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ABC Cultural

Contra el verano

De niños que cumplen años y padres que cumplen convenios

Hoy cumple años Lucía. Ya son doce. Durante mucho tiempo tuve la costumbre de escribirle textos preciosos y emotivos por su cumpleaños, pero el tiempo pasa y cada vez tengo menos ganas de provocar grandes emociones en quien me lee

José F. Peláez

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Hoy cumple años Lucía. Ya son doce. Durante mucho tiempo tuve la costumbre de escribirle textos preciosos y emotivos por su cumpleaños, pero el tiempo pasa y cada vez tengo menos ganas de provocar grandes emociones en quien me lee. Y sobre todo si ... quien me lee no es ella, que suele pasar bastante de lo que escribo, y, al final, lo único que consigo es emocionar a mujeres sensibles que me paran por la calle. Y, qué narices, ya ni siquiera tengo esas grandes emociones. Con el tiempo todo se vuelve menos grave, lo cual es bueno para gestionar lo malo, pero malo para disfrutar lo bueno. Es cierto que ya no se sufre tanto, pero, a cambio, tampoco se disfruta lo mismo. Es el 'spleen', la anhedonia o, simplemente, la vida pasada por el tamiz de la experiencia, que es como un gotero de Orfidal en la memoria. O al menos eso es lo que me pasa a mí, que alcanzo las mayores cotas de felicidad en silencio con mi gata y mirando como un idiota el calendario del móvil en blanco, inmaculado, sin compromisos, eventos ni entregas. Eso es para mi la felicidad, algo indistinguible de la paz y, por definición, algo muy difícil de encontrar en verano, que con el tiempo se ha convertido en un parque de atracciones para adultos de aspiraciones insustanciales, bermudas imposibles y tribales en la pantorrilla.

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