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ABC Cultural

Adela Cortina: «Entre la corrupción y las batallas partidistas, ¿quién piensa en la ciudadanía?»

El último ensayo de la filósofa, titulado «Aporofobia, el rechazo al pobre», es un tratado sobre cómo en la sociedad se aparta al más vulnerable por los problemas que plantea

La filósofa Adela Cortina, fotografiada en Madrid poco antes de la entrevista MAYA BALANYÁ
Inés Martín Rodrigo

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Fue, precisamente, en las páginas de este periódico donde Adela Cortina (Valencia, 1947) usó, por primera vez, el término «aporofobia». Es posible que a ustedes no les suene, pues ni siquiera la Real Academia Española (RAE) lo ha aceptado aún en su Diccionario . Pero describe una realidad que nos atañe, y mucho. Por eso la filósofa lo nombró aquel 1 de diciembre de 1995 en su columna de ABC Cultural . Y por eso, más de veinte años después, ha decidido escribir « Aporofobia, el rechazo al pobre» (Paidós).

Me gusta mucho el párrafo que escoge, como arranque del libro, de «Cien años de soledad». Aquello que decía García Márquez de cuando en Macondo «muchas cosas carecían de nombre». Es cierto que hasta que no se nombra a las cosas no nos damos cuenta de que existen.

Tú puedes señalar con el dedo la mesa, la piedra, pero ¿cómo se señala el desprecio al pobre? Hay que ponerle un nombre. La Historia de la humanidad consiste, en muy buena medida, en poner nombres a las realidades sociales que vamos descubriendo. Si no le ponemos nombre a la aporofobia, puede que no lleguemos a percibir la simetría entre los bien situados y los mal situados.

Quizás sea que, como decía Ortega, lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa.

Efectivamente, y tenemos que saber lo que nos pasa. En este punto, lo que nos pasa es que seguimos manteniendo la desigualdad entre los bien situados y los mal situados, como si los bien situados fueran superiores a nosotros.

Que no lo son, ni moralmente, ni éticamente, ni por educación.

Para nada. Todos los seres humanos tienen dignidad, con lo cual si unos se sienten superiores… ¡pues están equivocados, qué le vamos a hacer!

Pero conviene decirles que están equivocados.

Esa es la idea del libro, decir: «Pero es que está usted equivocado».

Entonces, ¿por qué molesta tanto el pobre?

Porque trae problemas. El pobre es alguien que la gente siente que tira hacia abajo, no te deja escalar a esa posición de seguridad en la que están los muy bien situados, te hace perder puntos socialmente, pide cosas...

Pero nadie está libre de que eso le suceda en algún momento de su vida.

Efectivamente. Pasa exactamente igual que con la ancianidad. Nadie está libre y, además, no solamente hay pobreza económica, sino que todos somos vulnerables, todos necesitamos la ayuda de otros en cantidad de ocasiones. Pero nos molestan los pobres, tanto si son extranjeros como si son de casa.

Al final, es muy fácil ser solidario de boquilla.

Claro, eso es lo que nos pasa, que nos llenamos la boca al hablar de solidaridad, fraternidad, hospitalidad... Los términos nos los sabemos todos…

Pero a la hora de la verdad…

A la hora de la verdad, hay un verdadero abismo entre las declaraciones y las realizaciones.

Teniendo un origen cerebral, como usted defiende en el libro, ¿hay algún antídoto frente a la aporofobia?

Por supuesto, muchos, afortunadamente. Tenemos tendencia a la aporofobia, pero también al cuidado, a la cooperación, a integrar a los excluidos… Hay que cultivar las tendencias que sean más positivas. Lo bueno del cerebro es que es extremadamente flexible y plástico. Tenemos que modularlo y hemos de hacerlo en cada persona. La educación debe estar en la línea de integrar a todos. Eso se puede hacer y se tiene que hacer.

Por eso son tan importantes las humanidades en los planes educativos. Pero, desgraciadamente, su presencia cada vez es menor.

Las humanidades ayudan muchísimo y, sobre todo, la ética, que tiene que ser una asignatura que debe estar, claramente, en todos los planes de estudios, en las universidades también.

Pero no lo está.

Pues no lo está, y tiene que estar. Tiene que haber una asignatura de ética en la que se pongan sobre el tapete todas estas cuestiones. Si queremos educar en la igualdad, debemos construir un espacio en el que hablar de ello.

A mí me cabrea mucho, con perdón por lo de cabrea…

No, muy bien dicho, lo he entendido enseguida.

(Reímos) Me enfada mucho cuando me dicen que hablamos demasiado de las fobias, que qué pesados con la misoginia, con la homofobia... Es que yo creo que hablamos poco de las fobias.

Esas fobias existen y, si existen, hay que ponerlas nombre para poder reconocerlas, hacer el diagnóstico y la terapia. Lo malo de las fobias es que se desprecia y rechaza a todo un colectivo, y se le rechaza por ser eso. Bueno, por favor, ¡lo importante son las personas, no los colectivos!

Como mujer, jamás hubiera pensado que tendría que defenderme por asegurar que la sociedad es misógina.

¡Pero lo es, qué le vamos a hacer! No hay más remedio que decirlo. Las oportunidades de varones y mujeres se han igualado bastante, pero queda mucho camino por andar, porque la preferencia por el varón sigue estando presente. En ocasiones, yo me quedo asombrada al darme cuenta de que una mujer no ha salido elegida porque es mujer. Hay que pensar a nivel global y darnos cuenta de las barbaridades que se están haciendo por ahí con las mujeres de la manera más escandalosa del mundo.

Usted, que fue la primera mujer que entró en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, ¿qué les diría a las nuevas generaciones de mujeres?

Les diría que intenten trabajar muy seriamente y ganarse su lugar en la sociedad. Hay que demostrarles a todos que la igualdad es real, que se den cuenta de que hay diferencias de otro tipo, pero no en la capacidad de ocupar espacios públicos, privados, etc. Que trabajen con seriedad en ganarse su puesto en la sociedad demostrando que somos igual de valiosas... o no.

Pero esa valía no está definida por nuestro género.

Efectivamente.

Ahora que se empieza a instalar el discurso de que ha pasado lo peor de la crisis, a mí me da la sensación de que la brecha social cada vez es mayor y me aterra que llegue a desaparecer la clase media. No sé si usted tiene la misma sensación.

Sí la tengo y, además, me parece que es muy peligroso. La clase media está en peligro y en riesgo. Hay que intentar que las personas tengan trabajo con un salario digno; porque las dos cosas tienen que ir juntas. La gente tiene derecho a poder organizarse su vida económicamente, y eso es una obligación de la sociedad. En este momento, en España, los políticos deberían estar pensando en cómo generar empleo con un salario bueno, cómo conseguir que los más vulnerables no queden fuera, y no en otras cosas…

Pero a diario vemos casos de corrupción que demuestran que no están pensando precisamente en eso.

Unos, casos de corrupción; otros, sus batallas partidistas. ¿Y en la ciudadanía quién piensa? Si todos los que tienen responsabilidades pensaran en esa dirección…

¿Y es usted optimista?

Lo soy, porque el futuro depende mucho de lo que hagamos. Hay mucha gente preocupada porque se respete la dignidad de todos los seres humanos. Pero la esperanza hay que trabajarla. Hay que lanzar mensajes constructivos y hacer propuestas que sean moralmente deseables y técnicamente viables.

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