John M. Coetzee: «Siempre me he sentido extranjero con el inglés, no me gusta su dominio imperial»
El premio Nobel realiza en el CCCB una conferencia sobre el lenguaje, los idiomas predominantes y sus prácticas abusivas junto a su traductora al español Mariana Dimópulos y la editora Valerie Miles
El escritor sudafricano, el primer autor residente del Museo del Prado, donde vivió dos meses
El escritor John M. Coetzee
El escritor sudafricano John M. Coetzee escribió el inicio de una novela de esta forma: «Roger y su hermano cogen el autobús». Parece una frase sencilla. Y en realidad lo es, o lo era, hasta que un día recibió un email de ... su traductora al vietnamita. En el mensaje, le preguntaba si Roger era el hermano menor o el mayor, porque en vietnamita no existe una palabra para determinar simplemente hermano, sino que hay una palabra para hermano mayor y otra para hermano menor. Coetzee no podía creerlo. «No importa», le contestó, «es irrelevante en la historia». La traductora no le satisfizo la respuesta. «Me dijo que al imaginar la historia a buen seguro había imaginado a los dos hermanos de una forma determinada, siendo uno mayor que el otro. Aquella mujer no entendía cómo funciona la mente de un creador, que no determina todo los detalles del mundo, sino los que otorgan sentido a la historia», afirma el escritor de 'Desgracia'.
El problema le persiguió durante semanas porque al poco tiempo, un director de cine que quería adaptar la historia le preguntó de qué color era el autobús. Él volvió a insistir que le daba igual de qué color fuera, no era relevante en la historia. El director le contestó que no existen autobuses incoloros y que debió imaginar el autobús de un color al escribirla. «Es lo que los lingüistas llaman el problema de la especificación. Un relato es siempre una decisión estética, no la vida real. No existen en el cine autobuses sin color, por lo tanto en la imagen el color carga con un sentido al relato. Toda traducción de un relato original es una historia expandida, al contrario de lo que muchos piensan, que es una simplificación del original», asegura.
Coetzee pasó por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) para participar en la mesa redonda 'La palabra justa'. Acompañado por Mariana Dimópulos, su traductora al castellano, y la editora Valerie Miles, habló sobre la diferencia entre la lengua que amamos y con la que crecemos, la lengua materna, y la lengua en la que nos desarrollamos después y utilizamos a nivel público y profesional, una idea que ya desarrollaron Dimópulos y Coetzee en el libro 'Don de lenguas' (Hilo de Ariadna). Con la omnipresencia del inglés, la mayoría de las veces ya no coinciden nunca la lengua materna con la profesional y esto hace que nos acerquemos a este segundo idioma de una forma fría, sospechosa y distante. «Mi lengua materna no es el inglés. Siempre me he sentido extranjero en el inglés. Si hubiese sabido esperanto, hubiese escrito en esperanto. El inglés y sus connotaciones de dominación imperialista nunca me han gustado», afirma.
Una larga tradición familiar
El premio Nobel resumió su historial familiar para ilustrar su distanciamiento con la lengua inglesa. Por el lado de su madre, primero hablaban en polaco en casa y en alemán en público. Después pasaron a hablar en alemán en casa y en inglés en público. Por el lado de su padre, sus abuelos hablaban en criollo en casa y en holandés fuera. Después en afrikaans en casa y en inglés fuera. Esta simplificación hasta la dominación absoluta del ingles como única lengua de prestigio le preocupa. «Me convertí en escritor en inglés y mis libros se publicaban en Nueva York y en Londres. Sin embargo, a pesar de estar en inglés , las colocaban en el lugar de 'literaturas del mundo'. Se habla de lo poco que traducen los ingleses y de lo mucho que traducimos del inglés. Lo que está claro es que los anglosajones creen que se pueden permitir no interesarse por lo que hay fuera, pero los de afuera no se pueden permitir no interesarse lo que pasa allí», dice con desagrado.
Para intentar corregir esta perversión del inglés como lengua dominante, su último libro, 'El polaco', lo publicó primero en su traducción en español en Argentina. Su intención es que el mundo entero tradujese la versión española antes que su original en inglés, dando el mismo valor a las dos obras. El resultado fue desolador. «Ningún editor extranjero aceptó la obra porque decían que querían traducir el original. Sin embargo, si la obra hubiese sido en albanés, no hubiesen puesto pegas. No se puede ir contra el inglés», concluye algo decepcionado.
Lo que tanto Coetzee como Miles y Dimópulos tienen claro es que la Inteligencia Artificial ni las traducciones digitales podrán sustituir el trabajo humano de trasladar un texto de un idioma a otro. «Las máquinas no entienden de omisiones, de absencias, de sutilezas, ni ironías, ni dobles sentidos culturales y por eso el resultado siempre es frío y maquinal. Hay mucho de intuición en una traducción y mucha autoría también», confirmaron los tres.
El hall del CCCB se llenó de apasionados lectores del escritor. Unas 350 personas escucharon la conversación, que parecía demasiado guionizada y no fluía de forma natural como si no fuese una mesa redonda, sino de una obra de teatro, cada uno leyendo su papel. Al final, Coetzee se paró para firmar libros, el premio esperado tras casi dos horas de interpretación en que el premio Nobel no dejó de contar historias interesantes, como su propia adaptación de la escritora Olive Schreiner. «En su obra hay muchos términos racistas hacia los africanos y tuve la duda de si sustituirlos en mi traducción, lo que indicaría que Schreiner era una persona adelantada a su tiempo, que no lo era. Al final decidí que lo cambiaría», confesó con un ligero remordimiento.
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