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ABC Cultural

El peso de mi alma

Ciento siete kilos, leí en la balanza, la otra tarde, desprovisto de ropa, reducido a un guiñapo. Quedé humillado, en silencio. Confirmé que me había convertido en un sujeto escandalosamente gordo. Tengo que bajar de peso, pensé, avergonzado

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Jaime Bayly

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La otra tarde, desnudo en el baño, antes de meterme en la ducha, cometí el error de subirme a la balanza, una decisión intrépida, perfectamente desusada en mí, que me resultó cara.

Pensé que seguiría pesando unos cien kilos redondos, el peso récord que había ... marcado en los años recientes, cuando ya era gordo, un sobrepeso que comenzó lenta y consistentemente hace veinte años, tras cumplir cuarenta. No miento si afirmo que los primeros cuarenta años de mi vida yo era delgado, bien delgado, y hay fotos que así lo prueban y documentan, unos tiempos en los que pesaba entre ochenta y cinco kilos y noventa kilos, no porque hiciera deporte, no porque comiera menos, sino porque era joven y me resultaba natural ser flaco sin esfuerzo. Después de cumplir cuarenta años, mi cuerpo decidió ponerse cómodo y expandirse o dilatarse cuando empecé a tomar pastillas para dormir, y entonces mi sedada humanidad se desparramó en unas crecientes reservas de grasa, esparciéndose sobre todo en la montañosa zona abdominal, como si fuera un oso en vísperas del invierno.

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