Leila Slimani: «La nostalgia y el romanticismo del pasado son muy peligrosos, siempre generan frustración»
La escritora cierra su trilogía de 'El país de los otros' con la novela 'Me llevaré el fuego', (Cabaret Voltaire) una mirada inmisericorde a los años 80 y 90 de la sociedad marroquí, cuando podías ser como tú querías, pero sólo en casa y de puertas a dentro
Vanessa Springora regresa a la autoficción con un ajuste de cuentas con su familia de pasado nazi
Carlos Sala
Barcelona
Cuando Leila Slimani tenía 8 años, sentía verdadera fascinación por su abuela. En realidad, no entendía de dónde salía aquella mujer tan alta, rubia y con un extraño acento, que no dejaba de contarle historias de la guerra. Slimani era parte de una familia burguesa marroquí ... y aquella figura no encajaba del todo en el cuadro prototípico de la familia que tenía en la cabeza. «Siempre fue un personaje literario para mí, desde el principio, y me ayudó a abrirme a la imaginación para contar mi propia historia», señala la autora. Tanto es así, que la convirtió en Mathilde, protagonista, junto al resto de su familia, de su proyecto más ambicioso, la trilogía de 'El país de los otros'.
Después de describir el Marruecos del protectorado francés en los años 50 y su final independencia en 'El país de los otros'. Tras narrar el ascenso al poder de Hassan II y la instauración de la dictadura, con la represión y paranoia dominando la vida pública, en 'Miradnos bailar'. Ahora nos llega 'Me llevaré el fuego' (Cabaret Voltaire), un recuento del Marruecos de los años 80 y 90, cuando la globalización empieza a irrumpir con fuerza y la tensión entre modernidad y tradición se estrecha más que nunca. «La actualidad es tan confusa e irracional en cierto sentido, que nos abruma y no sabemos valorarla. Se necesita distancia para entender bien el contexto y lo que realmente sucedió. Por eso quería revisitar el pasado, para entenderlo, no desde el ahora, con condescendencia y superioridad moral, sino intentando meterme en la mentalidad propia de aquellos años», asegura Slimani en declaraciones a ABC.
La obra nos presenta a Mia, trasunto de la escritora, y a su hermana, hijas de Mehdi y Aïsha, los protagonistas de 'Miradnos bailar'. Ellas encerrarán el conflicto de dos adolescentes marroquíes que luchan entre la rigidez de la tradición y la familia y la libertad de la modernidad y el descubrimiento de la propia sexualidad. «Cuando eres adolescente necesitas ciertas normas claras. En mi casa, podías decir lo que querías, pensar lo que querías también y querer a quien te diese la gana, pero te decían que nunca lo hicieras fuera de casa, que todo tenía que quedar puertas adentro. Esto era confuso y no sabías qué pensar. Y esta hipocresía dura hasta hoy día», señala Slimani.
La novela parte de la intimidad de la familia Belhach para hablar de una sociedad marroquí en perpetuo cambio. «Mis padres tenían una idea clara del futuro y de lo que querían de él. Igual que mis abuelos. Y acabó por haber una decepción porque esos sueños no acabaron de cumplirse. Quería describir esta decepción. El futuro es imprevisible, siempre decepciona si sólo lo quieres ver como habías imaginado. Peor es lo que pasa ahora, que no creemos en el futuro y vivimos decepcionados de antemano», apunta la escritora.
Slimani ha querido centrarse en las dinámicas de una familia más que en explicaciones geopolíticas. La familia es el mapa que encierra el mundo entero y cómo es una institución que acoge y da confort, pero al mismo tiempo ahoga la libertad individual y exige casi rendición y pleitesía. «La familia es muy importante en Marruecos. Cuando la selección marroquí ganaba partidos en el mundial de fútbol de Qatar, lo primero que hacían los jugadores era besar a sus madres en la frente. Y en casa se oía, 'eso es Marruecos'. Es difícil lidiar con estas dos fuerzas de atracción y repulsión que posee la familia, pero a medida que me hago mayor, valoro más las cosas positivas. Su potencia en tiempos difíciles y de crisis es maravillosa», afirma la autora de 'Canción dulce'.
Lo que no ha querido hacer es hablar del pasado con nostalgia, sólo como una herramienta imprescindible para conocer mejor al presente. «La nostalgia y el romanticismo por el pasado son muy peligrosos. Normalmente sólo vienen de gente que teme perder sus privilegios. Es lo que sucede cuando Trump dice eso de 'Hacer América grande otra vez'. Lo que dice es que quiere volver a cuando el hombre blanco heterosexual no tenía que compartir su poder con las mujeres y homosexuales. La nostalgia sólo funciona en la literatura, cuando recupera algo que se ha perdido para siempre, como la infancia o a un ser querido». En su opinión, el pasado es la verdadera 'arma cargada de futuro'. «Hay que conocer el pasado para no caer en los mismos errores y avanzar hacia adelante, no quedarnos inmóviles y prisioneros en un departamento estanco como quieren algunos», dice Slimani.
Ahora siente un poco de nostalgia ella misma de haber dejado atrás una historia que casi le ha llevado una década escribir. Le ha costado abandonar a unos personajes que en realidad la han acompañado toda su vida, ya que están inspirados en su propia familia. «En la medida en que empiezo a escribir, se convierten en ficción. Siempre digo que a nadie le importa la vida del panadero, sólo el pan, y en mi caso es lo mismo. Lo importante es que sean buenas novelas, no quién las escribió. Mi madre era la más reticente a que compartiera ciertas historias o intimidades, pero es tan amante de la literatura y tan generosa que si están bien escritas no le importa», confiesa la autora de 'Sexo y mentiras'.
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Lo que tiene claro es que no se pondrá a escribir otra novela de inmediato, lo que le da algo de vértigo pues se siente extraña y desplazada si no tiene nada que escribir. «Siempre he sido una escritora de personajes más que de historias. De pequeña iba caminando por la calle mirando a los demás y pensando: 'mira, ese hombre estará pensando algo ahora mismo, como yo, en su propio monólogo interior. Tendrá su propia familia, un trabajo, una pasión, quizá esté enamorado'. Pensar en todos esos interrogantes me encantaba. Debería vivir mil vidas para que me cansara de explicar las historias de la gente», asegura.
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