La Huella sonora
Sé lo que hicisteis el último verano
Los burgueses copian a los paletos y, en lugar de aquellas vacaciones de paz y sardinas, viven un infierno de estrés y croquetas de tres sabores
Artículos de José F. Peláez en ABC
Puerto de Portonovo, en Galicia
Se ha puesto de moda el decadentismo, hijo del romanticismo y de la nostalgia, los peores padres que uno puede tener teniendo en cuenta su tendencia a convertirse en Saturno y deglutirte. Si logras sobrevivir, nostalgia y romanticismo se convierten en nacionalismo, que es ... el otro nombre que tenemos para la hemofilia. Y como el resto de animales mitológicos, el decadentismo crece en la distancia. De cerca lo único que crece son las dioptrías, las arrugas y los pelos de las orejas. Por eso, a medida que el tiempo avanza y nos vamos alejando del evento, el recuerdo comienza a llenarse de una bruma que desdibuja la realidad para emerger transformada en otra cosa. Esa cosa es la literatura, que es el arte de recordar mentiras jurando que son ciertas. Cambiamos los contornos de los recuerdos, los distorsionamos con la niebla del tiempo y llenamos los vacíos del sentimiento, que convierte el 'non finito' en 'sfumato'. No describes ya lo que viviste sino lo que aquello te hizo sentir, que es como llenar la bruma de fuego, de esas llamas transparentes que surgen del gas y que hacen que lo observado se distorsione y baile en la refracción.
Se quiere hacer creer que todo va a peor, pero es falso. El ser humano se encuentra en su mejor momento, el capitalismo ha reducido la pobreza y nunca tantos hombres tuvieron tantos derechos. Pero de poco sirve lo objetivo cuando el que habla es un sujeto, con sus ojeras, su hernia discal y sus trimestrales del IVA. Lo único que era mejor antes eran los tomates y las vacaciones, que es a donde yo quería llegar. Los veranos de mi infancia fueron la historia de un pueblecito pesquero, sin apenas gente y con el clima sagrado de la civilización. En Portonovo yo me hacía amigo de los pescadores, que me llevaban a pescar congrios. Eso cuando no me sentaba en el puerto solo con la caña: los muges los tirábamos siempre, las caballas, a veces y las piardas nunca. Aquellos agostos eran un vendaval de paz, frescura y amor. La playa de Canelas, por el día, era un lugar virgen y familiar. Pero por la noche, según supe después, un 'hub' de narcotráfico. Los ochenta fueron duros, pero yo fui feliz. Después cambiamos Portonovo por Suances y más de lo mismo: si había suerte y llovía, a Cóbreces a escuchar gregoriano a los monjes cistercienses en la Abadía de Viaceli. O a tomar leche de vaca y sobaos a Santillana del Mar. Si la cosa se daba mal y hacía sol, a la playa de La Concha o a Los Locos. Yo iba en bici a todos los sitios, compraba pescado donde Lolo y los agostos pasaban con esa placidez de niños en historias de Delibes.
El veraneo es un concepto de principios del XX que consiste en ir a lugares más frescos. Habitualmente en la costa, donde las temperaturas son más suaves. Los Borbones tuvieron querencia por Santander -el palacio de la Magdalena para Alfonso XIII y Victoria Eugenia- por San Sebastián -el palacio de Miramar, mandado construir por María Cristina, ya viuda de Alfonso XII- o incluso Biarritz -el Hotel du Paláis, frecuentado por Isabel II y Alfonso XIII-. Como siempre, los nobles copian a los reyes, los burgueses a los nobles, la clase media a los burgueses y los paletos a la clase media. Pero ahora, en un giro imprevisto, los burgueses copian a los paletos para, al final, en vez de emigrar como aves hacia lugares solitarios y frescos, volar como 'boeings' hacia lugares tórridos y masificados; en vez de bicis y monjes, taxis y discotecas; y en lugar de aquellas vacaciones de paz y sardinas un infierno de estrés y croquetas de tres sabores. Entiendo de golpe el decadentismo, esa estúpida moda hija del romanticismo y de la nostalgia, los peores padres que uno puede tener. Lo convierten todo en literatura.