Hilary Mantel: «No tengo nada contra Kate Middleton, le deseo lo mejor»
Única autora en ganar dos veces el Booker, publica en España «Una reina en el estrado». La prensa la crucificó por calificar a la duquesa de Cambridge como «princesa de plástico nacida para procrear»
BORJA BERGARECHE
Es la única escritora que ha logrado hacerse dos veces con el Booker, el gran premio de las Letras británicas. Un éxito que se lo debe al poderoso haz de luz histórica y literaria con el que ha reinventado la tenebrosa era de los Tudor, ... a través de su trilogía en curso sobre Thomas Cromwell, el desconocido «rasputín» de Enrique VIII. Hilary Mantel (Inglaterra, 1952) nació católica en un país protestante. Ha sido delgada y gorda y sufrido ambas dictaduras del físico. Y sus opiniones son tajantes –«Las Olimpiadas siempre me han parecido un circo corrupto»- aunque aderezadas de ternura –«me gusta la Familia Real como me gustan los osos panda»-.
La modernidad de «En la corte del lobo» y del más reciente «Una reina en el estrado» (editada por Destino en España), donde despliega su enorme talento en revisar los estereotipos psicológicos detrás de los juegos de tronos de la corte del esposo de Ana Bolena, han llevado ya estos dos primeros capítulos de su trilogía a 32 idiomas. En casa, no renuncia nunca a una buena polémica. La última, un choque frontal con el todopoderoso «Daily Mail», que desvirtuó un reciente artículo suyo para acusarle de llamar a la duquesa de Cambridge «princesa de plástico» y «muñeca nacida para procrear».
-La prensa tabloide la crucificó por una lectura superficial de su discurso en la «London Review of Books» sobre las mujeres de la realeza. ¿Es la duquesa de Cambridge una «princesa de plástico» nacida solo para procrear?
-Quería decir lo que dije, es mi tendencia. Pero lo dije a lo largo de una hora de discurso en el British Museum, publicado después en la «London Review of Books». Daba ejemplos de princesas en distintas etapas históricas que eran alabadas y adoradas o denigradas y perseguidas, pero que nunca son percibidas como seres humanos simplemente. Son productos culturales, a la vez por encima e inferiores a los humanos, diosas y ganado para la procreación, todo en un mismo cuerpo. Mi conferencia era sobre todo acerca de los Tudor, pero pedía a la prensa popular que «retrocedan y no sean brutos», y que no hagan con Kate lo que hicieron con Diana en la generación anterior. No creo que fuera falta de comprensión. La distorsión fue deliberada para poder sacar una historia. Los más responsables de la prensa me apoyaron e intentaron aclarar mis palabras. Pero los ataques en mi contra fueron duros, feos y personales.
-El «Daily Mail» lo publicó como única historia en su portada...
-Siento un fuerte desprecio hacia cierta parte de los medios, y eso actúa como una armadura. No tengo nada contra Kate, le deseo lo mejor. Una mujer de mi edad, de forma natural, se siente protectora hacia una mujer joven recién casada y que empieza una familia. Sin embargo, si pensara mal de ella, debería ser capaz de hacerlo sin desatar semejantes alaridos. Los británicos solían ser tolerantes, en general por distraídos o impasibles. Podías decir lo que quisieras porque nadie escuchaba. Esto está cambiando. Una parte de la población vive en un estado de indignación permanente, siempre dispuesta a encenderse y a atacar a cualquier objetivo que señalen los tabloides. Y ahora que pueden expresar sus opiniones de forma anónima en internet se sienten invencibles y aplacan sus frustraciones con la presa de su odio de ese día. El debate se ha envilecido, y es triste.
-En su artículo compara a las familias reales con los osos panda. ¿Por qué?
-Porque, como a las monarquías, les queremos porque son adorables para mirar, son raros y son interesantes. Además, hay muy pocos. En un estado natural probablemente se morirían. Son caros de conservar, pero la mayoría de la gente cree que merece la pena.
-Parece que los reyes ingleses ya no son lo que eran: Ricardo III tenía una «estructura corporal casi femenina», según los arqueólogos que han encontrado sus restos bajo un aparcamiento, y a Ricardo «Corazón de León» le enterraron en realidad con flores en el corazón, según un reciente descubrimiento...
-Es muy interesante ver cómo la construcción de la masculinidad cambia en cada época. El caballero inglés inexpresivo, autocontenido y emocionalmente muerto no existía en el tiempo de Enrique VIII. Thomas Cromwell lloraba libremente delante de testigos. Cuando no estaban cortándose las manos unos a otros, los hombres de aquella época podrían ser tiernos. Una vez, Cromwell escribió una durísima carta al gobernador de Calais, y los amigos de este le dijeron que su lectura había entristecido tanto a su destinatario que estaba enfermando. Y le pidieron que escribiera una misiva más amable para consolarle. Así lo hizo.
-¿Proyecta el reinado de Iabel II una sombra de femineidad en la línea dinástica?
-Siempre la he visto como una impostora de lo femenino. Casi caricaturiza sus propias «debilidades» femeninas para convertirlas en armas y usarlas para mantener a los hombres a su alrededor en un estado permanente de desconcierto y rivalidad.
-Usted creció en una familia católica del norte de Inglaterra. ¿Qué papel juegan lo inglés y lo europeo en su identidad?
-Me veo a mí misma como una escritora europea con raíces locales, provincianas e inmigrantes. Donde crecí, en el noroeste de Inglaterra, venir de una familia católica era sinónimo de irlandés, aunque llevaras dos generaciones allí, y de clase obrera. Así que no podía identificarme con la Inglaterra de «cottages» bajo el cielo azul de la campiña que veía en los libros. Crecí en un paisaje mucho más duro de muros de piedra y nubes grises. Gracias a la educación gratuita de calidad que recibí, mis opciones en la vida no estuvieron tan limitadas como las de mis ancestros, pero no me sentía en posesión de la «inglesidad».
-¿Y qué papel juega ese catolicismo en su vida, en esta era de escándalos y renovación en la Iglesia?
-Ser educada en el catolicismo me dio una cierta manera de mirar el mundo que ha sido importante para mí como escritora: una cierta conciencia del lado metafísico y metafórico de la vida, que nunca me ha abandonado. Pero no soy una creyente católica desde los doce años. Algunos de los curas y monjas que conocí de pequeña no eran buenas personas. No tengo historias de terror que contar, pero les calificaría de abusadores emocionales.
-¿Cómo aborda la construcción de sus personajes históricos? Hay algo en el tono de sus diálogos que lo hace muy moderno...
-Es imprescindible saber cómo piensan tus personajes antes de hacerlos hablar. Esto implica entender su visión del mundo, por lo que la investigación no puede limitarse a consultar documentos para saber qué ocurrió. Esa es la parte fácil. La parte lenta y dura es convertirse en un Tudor. Es un proceso que ocurre desde dentro y que te permite vivir una vida paralela y moverte de forma natural entre realidades diferentes y aventurarte en la intersección entre la política y la psicología y entre la vida privada y la pública.
-Películas como «Lincoln», «Argo» o «La noche más oscura» han reavivado el debate sobre los límites de la ficción histórica. ¿Es necesario ser fiel a los hechos?
-Sí, una distorsión admitida de forma consciente engendra una segunda. Dale un empujoncito a la verdad según la conocemos y se caerá la casa entera. Los lectores o los cinéfilos se fían mucho de lo que leen y ven, y creo que forma parte de la responsabilidad del escritor el preservar la Historia a la vez que se crea un buen drama. En una película con la duración habitual, la narración es tan comprimida que es muy difícil lograrlo. Por eso preferí que mis libros sobre Cromwell fueran una miniserie de TV en seis capítulos y no una película.
-El dolor físico ha sido una presencia permanente en su vida debido a una endometriosis crónica. ¿Forma el dolor parte de nuestra humanidad o deberíamos aspirar a una vida sin dolor?
-El dolor tiene un sentido. Nos advierte de que algo no va bien. Por eso, no sería bueno que la medicina intentara abolirlo. Pero una vez que la advertencia ha sido dada, el dolor ya no tiene sentido. No creo que aprendas nada de él, ni que te convierta en alguien mejor o más fuerte. Sentirse orgulloso de aguantar el dolor es una tontería, porque siempre hay un dolor más agudo que no serás capaz de soportar. El dolor crónico erosiona la personalidad y el intelecto. Convierte el mundo en un lugar gris y dificulta la apreciación de la belleza de la naturaleza, la ciencia o la Humanidad. Es como un cristal grueso entre la persona que sufre y el resto del mundo. Te aísla. Cuando era niña, si te dolía algo o estabas enferma, te decían que rezaras y lo ofrecieras a las almas en el purgatorio. Era un intento de dotar de sentido a algo que no lo tiene, aunque quizás tuviera un efecto antes de que llegaran los analgésicos.
-En sus memorias escribe que «la gordura es artera y repulsiva». ¿Qué dictadura es peor, la discriminación a los gordos o la obsesión con la delgadez?
-Son dos tiranías. He sido gorda y delgada y he visto las dos caras de esta realidad. Cuando estaba delgada, odiaba que la gente diera por hecho que padecía anorexia nerviosa. Aunque he escrito sobre la anorexia, nunca fue mi problema. Me comía cualquier cosa que cayera en mi plato. Luego engordé de repente, en unos meses, debido a un tratamiento médico incorrecto. Yo tenía la misma personalidad, pero la gente hacía juicios muy diferentes. No somos muy buenos en mirar debajo de la superficie, quizás sea demasiado pedir.
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