El escándalo del beso robado de 1924: «Ha de tener severo castigo»
Decíamos ayer
Desde ABC se pidió un escarmiento para un «mozo besuqueador» por un «sonoro ósculo» no consentido a una señorita en un tranvía de Madrid. «Lo contrario sentaría una jurisprudencia muy peligrosa»
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Un «cínico» lo consideró este periódico, por desvergonzado, fresco o caradura. Y se llamaba Luis, como Rubiales, aunque el escándalo que provocó este joven madrileño con su beso en 1924 se quedó en unas breves notas en los diarios. Ni de lejos llegó ... a tener el alcance del caso actual del expresidente de la Real Federación Española de Fútbol. «Sin embargo, en nuestro país un hombre que besa en público sin previo permiso del objeto besado, ha de tener castigo muy severo».
No, no busquen la frase en ninguna tertulia televisiva ni en ningún trino de X. Quien así se pronunciaba era Javier Bueno, bajo su seudónimo de Antonio Azpeitúa. Corresponsal de ABC en varios frentes durante la Primera Guerra Mundial, había mostrado su agudeza premonitoria en otras ocasiones, como cuando un año antes entrevistó a un jefe del fascismo bávaro, aún poco conocido, al que tildó de «falto de cultura» y «simplista» y en cuyos ojos vio «exaltación, violencia, agresividad, ambición y seguridad de dominio». Sí, Adolf Hitler.
Aquel 22 de julio, a Azpeitúa le llamó la atención la noticia que seguía a los ecos de sociedad de la página 11, quizá por el contraste con tanta pedida de mano. A un tranvía madrileño que unía la plaza de Quevedo con Pacífico, se subió en la Puerta del Sol un individuo que, al poco de ponerse en marcha el vehículo, se dirigió hacia la plataforma posterior donde viajaban dos señoritas y estampó un sonoro beso en la mejilla a una de ellas.
«La sonoridad del ósculo atrajo la atención del conductor y de los viajeros», que vieron cómo el desconocido trataba de volver a besar a las jóvenes. Indignadas, las chicas se defendieron «golpeando al audaz con sus abanicos», según contó ABC.

El escándalo alertó a dos agentes que viajaban en el tranvía y que trataron de detener al individuo, pero el descarado saltó del vehículo en marcha y corrió hasta la glorieta de Atocha. Allí los guardias que lo perseguían, con otros que se unieron en su apoyo, lograron reducirlo y llevarlo a comisaría. Luis Díaz Álvarez, de 21 años y residente en la calle de Segovia, 51, pasó a presencia del juez de guardia.

«Imaginamos el terrible aprieto de los magistrados que hayan de juzgar a ese mozo besuqueador de rostros femeninos contra la voluntad de sus dueñas», escribió al día siguiente Azpeitúa, empatizando con el juez que hace un siglo ocupó el estrado, como en estos días José Manuel Clemente Fernández-Prieto. Sin regulación alguna sobre el consentimiento ni asomo del tan traído y llevado 'sí es sí', la primera dificultad consistía en definir el delito.

A juicio del periodista, no se trataba de un atentado a la moral ni de un escándalo público porque «el besuqueador bien hubiera querido que nadie advirtiera su acto». Estimaba que era un caso de cleptomanía, de un beso robado «bajo el irresistible influjo de una cara bonita». En este punto coincidió con otros diarios madrileños, como La Correspondencia de España o La Época, que lo justificaron como la acometida amorosa de un donjuán decidido. Los besos importantes, sin embargo, «son de otra manera», advirtió Azpeitúa. Y con el tono de un letrado en un juicio laboral, escribió a renglón seguido que «un beso sólo se valoriza por la reciprocidad y cuando se rige por los principios mutualistas y de corporativismo».

El redactor podía perdonar a un vulgar ladrón, pero no a «quien planta su boca en punta como un sello posesorio sobre un rinconcito de cara bonita». Para ese delincuente que besa en público sin previo permiso de quien es besado -y en privado, añadiríamos- pidió un «bozal», un «castigo severo». «Lo contrario sentaría una jurisprudencia muy peligrosa», alertó con cierta retranca.
PD: No se apresuren a elevar a los altares feministas al autor de este 'Diorama' de 1924 porque a fin de evitar semejantes casos de cleptomanía bromeó con proponer a las mujeres de quince a cuarenta años que llevaran careta de esgrima. «Sería la manera de protegerse en esos asaltos, de los que no quieren salir heridas. Y así, cuando se la quitaran sabríamos a qué atenernos».
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