Emmanuelle Carrère, en la cumbre del Yo literario: «la novela no tiene definición y eso es lo que la hace increíble»
CRÓNICA
ABC asciende junto con el escritor francés desde el valle de Aosta hasta el Petit Cervin, en los Alpes italianos, para recibir el premio Grand Continent. En la travesía, Carrère habla sobre literatura, autoficción e incluso del descalabro de Occidente
Carrère 'mata' a su madre en su nuevo libro: embustera, cruel y traidora
Valle de Aosta, Italia
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Iniciar sesiónAl Petit Cervin se llega tras ascender la cima Bianche Laghi, cerca de Breuil-Cervinia, una zona de los Alpes italianos conocida por sus lagos de montaña y que forma parte de la ruta hacia el Mont-Blanc. A más de tres mil metros de ... altura, encajado en la cumbre del Cervino y entre el valle de Aosta, el escritor Emmanuelle Carrère posa ante las cámaras. Sostiene su novela 'Kolkhoze', que acaba de recibir el Prix Grand Continent, un reconocimiento que distingue obras que ofrecen una mirada relevante sobre Europa. Instalado en la montaña del yo, Carrère hace cumbre con este híbrido entre ficción y no ficción.
'Kolkhoze' es un ejercicio de arqueología familiar. Parte del encuentro entre los futuros padres de su madre y se adentra en un pasado marcado por guerras, exilios y fracturas culturales. La joven germano-rusa protagonista procede de un linaje aristocrático derrumbado por la Revolución y el estalinismo, mientras su pareja representa la Francia burguesa de posguerra. Ese choque permite a Carrère explorar la Europa convulsa del siglo XX: migraciones forzadas, pérdida de identidad, pobreza de los apátridas y peso de la historia sobre las vidas privadas. La suya incluida.
El título -'Kolkhoze', referencia a las granjas colectivas soviéticas- simboliza el trasfondo político que configura la biografía de su familia. No es solo un lugar, sino un sistema que determina destinos y fractura genealogías. La novela conecta ese paisaje histórico con el presente del escritor, que reconstruye la vida de su madre para entender su carácter y su aspiración a ser reconocida por Francia. El argumento se sitúa en el marco de la historia europea del siglo XX, donde identidad, memoria y afectos quedan unidos. El camino de ascenso está marcado por el punto de vista de Carrère: él es el macizo donde ocurre esta exploración.
Cordillera de sí mismo
A Carrère el yo le resulta tan natural como familiar. Para él, la novela es aquello que se pone al servicio de una exploración. No entiende que «a un autor se le reproche hablar de sí mismo», ni que se discuta si una obra es ficción o no ficción. «La novela es algo increíble, porque no tiene una definición. Cuando cuentas algo sobre la vida, se acerca más a la no ficción. Esa es la ventaja de la realidad: la libertad de lo que hacemos con ella», explica. El yo es su territorio, la ladera por la que avanza o la cima a la que se sujeta con la escritura. Le basta su circunstancia.
— Este premio reconoce una mirada sobre todo un continente. ¿Se siente escritor europeo?
— Yo soy un escritor francés que escribe en francés.
— También europeo.
— Soy francés porque mi lengua es el francés. Es lo único que cuenta.
— En sus libros, Europa encarna parte de su reflexión.
— Lo único que habito es mi lengua. No existe tal cosa como una lengua europea.
Distancia de Rusia
Emmanuelle Carrère nació en 1957. Creció en un ambiente intelectual marcado por su madre, la historiadora y académica Hélène Carrère d'Encausse. Ese trasfondo de memoria familiar y debates históricos aparece en su obra. Comenzó escribiendo novelas como 'El bigote', pero pronto su escritura se orientó hacia un género híbrido entre investigación documental e introspección. Esa mezcla alcanzó su madurez con 'El adversario', relato estremecedor del caso Romand. Desde entonces explora vidas ajenas y propias con una obsesión constante por la verdad en libros como 'Una novela rusa', 'De vidas ajenas', 'Limónov', 'El Reino' o 'Yoga'.
La novela 'Kolkhoze', por la que esta semana ha recibido el premio Grand Continent, gira en torno a la muerte de su madre. Ese fue el detonante del libro, pero el proceso es más largo: el duelo impulsó una excavación más profunda. Carrère debía viajar a Moscú el 24 de febrero de 2022, al inicio de la invasión rusa de Ucrania, para un proyecto cinematográfico. La guerra lo cambió todo: canceló el viaje y luego volvió para hacer reportajes y observar la situación de primera mano. Esa experiencia aparece en su mirada sobre Rusia.
Tras la invasión, Carrère modificó su percepción tradicionalmente más comprensiva del país: «Ya no puedes amar a Rusia, pero sí a algunos rusos». Esa grieta se percibe en 'Kolkhoze'. En su investigación mezcla el relato de sus ancestros rusos y georgianos con acontecimientos del siglo XX y XXI. La invasión de Ucrania no es tema central, pero sí un trasfondo histórico ineludible que contextualiza su reflexión sobre Rusia, la familia y la identidad europea. Aunque insiste en definirse como escritor de su lengua, su universo atiende a la hibridación: como los Alpes, algo más amplio lo atraviesa y él intenta cincelarlo mediante su yo literario, que percute sobre cuanto toca, incluido el periodismo. Por eso, en ocasiones, él mismo deviene género literario.
— En usted conviven un novelista y un periodista.
— Hago periodismo todo el tiempo. Es algo que realmente me apasiona. Escribo reportajes exactamente igual que escribo libros. La única diferencia es que tengo un editor. Es como si fuera un escritor de ficción que escribe novelas y también relatos. Yo no escribo relatos, pero escribo reportajes. Escribo igual que en los libros.
— ¿Hasta qué punto el periodismo influye en el que hace ficción?
— Considero que el periodismo es un género literario. Tengo la suerte y el lujo de poder hacer reportajes con la misma libertad que un libro. Eso es seguro. Soy muy consciente de que es un privilegio raro».
«A pesar de todo, comprender»
El ascenso alpino junto a Emmanuelle Carrère termina en la cumbre del Petit Cervin. Allí pronuncia su discurso de aceptación del premio Grand Continet, una reflexión sobre cómo mirar el mundo. O acaso la constatación de que él mismo es la cumbre de una forma de entender el mundo. «Hoy hay dos formas de ver las cosas: una relativamente optimista y otra radicalmente pesimista», sentencia. «Los optimistas piensan que atravesamos una fase de caos trágico que ya ha ocurrido antes y que la humanidad superará. Los pesimistas creen que nunca ha existido un caos semejante y que no es una fase, sino el fin. El principal y, en mi opinión, único argumento a favor del enfoque relativamente optimista es que, desde los albores de la humanidad, siempre ha habido gente que ha dicho lo mismo -que antes era mejor y que el fin del mundo era inminente-», dice mientras sostiene un folio entre sus manos.
El cielo luce impecable, un azul de ventana recién lustrada. Y ahí continúa el premiado, enunciando el mundo. «Un gran latinista, Lucien Jerphagnon, escribió un libro muy divertido que es una antología de estas predicciones angustiosas a lo largo de la historia romana. Nada nuevo bajo el sol -eso sería tranquilizador-», dice. «Sin embargo, me parece evidente que no, que no siempre ha sido así. Aunque consideremos como una constante la propensión del ser humano a angustiarse, sus motivos para angustiarse son nuevos e inapelables. No hace falta ser muy inteligente ni estar muy informado para enumerarlos. La primera de todas es que somos ocho mil millones en la Tierra y eso es demasiado. Las demás razones para angustiarnos se derivan de ello. Primero, el desastre ecológico, ahora irreversible. Segundo, la crisis migratoria: más de la mitad del planeta se está volviendo inhabitable, por lo que los habitantes de esa mitad quieren irse a vivir a la otra».
En la mitad de su enumeración hacia el Apocalipsis, Carrère construye dos escalones más. «Tercero, la inteligencia artificial, que nos está devorando, pero aún no sabemos cómo ni hasta qué punto». Y finalmente el cuarto, que sirve de cornisa para despeñarse, cuesta abajo, «que es el fin de la democracia, el fin de todos nuestros valores, pero es menos importante, ya que sólo nos afecta a nosotros y, fuera de nosotros, nadie parece considerarlo una gran pérdida». El vértigo de su discurso no está en la altura desde la que es pronunciado, sino en la inminencia de su diagnóstico.
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Bruno Pardo PortoEn estos últimos 25 años, la autoficción y todas sus variantes han marcado el mundo de la literatura, que se mueve entre la intimidad y lo documental. ¿Y qué hay más allá? El hibridismo de las formas, las narrativas de lo extraño, las voces del trauma
«He dicho que no hace falta ser muy inteligente ni estar muy informado para ser consciente de todo esto. Pero, aun así, ser muy inteligente e informado ayuda. No sabemos muy bien en qué, pero aun así ayuda. Ayuda tener una conciencia más amplia y más aguda. Se llama conciencia histórica. Incluso en la situación de la rana que se cuece a fuego lento y que sólo descubre poco a poco lo que le está pasando, es bueno, a pesar de todo, comprender.». A más de tres mil quinientos metros de altura, Carrère acaba su discurso entre aplausos.
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