Michael Connelly, crimen y revuelta en Los Ángeles
El escritor estadounidense regresa a los disturbios raciales de 1992 con «La caja negra», obra ganadora del VI Premio Internacional RBA de Novela Negra
david morán
“¿Veis todas esas furgonetas de televisión? Pues ahí vive una de las mujeres implicadas en el caso Patreaus”, murmura Michael Connelly (Filadelfia, 1956) desde la parte delantera de un minibús cargado con media docena de periodistas. El escritor estadounidense, convertido en accidental ... guía turístico, intenta demostrar que, pese a su plácida apariencia de soleado paraíso para jubilados, en Tampa también ocurren cosas. Son las ocho de la tarde y no hay ni un alma por la calle pero, ojo, ahí vive Jill Kelley, la tercera en discordia en la sonada y televisada caída del director de la CIA.
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Pero no. Ni la mansión de Kelley ni el deslumbrante Museo Dalí que, a pocos kilómetros, nace en medio de la nada de St. Petersburg, ni todas las botellas de la inmensa bodega del Bern’s Steak House, davilynchiano restaurante con pianista que atiende peticiones por teléfono al que nos dirigimos, consiguen camuflar lo evidente. Esto es: que Tampa no tiene nada que ver con Los Ángeles. Ni se le parece. Lo sabe bien un Connelly que, pese a residir en la soledad Florida, regresa libro tras libro a la gran urbe californiana para seguir manejando los hilos de Hieronymus “Harry” Bosch, impulsivo, malcarado, tozudo y torturado detective que, tras dieciocho años de vida, sigue alimentando el imaginario novelesco del autor de “El observatorio”. “Existen muchos personajes de los que me he cansado, pero Harry siempre está fresco en mi imaginación. El día que me canse de él será el día que me retire”, señala el autor sobre un personaje nacido de la fascinación de Connelly por El Bosco.
Arde la ciudad
«Si tienes que ir a trabajar cada a la oscuridad, ¿cómo mantienes esa oscuridad alejada?»
No se aprecian, sin embargo, síntomas de flaqueza en un escritor que, tras despachar más de 50 millones de ejemplares en todas sus líneas de producción –la de Harry Bosch, sí, pero también la del abogado Mickey Haller y la del periodista Jack McEvoy-, celebra sus dos primeras décadas como autor publicado con “La caja negra”, obra ganadora del VI Premio Internacional RBA de Novela Negra y angulosa intriga policial cuyas claves se sitúan en los disturbios raciales que sacudieron Los Ángeles en 1992.
Es justo en el epicentro de esa explosión de rabia y descontento que desencadenó la absolución de los cuatro policías que apalearon a Rodney King donde Connelly sitúa el extraño y misterioso asesinato de una fotoperiodista danesa que Bosch deberá resolver en 2012. “Sí que conozco algunos casos en los que se sospecha que los disturbios se utilizaron para enmascarar crímenes, pero son crímenes sin resolver, por lo que no hay nada seguro”, explica un Connelly que, como ocurre con Bosch en “La caja negra”, también tiene sus razones, poderosas razones, para regresar al polvorín de Florence and Normandie dos décadas después de haber cubierto los disturbios como periodista de “Los Ángeles Times” .
“Una noche me vi rodeado por un multitud furiosa. Pensaba que me iban a apalear, pero alguien me sacó de ahí y pude llegar a mi coche. Todo ocurrió tan rápido y yo estaba tan asustado que nunca le puede dar las gracias a aquella persona. Ni siquiera recuerdo la cara: lo único que recuerdo es su camiseta, en la se leía LOVE, algo que chocó mucho: que en un momento en que la ciudad estaba a punto de estallar alguien se pasease con una camiseta con la palabra “amor” estampada”, relata el autor de “Echo Park”.
Vivir en al oscuridad
Tanto pareció impresionar a Connelly aquella colisión de conceptos que, dos décadas y una veintena de libros después, ese sigue siendo el eje central de sus novelas. Lo más parecido a un mensaje para un escritor que, asegura, solo tiene la pretensión de entretener. “Me fascina esa especie de trato al que algunas personas llegan con la vida y que les hace bajar a trabajar cada día al infierno para luego volver a casa y ser un padre y un marido normal. Si tienes que ir a trabajar a la oscuridad, ¿cómo mantienes esa oscuridad alejada de ti?", se pregunta.
«No intento conseguir que el lector tenga una revelación: quiero entretener»
Eso es, como decíamos, lo más parecido a un mensaje que Connelly asume como propio y el hilo conductor que comparten todas sus novelas. De ahí que, por más que “La caja negra” anude crímenes, burocracia policial y falsas apariencias, tense relaciones con la Guardia Nacional y sus extravagantes periodos de recreo en el frente, exprima conceptos como venganza y hono r y critique la torpe actuación policial durante los disturbios, Connelly reconoce abiertamente que lo único que quiere es entretener. "Los lectores vienen por muchas razones, principalmente por el personaje, y quizá no quieren leer tus opiniones o que les digas como de mal van las cosas. En este libro, por ejemplo, mi única reflexión era: ¿podría volver a pasar algo como lo del 92? Y cuatrocientas páginas después, esa pregunta solo sale en un par de líneas. No intento conseguir que el lector tenga una revelación: quiero entretener", asegura.
Otra cosa es que, desde la distancia, Connelly no sea capaz de apreciar en las atmósfera actual de la ciudad californiana restos de aquel polvorín que se desató veinte años atrás. “La situación económica es parecida e incluso es peor en algunos sentidos. La hierba está empezando a estar igual de seca, pero falta la chispa que la haga prender. Tiene que pasar algo parecido a lo de Rodney King para incendiar las cosas. Sí que creo que las relaciones entre la policía y la comunidad ha cambiado bastante, pero solo hace falta un error, una equivocación, para que todo arda de nuevo”, explica.
Lectores y confidentes
Una opinión como otra cualquier que, sin embargo, debe cobrar una nueva dimensión cuando uno tiene lectores tan ilustres como el Jefe de Policía de Los Ángeles. “No sé si el nuevo jefe de Policía lee mis novelas, pero el anterior sí que lo hacía y discutíamos mucho sobre ellas, ya que me decía que exageraba”, explica un Connelly al que, sin embargo, no deja de sorprender que agentes de la policía lean sus libros. “Se supone que no querrán leer lo alguien de fuera dice sobre sobre su trabajo, pero ahí están, dejando comentarios en mi página web del tipo. 'Yo estoy en la división de Hollywood y ahí nunca utilizamos esa palabra'".
Se sorprende Connelly, sí, aunque en realidad parece haber llegado a un pacto con muchos de esos policías que, a la larga, se han acabado convirtiendo en confidentes: ellos le bridan historias y credibilidad y él, a cambio, les regala un personaje como Harry Bosch, un "outsider con un trabajo dentro del sistema" que, destaca el autor, “ha aprendido a mirar más allá de su propio mundo, ha evolucionado y se preocupa más por lo que va a dejar que no por lo que ha dejado”.
«Harry ha evolucionado; se preocupa más por lo que va a dejar que por lo que ha dejado atrás»
“En los primeros libros Harry tiene una misión, y nada puede ir en contra de eso. Pero de repente se da cuenta de que es padre, lo que le convierte en alguien vulnerable. Se ha roto la coraza y lo más interesante ahora mismo es explorar esa vulnerabilidad”, añade el autor sobre un personaje que, al borde de la jubilación y siempre en los márgenes de la ley, se mueve por “La caja negra” al ritmo del enrevesado saxofón de Art Pepper.
También Connelly reconoce haber escuchado Art Pepper con insistencia mientras escribía la novela aunque, cosas del pianista, en el Bern’s Steak House suena una versión liofilizada de “Candle In The Wind” y la conversación se encalla sin remedio en Julio Iglesias. Son casi las once y Connelly bosteza. A las ocho, apunta, ha de llevar a su hija al cole. Más o menos los mismo que haría un Harry Bosch que, pese a todo, cada vez se parece más a su creador. “Cada vez es más difícil mantenerlo a raya”, confiesa.
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