Mario Vargas Llosa: «La novela es un muerto que goza de muy buena salud en España y América»
El escritor y Nobel de Literatura bromea sobre la elección de «La Fiesta del Chivo» como mejor novela española del siglo XXI: «No sabía que tenía tantos amigos»

¡Bingo! Hace trece años ABC anunció desde su portada, tras una divertida conjura para romper todos los candados editoriales, la aparición de «La Fiesta del Chivo» (Alfaguara), novela de ambición mayor como antes lo fueran «Conversación en la catedral» o «La guerra del fin del mundo» y mucho después «El sueño del celta», sin desmerecer ello el aliento de «La ciudad y los perros», «La Casa Verde», «La tía Julia y el escribidor», «Pantaleón y las visitadoras» y de todos los libros que ha ido entregando a la imprenta hasta ayer mismo.
Trece años después, a la pregunta: «¿Cuál es la mejor novela española del siglo XXI?», escritores, críticos, profesores, editores y lectores muy respetados han confesado a ABC que lo fue este relato de una conspiración para abatir a un dictador siniestro y que, en realidad, es un texto inaugural: lo mejor del siglo XXI se publicó el año 2000, pero su parto se había dilatado veinte años…
Aquí te cojo y aquí te mato. En Sofía, capital de Bulgaria, por un momento y gracias al móvil, capturamos al novelista por los buenos oficios de su esposa, Patricia Llosa. Y él se ríe: «No sabía que tenía tantísimos amigos».
−Dicen que la novela ha muerto.
−Eso es una tradición tan antigua como la novela misma. A finales del siglo XIX fue un adagio casi temático: Zola, Galdós, hasta los hermanos Goncourt decían: «Estamos asistiendo a la desaparición de la novela». Pero estaba y está muy viva. Tanto, que hoy vive un gran florecimiento: hay escritores audaces y de gran diversidad. No soy nada pesimista. Sigue habiendo ilusión. La novela es un muerto que goza de muy buena salud en España y América Latina.
−Todo el mundo habla de crisis y de que la era digital acaba con la lectura reflexiva…
«La literatura es una tabla de salvación y un refugio ante un mundo que nos parece caótico»−Pero hay nuevos escritores con audiencias que nunca se han tenido en el pasado. Mire, en medio de una crisis tan seria como la que estamos viviendo, en realidad la vida cultural no está sufriendo, porque en los momentos de crisis siempre hay mayor creatividad: la literatura, al igual que las otras artes, es una tabla de salvación y un refugio ante un mundo que nos parece caótico. Hay un malestar difuso que no encuentra cómo expresarse y la literatura lo objetiva. Produce un mudo placer, divierte y, al mismo tiempo, es una crítica radical a lo que subsiste. Por eso las dictaduras han querido siempre controlarla, acallarla con la censura, someterla considerando que es una actividad peligrosa.
La importancia de la ficción
−Así lo fue siempre para usted, que en sus novelas mayores ha comprometido Historia y a veces autobiografía.
−Efectivamente, todas son novelas que tienen una vinculación con la Historia, lo cual no quiere decir que sean momentos de la Historia novelados, porque en todas, aunque haya una materia prima histórica, probablemente la ficción y la invención sean mucho más importantes que la mera relación histórica. En todas me he tomado muchas licencias y trabajé con la libertad del escritor que escribe ficciones. Ahora bien, pues sí, la materia prima está tomada de la Historia aunque, generalmente, quise respetar los hechos históricos básicos, aun utilizando personajes históricos como si fueran de ficción, y personajes de ficción a los que he atribuido muchos hechos de personajes históricos.
−Y siempre contra la injusticia, como motivo recurrente…
−Desde luego esa es una constante, pero no contra la injusticia, sino contra las injusticias, porque lo son tanto sociales como políticas, culturales, religiosas, individuales… Creo que sí, que además esa es una característica de la literatura en general. La literatura suele dar más un testimonio sobre el sufrimiento que sobre la felicidad humana; y sí creo que la novela española, como la iberoamericana, siguen esa constante.
−¿Compromiso del escritor con la sociedad en la que vive y a la que exorciza con sus ficciones?
−Claro, la literatura es un contrapoder y ha demostrado siempre que la realidad está mal hecha, que la realidad no es esa que dicen los poderes establecidos. Y por eso, ella es una especie de contrapunto que tiene que ver muchísimo con aquello que no vivimos y que quisiéramos vivir, que no tenemos y que quisiéramos tener…
−¿No le asusta el fin de época que vivimos, en el que nadie se anima a decir la verdad, a señalar que lo que se avecina nada tiene que ver con lo que fue?
«La literatura da una buena perspectiva para valorar las raíces de la crisis»−Sí, quizá nos enfrentamos a un fin de época, como hubo tantos otros a lo largo de la Historia, incluso mucho más dramáticos y sangrientos. Ocurre, también, que se ha confundido ficción con realidad. Pero estamos ante el paisaje de una transición a una sociedad que, para ser, habrá de tener una mayor racionalidad, mayor justicia y equilibrio, y debemos evitar que los errores ya cometidos se vuelvan a repetir. Creo que la literatura da una buena perspectiva para valorar las raíces de la crisis.
−El paradigma nacido tras la II Guerra Mundial, el de una economía social de mercado, eso que llamaron Sociedad del Bienestar, parece estar amenazado por el desplazamiento de la hegemonía económica de las democracias occidentales hacia un capitalismo despótico que emerge de las cenizas del «socialismo real» soviético y chino…
−Sin ninguna duda, pero el viejo comunismo no es alternativa. El comunismo ha sido un fracaso. Cuba y Corea del Norte hoy son dos anacronismos patéticos.
−¿Podemos exportar «democracia» cuando nuestras mejores empresas, deslocalizadas, medran gracias al trabajo esclavo en el Tercer Mundo y ni siquiera crean riqueza aquí, abandonando a todos al desamparo?
«Los nostálgicos del fascismo y del comunismo están al margen»−Tenemos una democracia imperfecta, pero no hay alternativa mejor. Tenemos que reestructurar las instituciones, reforzar la legalidad, la justicia y distribuir mejor la riqueza. Los nostálgicos del fascismo y del comunismo están al margen. Las dictaduras de América Latina no tienen salida. Ni la vieja dictadura de los hermanos Castro, más de cincuenta años en el poder. Ni la juvenil dictadura venezolana de Hugo Chávez, porque la mayoría de sus ciudadanos le han vuelto la espalda a su heredero.
Al fondo se escucha a Patricia Llosa: «Mario, nos tenemos que ir». Y esta breve conversación se acabó. «Gracias a todos», se despide el novelista.
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