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La Biblioteca Nacional atesora la mejor colección cervantina del mundo

ABC rastrea las huellas del genial escritor en esta señera institución, que lleva a cabo una completa revisión, catalogación y digitalización de su importante legado

La Biblioteca Nacional atesora la mejor colección cervantina del mundo MATÍAS NIETO KOENIG

MANUEL DE LA FUENTE

«Su vida son palabras, palabras, palabras…». En tres palabras, precisamente, resume el catedrático José Manuel Lucías la azarosa e irrepetible existencia de esa cumbre de la literatura universal que en tiempos, mucha ropa vieja, algunos duelos y muchos quebrantos, fue la existencia de Miguel de Cervantes Saavedra, madrileño de Alcalá de Henares y el más universal de los españoles . Fue un héroe de las letras y, muy a su pesar, el manco más ilustre que han dado los tiempos.

Peleó con las bravas contra el infiel y, allá lejos, en la otra esquina del Mediterráneo, se las vio tiesas contra el Turco, defendiendo la bandera de España. Le dieron preso y allá, al tórrido Argel, le llevaron a penar entre la odiada morisma. Librado fue por gente nuestra y no de la buena, sino de la mejor, los honradísimos y leales caballeros de la Venerable Orden Tercera, sita su iglesia en, para más inri, la calle de Lope de Vega de Madrid. Aquel Lope en cuya casa, según nuestro genio alcalaíno, «entraban en demasía y a toda hora un exceso de mujeres, más lozanas que fregonas». Allí buscan ahora su osamenta con ingenios e industrias del futuro, porque allí mismo reposan desde 1616 sus huesos.

Nace el «Quijote»

Palabras, palabras y palabras que por cientos, miles y hasta millones tejió con la madeja de su simpar talento don Miguel. Una a una y otra tras otra, dejadas con el negro de su tinta sobre el blanco de papeles y legajos, y en los párrafos irrepetibles y conmovedores de aquel «Quijote» que en 1605 llegara con su desquiciado esqueleto a cuestas hasta la imprenta de Juan de la Cuesta para conmover al mundo de los vivos y, según muchos, también al de los muertos.

Otrora, eran otros tiempos y el manco ilustre no salió de las penurias con las venturas, las más de las suertes convocadas por la sabiduría natural de a pie de aquel legendario héroe de la calle, popular adalid heroico y capitán del ingenio popular llamado Sancho Panza, gordo aunque los más de los días no se echara al gaznate y menos a sus desconsoladas tripas y huérfanas entrañas si apenas unas migajas de pan, más negro que una noche en el Purgatorio, y un trago de morapio más peleón que Leónidas y sus trescientos compañeros del metal y de la gloria. Y claro, sus hercúleas desventuras, su lucha contra los gigantes que siempre son y han sido, las aspas de la maldad y la perfidia. Y de la vida. Cuentan que aquel hidalgo, como sería que ha pasado a la historia como el Ingenioso, tenía desvencijadas las entendederas, y contaba cinco donde hubiere cuatro, viera fermosa moza donde viviera fregona apodada ilustre, y cabalgara en un flaco rocín ende que si fuera el viento.

Renace en 1894

Aunque parezca la más sucia, rastrera y vil de las mentiras, no fue hasta 1894 cuando empiezan a reorganizarse los documentos cervantinos de la BNE y allí renace la figura de don Miguel «hasta el punto de que se crean hasta unas estanterías nuevas y especiales para él, tareas que aumentan con el director Rodríguez Marín, hasta llegar hasta las quince mil piezas pertenecientes a don Miguel que hoy tiene la Biblioteca, cuenta José Manuel Lucías. Entre ellas, «una primera edición de la obra que buscó y encontró un señor de Teruel que la cedió a la BNE. Y fíjese, no teníamos hasta entonces ningún ejemplar. También fueron muy importantes las donaciones de hombres como Sedó, que propiciaron que hoy la institución sea y sirva para ser la memoria de nuestro presente y nos sirva para saber qué ofrecemos al futuro. Los usuarios virtuales que son el presente y el futuro de la Biblioteca, que ha de ser el reflejo de su época y la historia de las ideas».

Lucías también señala que hay tres grandes grupos de admiradores de don Miguel de Cervantes , «los cervantinos, los cervantófilos y los cervantinistas», y también nos recuerda (¡increíble, qué país!) que, «hasta mediados del XIX, las mujeres no podían entrar en la Biblioteca Nacional de España». Igualmente, asegura que muchos de los coleccionistas que han buscado y encontrado obras de Cervantes «no son coleccionistas onanistas, sino que su gran deseo fue y es conservar y dar a conocer al resto del mundo las joyas que encuentran». Sin embargo, Cervantes todavía es, aunque no lo crean, un gran desconocido: «Sabemos muchísisimo de su época, y de Lope de Vega , pero no de él. Tenemos datos mínimos, hay que construirlo».

Apenas se conservan cinco retratos de Cervantes (inventados, además), no como de Lope, empeñado siempre en retratarse. Pero Cervantes hizo algo aún más curioso, autorretratarse por escrito. Lope se inventó hasta aires de nobleza, Cervantes se puso como un viejo decrépito con solo seis dientes, la espalda curvada... cuando no era así. Los retratos son, pues, imaginarios. Tampoco existen los autógrafos, apenas cinco también, y son profesionales, cartas a su impresor, Juan de la Cuesta, de los cuales uno está en la propia Biblioteca, otro en la Real Academia y otro en el Archivo Histórico Nacional. Los otros, lejos de España. Cervantes sigue habitando entre nosotros . Por los siglos de los siglos.

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