorosamente real.

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