Los siete pecados capitales de...
Juan Soto Ivars: «El narcisismo es el pecado capital del siglo XXI»
El escritor y periodista reconoce su gula: «Puedo tragarme un fuet entero a mordiscos»
Carlos Areces: «No soy tan ambicioso como para necesitar realizarme trabajando»
Juan Soto Ivars
El escritor y periodista Juan Soto Ivars, autor de diversos libros y ensayos, es conocido (y reconocido) por su manera libérrima de no dejar un charco sin pisar. Queremos saber de él y si también en los pecados capitales chapotea.
—Le perdono un pecado ... capital.
—Me da pereza hablar de la pereza.
—¿Precisamente la pereza? Pensaba preguntarle por ella a cuenta de su podcast con el escritor Alberto Olmos. Me hubiese gustado saber si esa pereza con la que lo hacen es pura impostura.
—Es totalmente genuína. No nos apetece nada hacerlo. Pero eso ha terminado conviertiéndose en parte de la gracia. Pero, vaya, te aseguro que la desgana es cierta. Ahora estamos buscando fecha para grabar otro y no paramos de ponernos palos en las ruedas, a ver si conseguimos retrasarlo un poco más.
—¿Sería ese, entonces, su pecado capital? Porque no lo parece viendo que lo mismo escribe libros que en prensa, tiene un podcast, colabora en radio y televisión… ¿No será la avaricia?
—No, la pereza no es mi pecado capital. Y tampoco es la avaricia. Sería avaricia si, por estar yo en sitios, no pudieran estar otros. Pero los medios han demostrado su inagotable generosidad para colocar a todo el mundo. Hasta Pedro Vallín está en lo de Ferreras, y mira que lo ponía a caldo públicamente cuando se filtró aquella reunión con Villarejo.
—No es la pereza, no es la avaricia. Me rindo. ¿Cuál es su pecado capital?
—La gula. Soy un compulsivo profesional. Si estoy nervioso puedo comerme 3 latas de atún de pie, delante del armario, a oscuras. Puedo tragarme un fuet entero a mordiscos. Para mí, la gula es la expresión inconsciente del poso que me deja un tertuliano sanchista al que no he conseguido contestar a tiempo en la tele, por ejemplo.
—¿Y aquel en el que no cae jamás?
—No caigo jamás en la ira, no tengo esa capacidad. Soy demasiado poco iracundo. Yo creo que a Dios le cabrería verme tan pánfilo.
—¿Hay algún pecado que le cueste disculpar en los demás?
—La envidia creo que es el que más me cuesta perdonar, porque es el que más me cuesta ver. La envidia se disfraza de otras cosas: desprecio, cinismo, desinterés, arrogancia... Tienes que hacerle mucho psicoanálisis a un cabrón para darte cuenta de que no te odia porque te considere peor, sino porque se considera mejor e injustamente por debajo.
—¿Y el que menos?
—El que menos me cuesta disculpar en los demás es la soberbia, porque me parece una expresión retorcida de la inseguridad. La soberbia es una coraza que se pone el débil, y el débil provoca siempre un poco de ternura cuando viene con alzas.
—La disculpas fácilmente en los demás pero en ti, en un momento profesional y personal como el que vives… ¿es difícil mantenerla a raya?
—Yo es que no tengo soberbia porque mi inseguridad está muy bien cartografiada, sé por dónde andan los caminos y los meandros.
—¿Crees que está desactualizada la lista de pecados capitales? ¿Quitarías o añadirías alguno?
—Yo creo que faltaría el narcisismo, que me parece que es el pecado capital del siglo XXI. Aunque tiene algo que ver con la soberbia…
—La dejamos, entonces, como está.
—Sí, la dejamos así. Además, me gusta la mecánica de los pecados capitales porque nos lleva a pensar en el perdón, que es lo que falta hoy día. A nuestra relación con la falta ajena sólo se la puede definir con la palabra sumarísima. Somos gente sumarísima.