Almudena de Arteaga novela la vida del Marqués de Santillana
La escritora es descendiente directa del autor de las serranillas y «La lamentación de España», cuya vida reconstruye en su nueva obra
Nieva con fuerza, casi con ira, sobre el patio porticado del castillo de Manzanares el Real, al pie de la sierra madrileña, y a unos pasos del viejo alcázar donde Íñigo López de Mendoza (1398-1458), de los Mendoza de toda la vida, vivió parte ... de su existencia. Con ese nombre, y sobre todo, con ese apellido, podremos encontrar muchos castellanos viejos y cabales, pero nuestro hombre fue luego conocido y así pasó a la historia como el Marqués de Santillana, aunque sólo ostentase el título durante sus últimos diez años. Fue don Íñigo hombre de estado, diplomático y mediador entre las enfrentadas cortes castellanas de la época, hombre de milicia, pero también hombre de pluma, tintero y recado de escribir, como uno de nuestros primerísimos poetas. Fue también marido fiel aunque de vez en cuando pastoreara y triscara por los montes con alguna que otra serranilla. Fue padre de once hijos (diez legítimos y una bastarda, engendrada con apenas quince años). Fue observador de mozas fermosas y vaqueras y uno de los grandes talentos de su tiempo, a caballo entre el Medievo y el Renacimiento. Su linaje se extiende por media España y ha llegado a encarnarse ahora, más de quinientos años después, en Almudena de Arteaga, precisa y exactamente una de las escritoras de género histórico más solicitadas por el público lector de nuestro país. Descendiente del marqués, pues, de forma directa, marquesa de Cea ella misma, no podía pasar más tiempo sin que Arteaga acabara trasladando a su antepasado hasta las páginas de una novela que, bajo el título de “El Marqués de Santillana. Una novela que va más allá de la historia” (Ed. Martínez Roca) ha sido presentada en el castillo que mandara edificar uno de los hijos del propio marqués que ahora está alquilado a la Comunidad, cuyo director general de turismo, Antonio Nieto, también estuvo presente durante el estreno del libro.
Hijo de padres que venían de anteriores matrimonios, Íñigo López de Mendoza apenas si tuvo trato con su progenitor (que además de Almirante de Castilla prefería pasar sus días amancebado en brazos de su sobrina) y fue criado por su madre y por una abuela, “un gran influjo sobre él” según la escritora, influencia e ideas que le inculcaron desde crío: “Sí, serás un hombre de guerra, pero antes cultiva la pluma ”. Y así lo hizo, y tanto que a los catorce años ya sabía todo lo que se podía conocer en la Castilla de la época, por lo que fue enviado a la Corte de Aragón donde se vivían intensamente los aires renacentistas italianos, llegados a través del Mediterráno, siempre le dolió no haber aprendido el suficiente latín, lo que no impidió que escribiera una vasta y polifacética obra, compuesta por Serranillas, Canciones, Sonetos, obras narrativas como el “Triunphete de Amor”, poesía moral, política y religiosa (“Bías contra Fortuna”), y escritos políticos como su conocida ”Lamentaçión de Spaña”. Fue, en cualquier caso, ese tipo de hombre sin él que no habría sido posible la llegada del Renacimiento a nuestro país, un hombre que, por supuesto, como era habitual en la época, tuvo que guerrear pero al que, sobre todo y sobre todos, le gustaba encerrarse en su biblioteca su “templo de las ideas, donde escribía y leía sin parar”. En el ínterin entre libro y batalla, don Íñigo tuvo tiempo y ganas de engendrar una hija bastarda que llegaría a ser abadesa del Monasterio de las Huelgas, y otros diez hijos, todos ellos con destacados papeles en nuestra historia de entonces.
Una voz femenina
Aunque la novela recrea la vida de un hombre, como subraya Almudena de Arteaga, está escrita “desde la voz de una mujer, Mencía de Mendoza, una de sus hijas y condesa de Haro”. Arteaga también reconoce que la redacción de esta obra “ha sido un trabajo complicadísimo, con un sinfín de personajes que se mueven cuando ya se está fraguando la historia de un país llamado España, a la que he sido totalmente fiel, y en la que sólo me he permitido algunas licencias con las lagunas que dejan los cronistas”.
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