El desconocido legado fotográfico de Jorge Palomo Durán, a la luz cien años después
La exposición ya abierta al público recupera el legado visual de un ingeniero y fotógrafo que retrató la España de principios del siglo XX
Las fotografías de J. P. D. al detalle
Cien años han tenido que pasar para recuperar el ojo excepcional de un personaje olvidado. Jorge Palomo Durán, gran fotógrafo desconocido, retrató con gran maestría la España de principios del siglo XX, a la que también ayudó a evolucionar como ingeniero de obras ... públicas. Un hombre prodigioso, con perfeccionismo de artista y precisión mecánica. Hoy por primera vez en la sala Amós Salvador de Logroño, sus fotografías son sensibles a los ojos del resto del mundo. La entrada a la exposición es gratuita y estará abierta hasta el 27 de agosto.
El hallazgo de sus obras fue pura gracia accidental. Durante las reformas en el ático de un edificio del casco viejo de Logroño, los operarios encontraron dos antiguas cajas de madera cerradas bajo llave. Tenían orden de tirarlo todo, pero la curiosidad forzó a uno de ellos a vencer uno de los cofres, del que asomaron cientos de láminas de cristal. Sobre el nitrato de plata se reconocían fotografías de una época remota. Tentada la casualidad, guardó las cajas y llamó a un amigo para preguntarle por el valor del descubrimiento. Así fue como el historiador del arte José Manuel Ramírez se puso sobre la pista de un misterioso y excepcional fotógrafo que sólo en algunas de sus láminas firmaba J. P. D.
Lo que parecían cientos resultaron ser miles. Cuando Ramírez comenzó a inspeccionar los negativos observó que la mayoría plasman paisajes y lugares con temáticas análogas y poco habituales: reparaciones de puentes, encauzamientos de ríos, edificios de variados tamaños y localizaciones, infraestructuras en ruinas por la Guerra Civil… Comprobado el material, el hilo del que tirar se exhibía evidente: aquel fotógrafo era un ingeniero de caminos. Por el emplazamiento ubicado al norte de España de la mayoría de fotografías, con especial interés en localidades de La Rioja, decidió acotar el círculo. Buscó las siglas J. P. D. en un lugar que como historiador riojano conocía bastante bien: el archivo histórico provincial. Allí sólo había un hombre que reunía todas las características: su nombre es Jorge Palomo Durán.
Una vez ubicado, Ramírez empezó a recomponer su biografía, dispuesto a averiguar quién era el hombre desconocido con tan magnéticas instantáneas. No pasó mucho tiempo hasta que el apellido empezó a resonar en los recovecos de su memoria: «Yo tenía un amigo que es arquitecto con el apellido Palomo. Incluso tenía un hermano de nombre Jorge. Entonces, asocié las dos cosas y dije: tiene que ser de él». Fue así como logró contactar con sus nietos y descubrió que uno de ellos conservaba todavía otras tantas cajas de placas fotográficas. Allí se encontraba el resto de la colección. Tras un largo proceso de investigación, se llegó a la conclusión de que a lo largo de su vida «consigue confeccionar y organizar más de 6.000 placas, de las que unas 4.000 se han podido preservar», detalla el riojano. En ellas se puede trazar «su biografía y sus motivaciones, su mundo de sueños», relata.
Una figura extraordinaria
Jorge Palomo Durán era ingeniero de caminos, canales y puertos. Aunque nació en Madrid en el año 1885 pasó gran parte de su vida en La Rioja. Ramírez es el comisario de la exposición y valora que el fotógrafo es «una figura que ha permanecido completamente abandonada hasta la fecha. Recuperarla es un logro para la Historia de este país». En 1913, Palomo Durán se hace con un glifoscopio, una cámara francesa de doble objetivo con la que se dedica a inmortalizar lo que ve, «tanto de las obras que a él le gustan como las que él hace, en las que se fija en una serie de detalles», menciona el comisario.



Al principio le atraen «los puentes, las carreteras, las soluciones a través de materiales nuevos», pero poco a poco su objetivo se aleja de las fotografías técnicas y pasa a enfocar la sociedad que le rodea, las vidas que encuentra y a las que dota de significado con sus retratos costumbristas. «Se dejaba enamorar de todo lo que tenía a su alrededor, y además con una mente especialmente brillante de cara a los encuadres fotográficos», añade Ramírez. Hoy sus fotografías suponen registros etnográficos de profundo valor.
Si se le puede considerar un hombre extraordinario, desde luego, no fue solo por sus instantáneas. Entre su multitud de inquietudes también está registrado como miembro del Ateneo de Logroño, concejal de su Ayuntamiento, barítono y actor de teatro, «además de muy metido en todo tipo de innovaciones», comenta Ramírez. Viajó mucho en una época en la que no era común. Su hambre de conocer el mundo la saciaba gracias a su profesión: «Deseoso además de emular lo que estaba ocurriendo en el extranjero, se desplaza allí, para ver cómo se construían toda una serie de puentes y de estructuras metálicas. Está en Suiza, Italia, Alemania, Francia, Marruecos e incluso en Rusia».
Acusación de muerte
Como ingeniero de obras públicas estuvo al cargo de varios proyectos de la Administración, que le obligaban a pasar temporadas de varios años en diferentes ciudades y provincias, según la duración de estas obras. En 1935 toma posesión como ingeniero jefe de Obras Públicas de Melilla donde cambiaría su suerte para siempre. Durante el alzamiento militar de 1936 un compañero anónimo lo acusó de masón y por lo pronto, pasó varios meses en prisión antes de ser liberado. Cada cierto tiempo, la amenaza de la acusación volvería a su vida como un fantasma.
Después de su excarcelación, estuvo a cargo de la Jefatura de Obras Públicas de Granada. "Allí pasa toda la guerra, restaurando lo que habían ocasionado los bombardeos", revela Ramírez. Una etapa de la que dejó también fotografías de paisajes completamente desolados. Allí recibe la noticia de la reapertura del caso por su acusación de masón lo que le granjea la suspensión de empleo y sueldo. Asustado por la circunstancia, volvió a su casa de Logroño a refugiarse con su familia. «El otrora omnipresente ingeniero se convertía sin querer en un ser de carácter melancólico», apunta el historiador. Los siguientes años recibiría sustos periódicos a raíz de esta causa judicial y en 1942 «falleció de un ataque al corazón» a la edad de 57 años.
Ahora, casi cien años después su legado revive y goza de un reconocimiento que le fue arrebatado en vida. «El recorrido a nuestros antepasados se convierte en una necesidad», estima Ramírez, que también define sus obras como «una ventana hacia el tiempo del pasado». Gracias a ellas, hay historias que habían permanecido ocultas y hoy se ven a plena luz. Historias que se cuentan por la virtud de un encuadre.
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