Agustín Fernández Mallo: «Nos desdoblamos todo el tiempo entre alguien que muere y alguien que vive»

Así ocurre en su último libro «Limbo» (Alfaguara). Profundiza en sus personajes, en sus conexiones y trasformaciones, a través de tres escenarios: un viaje de una pareja a Estados Unidos; dos músicos que se encierran en un castillo del norte de Francia a grabar un disco, y México DF.

En ese afán de desenfocar, las barreras entre los muertos y los vivos se desdibujan: «Me interesaba darle un carácter narrativo a la idea de que estamos todo el rato con dobles de nosotros mismos y unos de esos dobles son todos nuestros muertos. Nos estamos desdoblando todo el tiempo entre alguien que muere y alguien que sigue viviendo», apunta el autor.

Ese limbo también se traslada a las fotografías, que usa con profusión. «Es como un instante que queda colgado de un hilo que nunca sabes cuál es. Tiene una capacidad muy evocadora, pero no lo digo solo por nostalgia. Todas las imágenes que aparecen en el libro dan a los personajes las claves para su propio presente, para construir su propia cotidianidad», explica Fernández Mallo.

Y es que la identidad también es la protagonista en el libro. Fernández Mallo ahonda en sus reflexiones a través de la relación del secuestrado con su propio cuerpo. «Para nosotros es una especie de carcasa, pero en una situación de aislamiento total puede adquirir otra dimensión mucho más trascendente, y eso incluye la sexualidad. Reflexionar sobre eso me interesaba porque al final es hablar sobre la propia identidad», indica el escritor.

La copia también planea sobre «Limbo», de acuerdo con Fernández Mallo: «cuando hablamos de la copia, en realidad, hablamos de la identidad. Existe o no, es única o no. Venimos de una mentalidad, que parte del Romanticismo, que entiende que el genio creador produce obras únicas creadas desde la nada, pero eso es un imposible, de la nada solo crea Dios, en caso de que exista». La divinidad planea en el libro a través de Google Maps, como reflejo del «ojo divino» que creamos a nuestra imagen y semejanza, y también con el Nuevo Testamento, con cuya potencia narrativa el autor quedó fascinado.