Emilio Morenatti, la forja de un fotógrafo marcado por la guerra
El profesional de AP, premiado este año con los prestigiosos Pulitzer y World Press Photo, repasa en primera persona una trayectoria documentando el horror, en la que ha sufrido un secuestro y un atentado en el que perdió una pierna
«Hay algo diferente en levantar la mano para ir a un lugar donde te pueden matar. Hay un punto de ego, pero hay que controlarlo. Mi vida no interesa, interesa lo que yo cuento»
«Ya no me creo inmortal. Cuando me hirieron me convertí en una persona vulnerable, vi muy de cerca la muerte. Cuando tú mueres y revives no le ves sentido a la vida»
«No hay nada como ir a un lugar y obtener un 'feedback' social. El fotoperiodismo debería ser lo que el periodismo, una denuncia. Si no, ¿para qué lo quieres?»
Así hizo Morenatti sus fotos de premio
Barcelona
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Iniciar sesiónEmilio Morenatti (Zaragoza, 1969) habla desde el rincón de una cafetería del Poblenou, pegado a la ventana, y sus ojos se dirigen una y otra vez a la calle. Unos niños de no más de cuatro años que forman una fila, una anciana que ... camina con bastón... Es la mirada de un fotorreportero que en sus cuatro décadas de trayectoria ha cubierto todo tipo de conflictos, con un alto coste personal. En Gaza lo secuestraron durante 15 horas, en Kandahar perdió una pierna tras sufrir un atentado y en Ucrania salvó la vida de milagro. Nombrado fotógrafo del año dos veces en EE.UU., ha ganado dos Pulitzer y tres World Press Photo. En España, ha sido reconocido con el Mingote, el Ortega y Gasset y el Godó. Para conocer sus vivencias nos desplazamos a Barcelona, donde vive con su mujer y sus hijos, de 7 y 10 años. Este es el resultado de una conversación que se alargó más de tres horas:
«Mis orígenes son muy humildes, por eso me resulta muy difícil asumir la situación que tengo ahora. Cuando entré en Associated Press (AP), todo me venía grande. Vivía en Kabul, estaba empotrado con las tropas americanas, todo era en inglés... Cada noche pensaba: «Mañana me marcho». Nunca había vivido en un lugar de conflicto, pero a la mañana siguiente me levantaba con una publicación extraordinaria y eso me hacía seguir un día más. No hay nada como ir a un lugar y obtener un 'feedback' social, eso que se llama remover una conciencia. El fotoperiodismo debería ser lo que el periodismo, una denuncia. Si no, ¿para qué lo quieres?
»Fue el conflicto de Perejil lo que me llevó a la agencia. Yo estaba en Efe. Cuando acabó el conflicto, quise darle una vuelta de tuerca más. Y fui con otro fotógrafo a la isla en una barca hinchable, que pinchó por el camino. Llegamos mojados, salvando la cámara. Eso atrajo su atención. Empecé cubriendo el proceso de democratización de Afganistán. Me pareció fascinante. He estado en todos los países en los que ha pasado algo en los últimos 15 años, incluidos copas del mundo o juegos olímpicos.
»En la agencia, cuando estás en Gaza en época dura, te sacan con refrescos, como un mundial de fútbol. Pero queda un trauma. Cuando frena un coche a mi lado, me acuerdo del secuestro, a la salida del edificio donde vivía en Gaza. Vino un coche a gran velocidad y pegó un frenazo. Me cubrieron la cabeza con un saco. Mi última imagen era que mi conductor, con 11 hijos, estaba encañonado y tirado en el suelo. No me preocupaba mi vida. Hasta que no he tenido hijos, nunca me ha preocupado.
»Cuando era más joven tenía menos experiencia y era más inconsciente. Aunque hay un momento en el que se debe asumir un riesgo, subirte al puente con las bombas cayendo... ahí tienes que jugártela. Pero ya no me creo inmortal. Cuando me hirieron me convertí en una persona vulnerable. Vi muy de cerca la muerte. Me vi en un hospital de campaña y tenía una sensación muy extraña. Qué fracaso. Debería haber muerto. Es una sensación... cuando tú mueres y revives no le encuentras sentido a la vida.
»En 2009 yo estaba en la cresta de la ola. En Estados Unidos me habían nombrado fotógrafo del año. Era el último día de empotramiento con las tropas estadounidenses. Al día siguiente eran las elecciones, y lo teníamos todo empacado para ir de Kandahar a Kabul. Vino un comandante y nos dijo que iba a haber una salida muy importante. Estaban buscando a Bin Laden, y esa foto estaba muy cotizada. Hacer esa imagen equivalía a un gran trofeo. Así que convencí al camarógrafo y nos fuimos. Y nos emboscaron. El vehículo en el que íbamos voló por los aires. Hizo un cráter y hubo un tiroteo. Mi pierna salió volando, tenía una brecha en la cabeza, perdía mucha sangre... con 43 años le dije ya al mundo que esto se acababa. Estaba convencido que sería así. No sé si era por la morfina. La morfina es lo más parecido a morirse feliz. Me despedí de mi mujer: «Bueno, es una pena, acababa de conocer a la persona que creía que iba a ser la mujer de mi vida».
»Cuando me hirieron ya me despedí de la vida. Pensé que había llegado adonde quería llegar, que me había muerto haciendo lo que quería. No me sentía un imbécil, imbécil me sentí cuando aparecí sin pierna. Pero solo un poco, al principio. Luego me recuperé. Fue muy rápido. Yo siempre he sido un tío muy ágil, y eso me ayudó para decir que yo quería una pierna de correr. Y a los tres meses de estar amputado yo estaba corriendo, con la herida abierta, o sea, sangrando. Yo corría, pero con dolor. Se me abrían los puntos… Los americanos me decían que corriera si creía que podía hacerlo, que ya me lo coserían. Se me abrieron varias veces los puntos. En enero de 2010 fue el terremoto de Haití. Fui un mes más tarde, a las consecuencias, pero estaba en Haití. Allí sangraba. Fue muy duro. Luego fue la Primavera Árabe, unos ocho meses después del accidente, y ya hice la primera parte (Túnez, Egipto...), luego el 15M, en Madrid y Barcelona. Gané el World Press Photo con la foto de la señora del cristal. Esto fue un impulso.
»El tema de la amputación me hizo pensar muchísimo si yo podría mantener el nivel que tenía entonces. En Haití cubrí las elecciones, pero al final hubo una epidemia de cólera y le pedí a mi jefe que me derivara allí. Descubrimos una serie de pueblos en los que habían muerto todos. El 'New York Times' las sacó y hubo una repuesta muy potente de Médicos Sin Fronteras gracias a aquellas imágenes. Era como empezar a descubrir que había un sentido al fotoperiodismo, que si se usaba adecuadamente se podían hacer grandes cosas. A partir de ahí fue empezar a indagar, ahí empezó un poco mi búsqueda.
»Me siento más útil cubriendo una guerra que haciendo cualquier otra cosa. Compito mejor en situaciones críticas, donde no todo el mundo está cualificado. Hay una cuestión instintiva que te ayuda a llegar a los sitios, es lo que te salva: poner el contador a cero en un lugar donde pasan cosas muy bestias y tener que encontrar una forma una fórmula para resumirlas en una serie de imágenes. Es un reto que engancha, obviamente, y es muy atractivo. El resultado obtiene una visibilidad que compensa el esfuerzo que requiere estar ahí. Incluso pasar meses fuera de casa, como con el Covid o la guerra de Ucrania.
»Vivir momentos tan cruciales de la historia... ahí sí que hay una especie de veneno. El veneno viene cuando he sido parte de ello, ilustrando parte de la historia contemporánea. Esto no pasa en balde. Cuando lo haces y te sale tan bien es como cuando vas al casino... Debe de ser algo parecido, ver que ganas. ¿Ego? Es ego también, hay que dominarlo para que sea lo más natural. Que te consideres un ser un poco especial, porque vas al lugar del que huye todo el mundo. Ahí hay algo diferente: levantar la mano para ir a un lugar donde te pueden matar. Hay un punto de ego, pero hay que controlarlo. Si no, resta mérito al trabajo. Mi vida no interesa, interesa lo que yo cuento.
«Hay algo diferente en levantar la mano para ir a un lugar donde te pueden matar. Hay un punto de ego»
»Si algo tiene el fotoperiodismo, es hacer perdurar un instante. Cuando hablamos de premios, yo me quedo con que una imagen se convierta en icono, que al final es el objetivo de un premio a la foto del año, que se cumpla el objetivo de visibilizar. Que no sean imágenes olvidadas. Ese es el premio que hay que celebrar, lo que me satisface. Me definen las fotos en las que está pasando algo y es emocionante. Me inspiro en algo que tengo preconcebido, intento buscar una emoción. Yo vengo de una escuela del cómic, de Will Eisner, un americano de los años 40-50 cuyas viñetas son pura composición. Hay viñetas suyas trasladadas a mis fotografías, son muy comparables.
»Me puedo permitir esta vida. Mi mujer se encarga de los críos, y luego me ocupo yo cuando vuelvo. Lo llevo bien, tengo la capacidad de hacer el cambio al volver. Pero llevas el trauma. Yo recuerdo que en Afganistán estábamos muy pendientes de las minas, porque estaba todo minado. Y después iba por la playa de Zahara e iba mirando montículos, me salía la alerta de no pisar ahí. Esas cosas te las vas llevando. Lo que peor llevo es la banalidad que me encuentro al volver. No sabemos lo afortunados que somos. Mis hijos no tienen ni idea de la suerte que han tenido de haber nacido en un lugar como Barcelona, sin que puedan pisar una mina o que les pueda caer un misil.
»Nosotros, un camarógrafo italiano y el conductor, salvamos la vida en Ucrania por una cuestión de suerte. Llegamos a un 'checkpoint' y nos dijeron que podíamos avanzar, que el frente estaba más adelante. Avanzamos siete kilómetros y entramos en zona rusa. Vimos un 'checkpoint' ruso, con coches volcados... me bajé para mirar y empezaron a disparar con ametralladoras. Nos quedamos agazapados durante unos minutos detrás del coche, que recibió cientos de balazos. Hablábamos en ucraniano pensando en que nos responderían en ucraniano, cuando lo que querían era acabar con nosotros. Nos tiramos a una especie de río seco con una cuneta de más o menos un metro de desnivel. Estuvimos ahí tres horas y media comiendo tierra, sin movernos. De vez en cuando salía alguna ráfaga, mandaron un dron para localizarnos... Temíamos que vinieran a liquidarnos.
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»Cuando la noche era cerrada, empezamos a escapar arrastrándonos, sin ver nada. De repente puse la mano en una mina antitanque. Acerqué la luz del reloj y comprobé que lo era. Avisé al que iba delante, que no sé cómo pasó por allí sin activarla. La mina antitanque necesita 20 kilos de peso. Estuvimos bloqueados durante media hora sin saber qué hacer, porque en estos casos suele haber más minas. La única opción era la carretera, blanca y muy visible desde cualquier lugar. Temíamos que tuvieran visión nocturna y nos liquidaran. Pero no había escapatoria y salimos corriendo. Yo me agarré al conductor, que me sirvió de muleta, y corrí tres kilómetros agarrado a él. De milagro no nos dispararon. En la zona rusa pensaban que éramos rusos y nos hicieron un protocolo de espía. Nos desnudaron y nos hicieron un interrogatorio muy bestia. Finalmente nos liberaron, cuatro horas más tarde. Luego volví a Ucrania a hacer una historia del año de guerra, y ya no he vuelto a ir. Y ahora volveré otra vez, seguramente en agosto».
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