Alan Lomax y la fabulosa odisea en busca del santo grial del blues
Se publica en España 'La tierra que vio nacer el blues', libro en el que el folclorista y etnomusicólogo relató sus legendarios viajes por el delta del Misisipi siguiendo las huellas de Son House, Muddy Waters y Fred McDowell
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Iniciar sesiónEn el principio no fue el ritmo, sino el sonido del mazo golpeando las rocas, los grilletes repiqueteando contra el suelo y el lamento de los presos de los penales de Angola y Parcham. El quejido del sur profundo y el lenguaje de la América ... negra, alimentando «la convicción de haberte convertido en mercancía en lugar de un ser humano» mientras se cavaba una zanja o se despejaba una carretera. Así que en el principio no fue el ritmo, sino aquella «melancólica insatisfacción» que presidiarios de Luisiana, Misisipi y Texas transformaron en banda sonora de sus maratonianas jornadas de trabajos forzados. Fue justo ahí, detrás de las alambradas de las prisiones estatales de Misisipi y Luisiana, donde Alan Lomax (1915-2002) se enamoró perdidamente del «verdadero canto negro» y decidió consagrar parte de su vida a capturar la esencia del blues a través de grabaciones de campo e incursiones minuciosamente documentadas a lo largo y ancho de la Highway 61, popularmente conocida como la Ruta del Blues.
Afamado etnomusicólogo y cazador de canciones, Lomax viajó de España a Irlanda y de India a Rumanía en busca de sonidos y expresiones del folclore popular, pero fue su pasión por el blues lo que le granjeó algunos de sus mayores logros. También la satisfacción de irse a la tumba sabiendo que, muy probablemente, sin sus grabaciones y sus asombrosas expediciones no hubiesen existido ni el revival folk de los años cincuenta ni la 'british invasion' de los sesenta, momentos cruciales que cambiaron para siempre la fisonomía de la música popular. O, por decirlo de otro modo: si Alan Lomax no hubiese grabado a Muddy Waters en la Sherrod Plantation en 1941, los Rolling Stones seguramente ni siquiera hubiesen existido.
Leadbelly en la cárcel
Y todo gracias a una primera expedición en 1933 en la que un jovencísimo Lomax, 18 años recién cumplidos, acompañó a su padre John A. Lomax a un viaje etnomusicológico por diferentes presidios del sur de Estados Unidos y descubrió una forma de cantar «abrumadoramente impregnada de melancólica tristeza». Lomax padre, armado con una grabadora portátil de más de 200 kilos, buscaba entre rejas la expresión «menos contaminada por la influencia blanca o por el jazz negro moderno» de la canción folclórica negra y se acabó topando nada menos que con Huddie Ledbetter, un convicto acusado de intento de asesinato que respondía al apodo de Leadbelly.
Ahí estaba, con su traje de rayas y su guitarra, el autor de 'Midnight Special', 'Where Did You Sleep Last Night' y 'Goodnight, Irene', por lo que no es de extrañar que el joven Lomax quedase prendado. Tampoco sorprende que la primera definición de blues que intenta esbozar Lomax corresponda al propio Leadbelly. «Cuando por la noche estás acostado y no paras de dar vueltas de un lado para otro, y nada te apacigua, hagas lo que hagas, eso significa que el Viejo Blues te ha echado el guante», recuerda que le dijo.
También al propio Lomax le echó el guante y le tuvo casi dos décadas, desde principios de los cuarenta a finales de los cincuenta, dando tumbos por el Delta del Misisipi y arrastrando su grabadora en busca de los pioneros del blues rural y de las figuras que revolucionarían la música popular. Hablamos, claro, de Fred McDowell, Muddy Waters, Memphis Slim, Son House y Big Bill Broonzy, nombres que desfilan por 'La tierra que vio nacer el blues', libro que documenta las jugosas incursiones de Lomax en los albores del blues y que, casi tres décadas después de su publicación en 1993, Libros del Kultrum acaba de traducir al castellano.
«Es el descubrimiento paulatino de ese manantial de tradiciones africanas que fluye por la vida del Delta lo que da forma a las experiencias narradas en estas páginas. Las grabaciones al pie del cañón, las historias de sus vidas, las páginas amarillentas de mis cuadernos de campo, los recuerdos de aquellos encuentros… Todo conduce, como por arte de magia, a algún inexplorado, o acaso ya inexistente, meandro del gran río que vio nacer el blues», escribe Lomax en la introducción de un libro que, más allá de lo musical, empieza y acaba casi de la misma manera: con un sheriff malcarado y racista intentando arrestar a Lomax por relacionarse con negros en público.
La muerte de Robert Johnson
De poco le sirve al folclorista encabezar una misión cultural de la Biblioteca del Congreso para registrar las músicas del Delta: en el Memphis de los años cuarenta, las leyes de Jim Crow marcaban una frontera prácticamente inexpugnable, por lo que un blanco interesándose por la música de los negros (no digamos ya estrechando la mano de uno ellos) ya era motivo suficiente para que alguien acabase llamando al FBI. Esto es precisamente lo que le ocurrió a Lomax en 1942 cuando viajó al condado de Tunica en busca de Robert Johnson y descubrió por boca de su madre que el más legendario de los bluesman, el que supuestamente pactó con el diablo y le vendió su alma en un cruce de carreteras de Clarksdale, Misisipi, había muerto un par de años antes. «Una mala chica o su novio lo había envenenado y no había médico en el mundo que pudiera salvarlo», relata la señora Johnson.
Lomax se quedó sin grabar al autor de 'Crossroads', pero un año antes había conseguido cazar la voz de un tal McKinley Morganfield, un tipo fornido y de ojos achinados más conocido en la Sherrod Plantation como Muddy Waters. «Cantaba con tal sutileza, con un vínculo tan sensible entre voz y guitarra, y expresaba tal ternura en la forma de tratar las letras, que sobrepasaba con creces a todos sus predecesores», recuerda Lomax. Años más tarde, Muddy Waters sería la piedra sobre la que Beatles y Rolling Stones empezarían a edificar sus propias leyendas mientras el viejo bluesman, ya instalado en Chicago y convertido en rutilante estrella, seguía interpretando, una y otra vez, 'Country Blues', la primera canción que Lomax le grabó en un disco de acetato de 16 pulgadas.
En esta cruzada en busca del santo grial del blues, Lomax, lo más parecido a un Indiana Jones que ha tenido la música popular, alterna los encontronazos con la justicia y las grabaciones epifánicas con incursiones en iglesias rurales, sastrerías reconvertidas en locales de ensayos. También se cuela en cárceles y plantaciones, en reuniones familiares, bares equivocados y ceremonias en las que los aullidos del blues espantan a manotazos la espiritualidad del gospel para, grabadora mediante, escuchar de cerca a ancianos ciegos, campesinos con el espinazo quebrado y hombres de fe rendidos a las bajas pasiones. Es la valiosísima materia prima que Lomax destilará hasta dar con el combustible que alimentará las calderas del rythm & blues y el rock & roll.
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