El precio de rebajar el Ministerio de Cultura

Si algún valor objetivo le damos a la cultura debe ser la capacidad de generar marcos simbólicos compartidos (España es el cuarto país del mundo con más sitios declarados patrimonio de la Humanidad), y también espacios de creación y debate en libertad, además de un tejido económico mensurable: algo más del 3,4% del Producto Interior Bruto español y unos 700.000 puestos de trabajo directos, más otros 235.000 indirectos. Todo ello, podría decirse, es lo que necesita nuestro país, en cualquier momento y en especial ahora. Habría que añadir, sin duda, la nada desdeñable economía -y la ecología- de los Toros, que mueve más de 1.600 millones al año según la patronal del sector Anoet, a los que habría que sumar otros intangibles. Tampoco es desdeñable ni el papel de la cultura en el ejercicio de la libertad de expresión, ni la proyección internacional que nos otorga en el seno de una identidad global como la iberoamericana.

¿Qué es la cultura para España, entonces? Un sector central que merece una representación institucional adecuada, de primer nivel, como tienen países de nuestro entorno con perfil y potencia cultural más discretos. Por eso es importante que no se abra en falso este debate, como ha hecho Alberto Núñez Feijóo en una entrevista con Carlos Alsina en Onda Cero. Sugirió que volvería a unificar, en un contexto de contención del gasto, los ministerios de Universidades, Educación, Cultura... La palabra que empleó fue «consolidar», que tiene una semántica difusa. ¿Por qué no consolidar el Ministerio de Cultura como entidad exenta, visto lo visto?

Además de que degradar la Cultura a secretaría de Estado significa poco ahorro (todas sus unidades se mantienen) volveríamos a ver numerosas reuniones europeas en las que el ministro de Educación no puede acudir al Consejo de Ministros de Cultura y, por tanto, un secretario de Estado español iría a la cola en todo momento detrás del resto de ministros europeos. ¿Eso queremos? Más importante sería la sensación del sector que vería su representación delegada en el Consejo de Ministros y la interlocución con una persona sin acceso al presidente del gobierno, algo que no ocurre con otros sectores. Hay negociaciones de las industrias culturales que partirían de esa desventaja. Ya se vio en debates como los de piratería y sobre el copyright que esto no debe ser así, debilita enormemente las fortalezas del sector.

Hay en la derecha quien se ha acomodado en el resentimiento por los apoyos políticos de intelectuales, actores y otros miembros de la casta cultural a la izquierda ('Hay motivo', 'La ceja' 'Los 26 infernales años de fascismo'...) y que brama por pereza contra las ayudas públicas. Pero la cultura es mucho más. Es hora de que la derecha sea capaz de aplicar una visión liberal al diálogo con los representantes de la industria cultural. No se puede renunciar a lo que otros países tratan como un asunto de Estado y es un factor de progreso objetivo. Que la derecha renuncie a eso ahora semeja un error de estrategia difícilmente superable. Ojalá perciban en la derecha cómo apostar por la cultura con una mentalidad nueva puede ensanchar el espacio político.