«Hoy casi nadie lee a Azorín, y esto es barbarie, ignorancia»
El Aula de Cultura de ABC celebra los ciento cincuenta años del autor de 'Castilla'
El cronista inmortal de todas las crisis de España
B. Pardo
José Martínez Ruiz tuvo el genio de reinventarse como Azorín (ay, la marca, qué importante), y desde ese seudónimo se convirtió en una de las firmas más célebres y celebradas de la prensa y la literatura española, tal vez por ese orden. Fundó un ... estilo que ha encandilado a generaciones de escritores. Aprovechando el ciento cincuenta aniversario de su nacimiento, el Aula de Cultura de ABC celebró un diálogo entre el poeta Luis Alberto de Cuenca y el crítico Andrés Amorós moderado por Carlos Aganzo, en el que perfilaron las múltiples facetas de la estrella de ABC.
«Azorín fue una literatura, un modo de escribir, un estilo», arrancó Aganzo, que lo situó como fundador de la generación del 98 y faro inevitable de los que se ganan la vida con la palabra. «Cualquiera que escriba tiene a Azorín en cuenta». La primera pregunta, claro, fue la de qué nos sigue aportando esta firma hoy, cuál es su salud. «Yo lo que veo es que Azorín no está en el mejor momento de apreciación del público lector. Pero esto no quita para que los azorinianos de pro sigamos disfrutando con su lectura. Es muy divertido leer a Azorín, porque su claridad es apabullante», afirmó De Cuenca, que se fue a Claudio Rodríguez: «Siempre la claridad viene del cielo». «Hace años Azorín se leía muchísimo. Se vendía mucho, como Marañón, como Baroja. ¿Qué pasa ahora? Que casi nadie lee a Azorín. Es que, ¿quién lee hoy por gusto a Azorín, a Pérez de Ayala, a Gómez de la Serna? Y esto es barbarie, ignorancia», lamentó Amorós.
No tardaron en empezar a desgranar qué es eso del estilo Azorín: la concisión, la frase breve, el gusto por las cosas pequeñas, por el detalle, por las ideas claras, por la sintaxis necesaria. «Eso es una cortesía para el lector. Como todo gran escritor te enseña a ver y a escribir, y en las dos cosas es un maestro», insistió Amorós, que luego lo definió como un obsesionado por la exactitud. Entonces, Luis Alberto de Cuenca abrió su edición de 'Castilla' de 1912 y leyó un breve fragmento que podría resumir toda su prosa: «En el primer balcón a la izquierda, allá en la casa de piedra, hay un hombre sentado. Parece abstraído en profunda meditación. Tiene un fino bigote de puntas levantadas. Está el caballero con el codo puesto en los brazos de un sillón y la cara apoyada en la mano. Una honda tristeza empaña sus ojos (…) Eternidad, insondable eternidad del dolor. Progresará el mundo. Junto a un balcón habrá un hombre triste y meditabundo con la cabeza reclinada en la mano. No le podrán quitar el dolorido sentir». Amorós alabó el texto, y después lo apostilló: «Las circunstancias cambian, pero permanece lo esencial, que el ser humano sufre, que el ser humano necesita consuelo. Esto es impresionismo».
Amorós destacó su labor como rescatador de clásicos, y De Cuenca asintió: «No es lo mismo leer 'El Quijote' después de leer a Azorín». «Azorín ve la literatura, los clásicos, como algo vivo, como obras, como autores que nos dan una lección absolutamente viva, actual. Y que lo hacen, además, con un estilo tremendo. A él le debemos el haber recuperado a muchos escritores», apuntó Amorós, que luego matizó: «Azorín no ha sido nunca novelista. No es un novelista clásico. No es un escritor de trama. Pero a quien le guste Virginia Woolf le gustará Azorín». «Pues yo no soporto a Woolf y me encanta Azorín», rio De Cuenca.
Hablaron de decadencia, también. «El último Goya es el mejor de todos. Y el mejor Velázquez es el último. Igual Rembrandt. Pero hay otros que decaen, como nosotros», bromeó Amorós. De Cuenca sacó el tema del cine, pero entonces Amorós recordó unas palabras de Valente en las que el poeta aseguraba que lo de Azorín por el cine fue una «pasión senil». «No tenía sensibilidad para el cine, no estaba preparado… No lean sus libros de cine», aseveró el crítico.
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