El español en la playa: manual de instrucciones
cartas a mi amigo Nickie
«La playa española en verano, querido Nickie, es algo terrible, una alegoría del averno, un cuadro de El Bosco, pero con personajes de Botero»
Piscina: manual de instrucciones, por José F. Peláez
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Iniciar sesiónMe preguntas hoy, mi querido amigo, acerca de la extraña y enfermiza relación que mantiene el español con la playa. Supongo que te refieres a la estación estival, porque, durante otras épocas del año, la cosa varía y mucho. Por ejemplo, quizá tengas ... en la cabeza la imagen de ese runner en calistenia que, en pleno mes de octubre, se corre diez kilómetros en una playa de Cádiz con las danzas húngaras de Brahms sonando en los cascos. O esa mujer que, durante la primavera, se pone un vestido largo y vaporoso y recoge sus cabellos rubios en una coleta para mirar la inmensidad del mar junto a su Golden Retriever, que le lleva y le trae una pelota de tenis. Esa misma mujer, por cierto, poco después, volverá a su cabaña para, vestida solamente con una camisa de él, mirar a través de la ventana mientras calienta sus manos con una taza de té matcha.
Ambas son escenas creadas por la publicidad y el cine, por supuesto, y pretenden asociar las playas a puntos de soledad, poesía y huida. Es decir, exactamente a lo contrario a la realidad de la canícula. Si vas hoy mismo a las playas de nuestra España lo que vas a encontrar no es a un runner centroeuropeo o una supermodelo que pasa las hojas de un libro de Virgina Woolf sino a algo muy diferente, Nickie.
El español en el extranjero: manual de instrucciones
José F. PeláezEs cierto que, quizá, cuando el españolito medio trabaja en pleno mes febrero y fantasea con el día que por fin pille la playa, en lo que piensa es en algo simbólico, en ese paraje natural en el que respirar profundamente y fundir el aire, la tierra y el agua con el fuego que le pide el señor de al lado para encenderse un Trujas y expulsar el humo lentamente, con su camiseta de la Real Sociedad, de cuando Nihat. El mar en esa cabeza es el punto más lejano al que poder huir sin alas y sin volverse anfibio, un mito fundacional sobre el que articular un esfuerzo ingente y sostenido. Y todo ello a pesar de que lo que se encuentra año tras año es otra cosa, algo que tiene más que ver con un castigo divino que con una escapada aspiracional. Porque la playa española en verano, querido Nickie, es algo terrible, una alegoría del averno, un cuadro de El Bosco, pero con personajes de Botero.
Reconozco que en algún momento de mi vida hasta yo he disfrutado de la playa. De pequeño, por ejemplo, iba con mis padres y me pasaba las mañanas jugando al fútbol, a las palas o simplemente intentado coger olas, con mi cuerpo extendido y castellano simulando una tabla de surf. Era divertido. O cuando, más de mayor, he ido a la playa a las diez de la mañana, armado solamente con una toalla para dar un paseo civilizado y cortés, pegarme un chapuzón e irme antes de las doce, momento en el que comienza a llegar la gente con su música horrible, sus flotadores de patito y sus balones de Nivea. A esa hora ya hay que irse, Nickie, vestirse de civil, tomarse una cerveza y unas rabas antes de comer y echarse la reglamentaria siesta. Y, tras ella, algo de lectura, un paseo por el pueblo, un helado, una cena sin pretensiones en la cofradía de pescadores. No pedimos mucho más: descanso, climas frescos, móviles apagados.
Pero es que la relación con la playa que a ti te llama la atención no suele ser esa, Nickie. A ti no te interesa la instrumental, la civilizada, la que trata a la playa de usted. A ti te llama la atención la contraria, la de la gente que, en lugar de evitar las horas centrales del día, las busca como una polilla busca la bombilla. Hay gente para la que la playa no es un factor más de sus vacaciones, un detalle en los márgenes, sino su epicentro, su vida entera, todo su mundo. Van por la mañana, comen allí, se echan la siesta y se pasan toda la tarde en esa toalla hasta que comienza a subir la marea y temen por su vida. Es una relación obsesiva, enfermiza, como si tuvieran que rentabilizar cada euro invertido. Y claro, es ahí cuando surge el tipismo, ese túper lleno de trozos de sandía con arena, esa raspa de pera con sabor a agua salada, esa botella de agua a la temperatura de fusión del tungsteno, esos filetes empanados entre dos trozos de pan, blandos como la papada de un cura calvinista. Y los jóvenes, Nickie, las pulseritas del todo incluido y los cruceros que sirven sushi —el nuevo melón con jamón— y tiramisú —la nueva Comtessa—. Y la señora que se unta de crema como si se estuviera embalsamando. Y ese hijo, Nickie, un chaval de siete años al que llamarán a gritos —¡Héctor, por Dios, estate quieto—. Y los caminantes de la playa, una tribu nómada, medio estoica, medio quemada por el sol, que mide el día en pasos y en ampollas. Son españoles que no se bañan, ni comen: solo huyen de la mujer, pasean y van a un lado y al otro de la orilla con paso firme y mirada perdida. No se saludan, no miran a nadie, pero se reconocen, con sus manos anudadas por detrás de la espalda y un reloj que suma pasos y medusas.
Mira la cara de esos hombres caminantes en la playa, amigo. No vas a ver disfrute, gozo ni calma vacacional. Todos tienen la mirada del que ya ha perdido la fe y se mueven con la actitud genuflexa del que no quiere discutir. Verás estrés, problemas musculares tras cargar media casa hasta la orilla y una profunda melancolía por no poder estar donde realmente quieren estar, que es en su sofá, al fresco, vestidos con dignidad y sin escuchar gritos y órdenes constantes por parte de mujeres muy morenas y especialmente mandonas. Porque verás que hay mujeres que, en la playa, sacan de dentro un liderazgo marcial, una capacidad sobrehumana para dar órdenes, con esa agresividad extrema que solo el sexo femenino es capaz de desarrollar.
La playa es un infierno a altas temperaturas, Nickie. No se puede leer el periódico porque se vuela; hay un tipo que estira la toalla y que te llena de arena; un niño que da alegres brincos por encima de tu espalda y una familia riojana comentando la actualidad a gritos. Esta es la realidad, Nickie. A cambio de todo esto nos arruinamos cada año. ¿Tiene sentido? Pues no, pero tampoco lo tiene perseguir un queso colina abajo como hacéis vosotros, ni cazar zorros ni poner moqueta en los baños. Así que un respeto. Allá donde fueres, haz lo que vieres. De modo que tira para Barbate y déjate llevar, que si me haces caso a lo mejor cambiamos a Virginia Woolf por Alfonsina Storni y tampoco es eso. Yo te espero en el chiringuito, que es, con diferencia, lo mejor de la playa. Siempre tuyo.
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