«Hacia 2020, Irlanda del Norte podría convertirse en una especie de Bosnia»

Adrian McKinty, norirlandés afincado en Australia, acaba de publicar en España la nueva entrega de su trilogía detectivesca de Belfast, «Oigo sirenas en la calle»

«Hacia 2020, Irlanda del Norte podría convertirse en una especie de Bosnia» david salas

borja bergareche

Cada vez que el escritor Adrian McKinty viaja a su Ulster natal a visitar a su madre siente que el túnel del tiempo le devuelve al país de las identidades en pie de guerra. El año pasado, decidió salir a correr tras tomar un té ... con ella en su casa en Carrickferguson, el enclave protestante en el que nació en 1968 esta estrella emergente de la nueva novela negra celta (o británica, según la tribu a la que uno pertenezca). Llovía, y se puso la capucha para hacer ejercicio en paralelo al mar.

McKinty creció en un bastión protestante entre pintadas de «IRA, ETA, OLP, una misma lucha»Al llegar al centro de la localidad, se dio de bruces con varios Land Rover de la policía a su izquierda. Varios agentes antidisturbios se cubrían detrás de sus escudos, protegidos por un cañón de agua. Siguió corriendo. A su derecha, emergió de la nada medio centenar de adolescentes encapuchados armados con piedras y adoquines. Se paró un momento. «Me di cuenta de que tenía exactamente la misma pinta que ellos y que, de haber sido un escritor más observador, me habría percatado de que a lo largo de todo el camino faltaba parte de las aceras», recordaba, divertido, en una entrevista con ABC en Londres.

McKinty acaba de publicar en inglés «In the morning I'll be gone», la tercera parte de su trilogía sobre el detective Sean Duffy, un maravilloso bicho raro que trabaja en los 80 como uno de los escasos inspectores católicos en el muy protestante Servicio de Policía de Irlanda del Norte. Duffy vive, como su creador, en Carrickfergus, en el condado de Antrim, un asfixiante paisaje urbano de los años de plomo del conflicto norirlandés en el que, todavía hoy, apenas reside un 8% de católicos en uno de los bastiones prototípicos de los grupos lealistas.

«Me preguntaba por qué sabía que eran católicos»

Allí creció McKinty –«entre pintadas de “IRA, OLP, ETA, una misma lucha», recuerda- antes de irse a estudiar a Filosofía a Oxford. Vivió varios años como emigrante en Nueva York, hasta que en el 2000 se instaló en Denver (Colorado), donde inició en serio su carrera literaria. En su calle en Carrickfergus vivían un par de familias católicas. «Años más tarde, me preguntaba, y ¿cómo sabía yo de niño que eran católicos? ¿Quién nos daba la información? Si vives en un sitio como Brooklyn, o Londres, tu religión es una información totalmente irrelevante. Allí, en cambio, formaba parte de la información general que todo el mundo manejaba, todo el mundo sabía quiénes eran», recuerda.

«Y se me hace muy raro pensar que esto sigue siendo tan importante en Irlanda del Norte, cuando el resto de Europa ha dejado atrás ese tipo de visiones tan nacionalistas de la identidad, salvo en unas pocas bolsas aisladas», reflexiona [ACLARACIÓN: la entrevista está realizada en Londres hace unos meses, antes de la detención de Gerry Adams la semana pasada]. McKinty rezuma el mismo pesimismo antropológico sobre el Ulster que el protagonista de sus últimas novelas.

«Yo solía creerme todo lo que se decía en la era de Tony Blair y los acuerdos de paz, que Irlanda del Norte era cada vez más europeo y próspero, la gente iba de vacaciones a España, la HBO rodaba series en Irlanda del Norte», dice. «Eso suponía que en 2021, o 2031, o 2041, ya no importaría si eres católico o protestante, pero ya no me lo creo; en los guetos no hay prosperidad, no hay empleo, así que en lugar de convertirnos en una especie de Flandes, creo que hacia 2020 Irlanda del Norte podría ser una especie de Bosnia».

«Solía creerme lo que se decía en la época de Blair»

Sus primeras novelas discurrían en lugares como Cuba, o Estados Unidos. Hasta que, en 2012, nació el detective Sean Duffy en «The Cold Cold Ground», editada en España el año pasado por Alianza Negra. Si en aquella primera entrega, la banda sonora existencial de este policía introspectivo se alimentaba de Blondie y The Velvet Underground, en «Oigo sirenas en la calle», publicada recientemente por la misma editorial, el protagonista musical absoluto es Tom Waits. La segunda parte de la trilogía toma el título, de hecho, de la canción «A sweet little bullet from a pretty blue gun» (una dulce y pequeña bala de una bonita pistola azul) [puedes escucharla aquí ].

Esta vez, en lugar de a dos extraños asesinatos de presunta motivación homosexual, Duffy se enfrenta a la pesadilla de un posible crimen perfecto. Un rompecabezas deshilachado sin tregua por el brutal clima de violencia entre católicos y protestantes, y la soledad de un antihéroe de quien desconfían sus jefes por insubordinado, los protestantes por ser católico, y los católicos por ser policía. En el Ulster de los 80, las líneas sectarias eran implacables. Infranqueables hasta para un verso libre como Duffy.

«Si creces como protestante, algunos todavía no se cruzan con un católico»«Si crecías en una familia protestante no había manera de cruzarte con un católico, de hecho algunos no lo hacen nunca en su vida», explica McKinty. «Vives en una calle de clase trabajadora en la que todos son protestantes, vas a un colegio en el que todos son protestantes, los protestantes juegan al fútbol y los católicos al fútbol gaélico, nunca te mezclabas hasta que llegabas a la universidad; todo eso explica la fácil difusión de todas esas mitologías relacionadas con el «son totalmente diferentes a nosotros».

Los avances en la normalización de la región son innegables desde la firma de los acuerdos de paz de 1998. Pero son todavía frecuentes estallidos de violencia de baja intensidad, como el que vivió McKinty el año pasado, fruto de la decisión del ayuntamiento de Belfast de ondear la bandera británica solo los días festivos. Y la tensión no termina de irse, como se ha visto este fin de semana con la detención de Gerry Adams . Se requieren aún grandes dosis de simbolismo oficial por la reconciliación, como el desplegado en abril durante la primera visita oficial de un presidente de la república de Irlanda a Gran Bretaña.

«Lo ven todo como un juego de suma cero»

En ese contexto, McKinty atribuye la persistencia del conflicto al reciclaje de los grupos armados en clanes criminales. «Los jóvenes han adoptado el lenguaje del nuevo pensamiento crítico cultural en EE.UU., sienten que han sido marginados y lo ven todo como un juego de suma cero en el que cualquier concesión a los católicos es percibida como un agravio a los protestantes, no existe la noción de desarrollarse juntos. Si se construye un centro de ocio o deportivo en una calle católica, es imposible que lo vean como una mejora, es una pérdida neta para ellos», según su análisis.

Algunos de estos jóvenes a los que se refiere se concentraron el domingo frente a la comisaría de Antrim, donde Adams llevaba cuatro días detenido, portando banderas de Gran Bretaña y gritando contra la policía, que desplegó blindados y agentes antidisturbios para proteger la salida del presidente del Sinn Féin .

«Los paramilitares mantienen su poder mafioso, trafican con heroína»«Mucha gente todavía se siente intimidada y tiene miedo de los paramilitares. En los 70 y los 80 decían a la gente que no acudiera a la policía, que ellos eran la autoridad y ellos velarían por su seguridad. Y disparaban tiros en la rodilla a los narcotraficantes. Pero después de los acuerdos de paz, en los 90, se convirtieron ellos mismos en narcotraficantes. Han dejado de lado la violencia política pero siguen manteniendo su poder mafioso, extorsionan a cambio de “seguridad”, trafican con heroína», explica.

«Es como esa escena en el Padrino en la que se reúnen todos los capos para decidir si entran en el negocio de la droga, Marlon Brando se opone, pero los mafiosos más jóvenes están deseosos; en Irlanda del Norte ha ocurrido lo mismo, los más jóvenes en los grupos paramilitares saben que el dinero está en la cocaína, la heroína y la meta-anfetamina». McKinty, cree, afincado en Australia desde hace suficiente tiempo para hablar con distancia y libertad, cree que los líderes políticos, unionistas y republicanos, «no tienen ninguna influencia sobre la gente de menos de 20 años, porque carece de recuerdos de los viejos tiempos del conflicto».

«[Martin] McGuinness no influye en nada sobre el IRA Auténtico, Peter Robinson [primer ministro del gobierno norirlandés] no tiene influencia sobre los grupos lealistas, y creo que se va a agravar porque el discurso de los agravios culturales es una buena cobertura para los intereses de los grupos mafiosos», afirma. «Pueden seguir diciendo que están ahí para proteger la cultura de su comunidad, mientras lo que hacen es vender heroína en esa comunidad y pedir “impuesto revolucionario” a los comercios. En mi pueblo casi todos siguen pagando, si no lo hacen, se arriesgan a una bomba incendiaria en la ventana».

Y concluye mirando a los murales que pueblan todavía las calles de Belfast, unos ochenta , la mayoría construidos después del acuerdo de paz de 1998. «Son un recordatorio de quién tiene las armas, y eso es intimidatorio, es un “Big Brother” armado y encapuchado que te mira en cada esquina y recuerda quién controla la calle».

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