Fernández Mallo: «Cuando alguien muere, resucita también dentro de uno mismo»

Es grueso, de más de 600 páginas, y no solo lleva un prólogo de Pablo García Casado y un frontispicio de Antonio Gamoneda , sino que reune todos sus libros pospoéticos anteriores. «Es cierto que los prólogos condicionan la mirada del lector -confiesa a ABC- pero también aportan un contexto, algo que en mi poesía, que tiene un halo anómalo, no reglado, me parece interesante; un testimonio de dos voces importantes de dos generaciones distintas». Se siente cómodo en el retrato que le pintan esos prólogos («y si algo no me gustase me daría para pensar por qué», afirma). Ciertamente sus poemas amalgaman temas de tecnología, citas culturales, un lenguaje científico y mil elementos más que, como Jaime Siles señalaba en ABC Cultural el pasado sábado, se han puesto aquí al servicio de la poesía.

El tema de la muerte surge de una reflexión personal: «Me doy cuenta de que cuando alguien muy cercano muere, contrariamente a lo que yo podría pensar, se pone en marcha un proceso misterioso que me fascina, por el que esa persona aparece en tus pensamientos de un modo que no esperas, reaparecen zonas que no conocías de esa persona y ello constituye una especie de renacimiento o más bien resurrección de la persona fallecida. Es decir, cuando alguien muere, también muere para resucitar dentro de tí mismo». Contrasta que son palabras y poemas las que desafían aquí a esa «muerte analfabeta».

Estos poemas giran en torno a esa inasible resurrección, que se ejerce a través de la palabra, como en «Ordet» de Dreyer, al que cita en uno de los poemas Fernández Mallo: («El teléfono filma nubes como de Dreyer»). Le parece «misterioso y fascinante, casi un regalo inesperado que te hace la persona que ha fallecido. Todo el poemario ronda esa idea». Y es festiva, como en el verso: «La muerte es una fiesta de la objetividad ».

Para el poeta la escritura de poesía es fiel a sus orígenes experimentales, aunque está escrito « sin tantas demostraciones, más tranquilo» . Escribe sin pensar en absoluto en el lector, «porque el lector soy yo, pacto con mis límites, nunca pienso en agradar ni desagradar a ningún lector. Creo que es como hay que escribir, honestamente. Por supuesto eso no quita que, si le gusta a mucha gente, mejor ».

El viaje le ha llevado a una reflexión sobre la muerte con temas novedosos, sumados a elementos tecnológicos o culturalistas ya presentes en otros libros: «Introduzco anomalías, detalles que no son muy habituales en una poesía que hable de estos temas. Hay mucha reflexión sobre los animales, como las vacas. Y especialmente nuevas son las colisiones como la que produce la aparición de una tarjeta de crédito gastada en mitad de un prado, ejemplo de la colisión de la sociedad de consumo y la naturaleza , uno de los ejes del libro».

Todo ello tratando de crear una sola poética, explorando el mestizaje que señala esa colision a sus ojos de científico: «No hay nada natural totalmente, porque la idea de naturaleza es una construcción, hasta los árboles están codificados por la cultura en cuanto pasan por el ojo humano . Pero tampoco hay nada que sea totalmente artificial. Es esos juegos se mueve el poemario».