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Mapa de carreteras hacia Neil Young

El músico publica el libro «Special deluxe: Mi vida al volante», con el que nos conduce al fondo de sus obsesiones

Mapa de carreteras hacia Neil Young ABC

PABLO MARTÍNEZ PITA

Quien más quien menos, todo el mundo tiene una afición con la que entretenerse. Neil Young no. Lo que tiene son obsesiones. Además así, en plural. Y una de las principales es el mundo de los coches. Por sus manos han pasado decenas, y es capaz de acordarse de todos los detalles de cada uno de ellos. Los desmonta, los estudia, los mima, calcula la cantidad de CO2 que desprenden a la atmósfera...

Tras la publicación de «El sueño de un hippie» , el músico canadiense continúa desgranando sus recuerdos en «Special Deluxe: Mi vida al volante» ( Malpaso ). Parece que le ha cogido el gusto al género autobiográfico, y es que, como en cada asunto ajeno a la música que se ha metido –ya sea el cine, las maquetas de trenes o la búsqueda de un sistema de audio impoluto–, lo hace de manera ofuscada. Él mismo lo reconoce: «A veces me obsesiono tanto con una idea que pierdo un poco la perspectiva de las cosas y comienzo a soñar como en el cuento de la lechera. Como cabría esperar, siempre me he mostrado apasionado, lo cual ha sido bueno y malo y ha tenido consecuencias de lo más variopintas en mi vida».

El asunto automovilístico ya aparecía en la primera entrega, pero ahora es el protagonista. Cada capítulo está encabezado por un dibujo realizado por el propio autor del modelo del cual nos va a hablar. Tras relatar la forma en que lo encontró, cómo se quedó maravillado con sus líneas, sus curvas, su tapicería, su salpicadero, los dólares que le costó y las reformas que tuvo que aplicar a la máquina, explica qué ocurrió con su vida en esa época concreta. El coche entra de inmediato a formar parte de la familia Young, e incluso le pone nombre.

A través de este viaje el músico nos habla de su infancia –los primeros autos que pasaron por su vida, lógicamente, eran de sus padres–, lo lugares que fue habitando con su familia, sus primeros pasos en diversas bandas locales, su viaje iniciático a Los Ángeles, su difícil relación con sus compañeros de Buffalo Springfield y CSNY, sus enfermedades –poliomielitis y epilepsia–, sus mujeres y sus hijos –dos de ellos, Zeke y Ben, con parálisis cerebral, el segundo en mayor grado–.

Eso sí, cuenta lo que quiere, no lo que necesariamente interesa al lector-fan. Es una memoria sentimental. Se arrepiente de sus salidas de tono, consecuencia de un carácter imprevisible y tempestuoso, y se recrea en instantes peregrinos pero de gran significado para él. Sobre todo, en sus largos paseos a bordo de esos viejos y enormes cohes por carreteras secundarias, fumando sustancias ilegales y disfrutando del paisaje. De hecho, nos llegamos a preguntar si ha sido acumulado en la atmósfera más humo procedentes de sus tubos de escape o de sus porros.

En la última parte del libro une dos obsesiones: el medio ambiente y el mundo del motor. Describe detalladamente su aventura con un Lincoln Continental de 1959 descapotable cuyo motor estuvo durante varios años empeñado en convertir en híbrido, con cumbustión biodiésel. Lo consiguió, y con él pretende declarar la guerra a las grandes corporaciones petrolíferas. De la ira de este Quijote hippie no se salva ni el gobierno canadiense, contra el que inició (y ganó) una campaña contra la explotación petrolera en las arenas bituminosas con el argumento del respeto a los tratados con los pueblos indígenas. No es raro que así se haya buscado muchos enemigos, que incluso han creado una web llamada neilyounglies.com (Neil Young miente).

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